Por Mariana de Althaus
Cada vez que la suegra de mi amiga Daniela llama a la casa en la que vive con su esposo se repite el mismo diálogo:
- ¿Aló?
- ¿Está Ana?
- Señora, su hijo hace cuatro años que terminó con Ana.
- ¡Ay, perdón Daniela! (Risitas) Ay, no sé que tengo en la cabeza… ¿Cómo estás Dani?
La suegra es siempre un desafío. Es esa mujer a la que estamos obligados a querer, soportar y escuchar, que siempre creerá conocer más a nuestra pareja que nosotros; es el modelo de madre con el cual siempre nos comparará. Hay suegras que se sienten aliviadas de que tomes la posta del cuidado de su «bebe», pero no faltan las que temen que les pienses robar a su hijo. Por suerte siempre tuve buenas suegras, y la mayoría de mis amigas tampoco pueden quejarse de las suyas. Ni siquiera Daniela «Es buena gente- dice-. Solo que jode». La imagen de la vieja manipuladora y controladora, que dedica su energía y talento a joderle la vida a la nuera o al yerno, a opinar sobre todo, a juzgar y criticar está pasando de moda.
Ahora que la mayoría de ellas trabajan, que tienen una vida personal lejos de sus hijos, ya no necesitan controlar a la familia, porque tienen poco tiempo y muchas cosas en la cabeza que escapan del ámbito familiar. Pero por más independiente que sea la suegra, siempre habrá una relación de alto riesgo con ella. Cuidado si se trata de una suegra y una nuera; no hay nada más complicado que la relación entre dos mujeres, y peor aún si ambas aman al mismo hombre.
Juro que cuando me toque seré una excelente suegra. Pero no puedo imaginar cómo haré para no desesperar si mi hija se casa con el tipo incorrecto, no sé cómo lograré quedarme callada si él no se comporta como yo creo que debería, o si educa a mis nietos de una manera que me parezca equivocada.
Espero no olvidar que fui varias veces una nuera ansiosa, y que para lograr la aprobación de mi suegra dije alguna estupidez o estropeé su mantel blanco con una copa de vino. Espero tener la grandeza para abrirle las puertas de mi casa al hombre que mi hija elija, aunque él me parezca impresentable. Espero tenerle compasión, perdonar sus errores, interpretar sus torpezas como esfuerzos por ganar mi visto bueno, mi confianza. Tengo fe en que seré una suegra colaboradora, amable, inspiradora. Ruego que la sabiduría me permita acoger el nuevo estilo de suegra independiente y cool. Aunque muera de ganas de entrar a la casa de mi hija y poner en orden, me propongo disimular indiferencia ante la pila de platos sucios y ofrecer mis servicios solo para cuidar a los nietos. Tal vez sea inevitable que me entrometa, pero intentaré opinar con delicadeza y tacto. Ruego al cielo que me ilumine para no pretender controlar las decisiones de mi yerno ni cambiar su estilo, tomar distancia, respirar hondo y aparecer solo si me invitan.
Espero recordar, por favor, que nunca tuve una suegra metiche. Espero recordar a la mamá de mi novio de cinco años, con quien pasé tardes sentadas en su cama frente al televisor, conversando con ella mucho más de lo que conversaba con su hijo. Espero no olvidarme tampoco de la otra, la abuela de mi hija, que me hizo acupuntura para aliviar mis dolores de parto, que cuidó alegremente a su nieta cuando yo tenía que trabajar. Sobre todo espero no olvidar a mi madre, una suegra generosa y sabia, y a mi suegra actual, que me abrió las puertas de su casa desde el inicio con tanta calidez que me provocó quedarme para siempre. Espero no olvidar que la relación con los hijos políticos es otra oportunidad de ser madre, de manera más relajada y generosa. Una suegra es, en potencia, una aliada, una confidente, una cómplice. Con suerte, una suegra puede convertirse en algo muy parecido a una madre y un yerno puede ser algo parecido a un hijo. Sin los dolores de parto.