En el siglo XIX, los doctores estaban perplejos. La razón: el cólera, una misteriosa enfermedad que estaba matando a millones de personas en todo el mundo.
Nadie sabía cómo evitarlo hasta que un médico inglés, John Snow, comenzó a investigar el brote de 1854.
En esa década, Londres estaba en auge. Era el centro del vasto imperio de la reina Victoria y, por lo tanto, un núcleo de comercio internacional.
Su población se expandía rápidamente; las viviendas estaban abarrotadas y eran miserables.
“Era entre los pobres, con familias que vivían, dormían, cocinaban, comían, se aseaban juntas en una sola habitación que se expandía la cólera”, escribió el doctor Snow.
Como muchos otros en esa época, le horrorizaban las condiciones en las que vivían muchos londinenses, pero notó algo importante durante los brotes de cólera de las décadas 1840 y 1850.
“Cuando, por otro lado, el cólera se introduce en las casas mejores, casi nunca pasa de un miembro de la familia a otro. El uso constante del lavamanos y la toalla, y el hecho de que las habitaciones para cocinar y comer no sean las mismas que la del enfermo, es la razón de ello”.
Snow concluyó que el cólera no se contagiaba por el aire o al respirar y pensó que debía ser algo que se ingería.
Un seguimiento exhaustivo
En ese entonces, se le seguía la pista a la aterradora enfermedad: "Está en Moscú"; "Está en París"; "Está en Asia"... a Inglaterra llegó por primera vez en 1831.
Pero era muy poco lo que se sabía sobre ella, aparte de que mataba rápido, a menudo en cuestión de horas.
No se sabía cómo ni por qué era tan contagiosa.
Algunos científicos creían que un agente infectado, o germen, podía transmitirse de persona a persona, pero pasarían 30 años antes de que se probara la teoría germinal o microbiana de las enfermedades infecciosas.
En vez de escucharlos, las autoridades sanitarias de Londres se centraron en el mal aire de la ciudad.
La teoría que manejaban era la miasmática, que decía que partículas de enfermedad flotaban en los repugnantes olores de verduras podridas, carne, desechos humanos y estiércol de caballo, todo lo cual se mezclaba sin diluir en el aire lleno de hollín de Londres.
Tenía sentido, especialmente para algunos de los interesados en limpiar la ciudad.
Pero John Snow no solo era un experto en flujo de aire y gases -ya había desarrollado la ciencia de la anestesia- sino que había visto de cerca el cólera durante la primera epidemia de Reino Unido a principios de los 1830.
Joven aprendiz
Como un aprendiz de médico de 18 años de edad, Snow había sido enviado a una mina de carbón en el noreste de Inglaterra para tratar a los enfermos.
"La comunidad minera ha sufrido más que cualquier otra en Inglaterra, una circunstancia que creo que solo puede explicarse por el modo de comunicación de la enfermedad: no hay baños en las minas, los obreros pasan tanto tiempo en ellas que están obligados a llevar su comida que se comen, invariablemente, con las manos sucias y sin cubiertos".
John Snow se dio cuenta de que el cólera se estaba propagando de persona a persona, específicamente cuando las heces que contenían el virus del cólera eran ingeridas inadvertidamente.
Desarrolló su teoría a lo largo de los años, de modo que cuando llegó el brote de cólera de 1854 se puso a trabajar rápidamente para probarla.
"El más terrible brote de cólera que haya ocurrido jamás en este reino es probablemente aquel que tuvo lugar en Broad St., Golden Sq. y las calles cercanas hace unas semanas. Hubo más de 500 ataques fatales de cólera en 10 días.
"La mortalidad en esta limitada área probablemente iguala cualquiera que haya sido causada en este país, hasta por la peste".
Aunque no era oficialmente miembro de la Junta de Salud, se sintió obligado a investigar, solo por el interés de la ciencia.
Una bomba de agua
Pronto se dio cuenta de que ese brote en particular se había dado alrededor de una bomba de agua compartida que la mayoría de los lugareños usaban para recolectar agua para beber y lavar.
"Tan pronto como fui al lugar, me di cuenta de que todas las muertes habían tenido lugar en las cercanía de la bomba de agua".
Más tarde se descubrió que una fosa séptica debajo de una de las casas cercanas estaba goteando en el pozo que suministraba la bomba de agua. Pero curiosamente, un gran grupo de personas cercanas a la bomba no parecía afectado.
John Snow investigó más a fondo.
"Hay una cervecería cerca de la bomba de agua, y al notar que ningún cervecero estaba en la lista de quienes habían muerto de cólera, visité al señor Hoggins, el propietario.
"Me informó que había más de 70 empleados en la cervecería y ninguno había sufrido de cólera. A los hombres se les permitía tomar cierta cantidad del licor de malta, y el señor Hoggins pensaba que no tomaban agua en absoluto".
Eso lo llevó a postular una hipótesis de que la transmisión no se daba con solo agua sucia, sino agua contaminada con un bicho. Y encontró la manera perfecta de demostrarla, cuando descubrió un área del sur de Londres que recibía agua de dos proveedores diferentes.
Uno tomaba su agua de una parte del Támesis que estaba contaminada con aguas residuales; el otro, de una fuente pura.
Encontró que quienes tomaban agua del primer proveedor tenían más probabilidad de morir por cólera que los otros y, dado que eran vecinos, en esos casos la teoría miasmática no aplicaba.
John Snow murió de un derrame cerebral solo un par de años después: nunca vivió para ver a la Junta de Salud Pública de Reino Unido reconocer plenamente su teoría, ni el sistema de alcantarillado de Londres, que se comenzó a construir poco después de su muerte.
La Organización Mundial de la Salud dice que todavía hay hasta cuatro millones de casos de cólera al año, lo que podría evitarse proporcionando agua potable y saneamiento.
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