Lizzy Cantú: "La carrera escolar"
Lizzy Cantú: "La carrera escolar"

Aliza mi sobrina celebrará su segundo cumpleaños hoy domingo. Y mañana lunes inicia su segunda semana en el colegio. Por Whatsapp, su mamá nos comparte una foto de la enana con uniforme, moño en el pelo y una carita de susto que apena y conmueve. Tengo ganas de tomarla de refugiada en casa para que no madrugue tanto, para que siga siendo una chiquita sin tareas, mochila ni horarios fijos de lunes a viernes.

Que no se me malinterprete: fui una alumna entusiasta y colaboradora. Tanto me gustaba ir a la escuela, que incluso después de recibir el diploma universitario me rehusé a abandonar las aulas. Así que me quedé en ese universo de carpetas, libros y pizarras -primero como estudiante de posgrado, luego como asistente académica y al final como profesora. La vida transcurría en incrementos de cincuenta minutos y terminaba cada semestre. Cada semestre uno tenía la posibilidad de reinventarse, de volver a empezar, de seguir creciendo. 

Pero allí también aprendí que, del mismo modo que la educación formal es para mí pretexto para el gozo y la satisfacción, para muchos otros la escuela es un suplicio. Un lugar donde a menudo van a sufrir los tardones, los torpes para los deportes, los que se vuelven blanco de los bullys, los tartamudos, los que tienen mala memoria, los distraídos, los que no pueden estar sentados ni un minuto. Hasta los chancones sufren, cada vez que se equivocan al responder. Tal vez por ello, los padres se angustian tanto al elegir el colegio, que olvidan que la educación es también todo lo que sucede en casa y que la decisión, aunque importante, no es de vida o muerte.

«Es asombroso cómo la paranoia de la escolaridad ha contagiado a las familias –escribe el cronista Roberto Merino en “Padres e hijos”- hoy un niño de tres años ya es carne de postulaciones, exámenes y matrículas. La pobre criatura, que acaba de abandonar las canciones de cuna, los pañales, el chupete, comienza a escuchar ese tipo de frases que se dicen con un nudo en la garganta, como ‘ya hay que ir pensando en qué colegio lo vamos a poner’».

Pero la vida no es un examen, y los desafíos que enfrentamos no vienen con una hoja de respuestas. Y haríamos mal en tomarlos como tales. El colegio, la educación reglada, es importantísima, pero no debemos dejar de lado las lecciones -algunas incluso dolorosas que la vida nos imparte a diario.

 

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