Lizzy Cantú: la libertad de cambiar de opinión
Lizzy Cantú: la libertad de cambiar de opinión

¿Es demasiado indiscreto preguntar por qué aún no tienen hijos? La duda la depositó con delicadeza sobre la mesa de un restaurante un amigo alemán. Compartíamos una deliciosa cena y ni a mí ni a mi chico se nos arruinó la noche. Somos una pareja treintona y nos casamos hace un año. La curiosidad tiene una justificación tan biológica como social.

Hace algunos domingos coincidimos en el almuerzo con la madre octogenaria de un amigo. La chispeante mujer me preguntó cuántos hijos tenía. Cuando le expliqué que esa tarea aún estaba pendiente, me susurró al oído: «Espérate y cuídate bien, que ahora ya se puede». Después me guiñó un ojo cómplice. No era la advertencia de una mujer amargada o agobiada por la carga de la maternidad, ni la queja de una profesional con la carrera trunca por el embarazo. Era el consejo de una señora sabia que aprecia las bondades de esta vida moderna que nos regalaron los anticonceptivos del siglo XX.

La historia consigna que la píldora (1960) es la hija cincuentona de un científico llamado Gregory Pincus y de un ginecólogo católico llamado John Rock. Sin duda, una dupla de pioneros, considerando que la primera vez que la Iglesia Católica se pronunció sobre la anticoncepción –para condenarla- fue en 1930. En dicha encíclica, el papa en turno citaba a San Agustín para calificar de ilícitos e impúdicos a quienes -incluso estando casados- evitaban ‘la concepción de la prole’.

Pero detrás de esa tecnología ‘perversa’ también hubo dos mujeres. Las activistas Margaret Sanger y Katharine McCormick, la primera enfermera y la segunda filántropa multimillonaria. Ambas fueron juntas la locomotora que empujó el sorprendente invento. Por estos días a Sanger -que también plantó la semilla de Planned Parenthood- se la recuerda por algunas de sus declaraciones racistas y por estar a favor de la eugenesia. A McCormick, que también era bióloga, se la acusa de haber sido una dama frívola, pituca y disoluta. Desde un pedestal moral las descalificamos por incoherentes. Pero a mí me dan miedo y desconfianza los héroes sin fallas, los personajes que no se contradicen al ofrecer declaraciones, las niñas que sonríen todo el tiempo, las parejas que no se pelean.

Por eso me fascina tener la posibilidad de seguir dudando cada vez que me preguntan para cuándo los hijos. Y todos los días agradezco la oportunidad de seguir corrigiendo esa respuesta. Ojalá que cada día más mujeres puedan gozar de ella.

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