Lizzy Cantú: Huéspedes considerados
Lizzy Cantú: Huéspedes considerados

 

Vine a Lima porque decían que aquí se come muy bien. Vine a Lima porque me ofrecieron un empleo que jamás me habría atrevido a pedir. Vine a Lima porque tenía treinta y poquísimos años, un trabajo estable, a mi familia en excelentes condiciones y una soltería aguda. Vine a Lima porque amaba mi trabajo pero estaba aburriéndome de él, como una mujer que empieza a querer a su esposo como se quiere a un primo.

Vine a Lima porque me propuse dejar de quejarme de la ciudad en la que vivía: me parecía demasiado pequeña, demasiado centrada en los autos, demasiado provinciana, demasiado mojigata, demasiado conocida. Vine a Lima y me convertí en turista a tiempo completo, visitante profesional, residente registrada.

Más tarde, cuando decidí quedarme un poco más, entendí que ahora era migrante, como tantos otros que no heredamos esta metrópoli gris y apestosa pero que la elegimos. Con empeño memorizamos sus avenidas, educamos nuestro paladar a sus sabores y coleccionamos sus estadísticas más sorprendentes. Y así, cuando nos toca conocer a un recién llegado, o dar el tour a nuestros amigos que nos visitan, nos esmeramos para demostrar lo que hemos aprendido de nuestra ciudad adoptiva: la magnífica vista del Pacífico, su privilegiada gastronomía, la calidez de su gente, el inmejorable clima. Deseamos que quede claro qué nos ha empujado a preferirla a ella por encima de la tierra que nos ha visto nacer y por la que suspiramos pero en donde ya no amanecemos, respiramos ni latimos. También nos callamos cuando se trata el asunto del tráfico, de la exclusión, los asaltos, la política local.

A los hijos adoptivos nos da pudor quejarnos de esta capital. Se antoja un gesto mezquino y malagradecido. ¿Quiénes somos nosotros para venir a ponerle mala cara a nuestra nueva casa? También es un modo de reafirmarnos: tal vez le encontramos el mejor rostro porque debemos convencernos de que hemos tomado la mejor decisión al elegir aterrizar aquí.  Pero si quisiéramos sentirnos limeños de verdad, tal vez podríamos empezar por reconocer los vicios de Lima para entonces ponernos a mejorarla. Como hacen los huéspedes bien educados.

 

 

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