El monumento parisino atrae a unas 20.000 personas al día, como en los viejos tiempos. “Las vacaciones escolares y los fines de semana soleados confirmaron su atractivo en el mercado francés y europeo cercano”, subraya Martins.
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El fuerte retorno de los europeos (60%), la presencia de los estadounidenses (17%) y de los franceses (15%) son las tendencias fuertes tras dos cierres, de una duración acumulada de un año, debido al COVID-19.
Esto compensa parcialmente el lento reinicio de la labor de los operadores turísticos y la ausencia de los “mercados lejanos”, en particular los asiáticos.
La Torre Eiffel, que recibió 1,6 millones de visitantes desde principios de año, tiene previsto 5,5 millones de entradas para 2022, “10% menos que en 2019″, último año de referencia.
“Esto puede parecer muy positivo, pero el 10% que falta es nuestro margen”, resume Martins.
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Y si el déficit para 2021 fue menor de lo esperado gracias a “un buen fin de año” -43 millones en lugar de 70, después de 52 millones en 2020-, Sete “tendrá un año difícil” financieramente en 2022.
“Esta nueva situación deficitaria requerirá muy probablemente una nueva recapitalización” por parte de los accionistas de la empresa, indica su presidente, que sigue esperando una ayuda específica del Estado.
Mientras tanto, el monumento sigue luchando con su vigésima campaña de pintura, que pretende devolverle su color “amarillo-marrón” original, con vistas a los Juegos Olímpicos de 2024.
Iniciada en 2019, la operación es complicada y se ve ralentizada por el descubrimiento de trazas de plomo en las capas anteriores.
Otro tema sensible para la Torre Eiffel son los actos delictivos en el sitio, más numerosos con el regreso de los turistas.
Además, la tala prevista de una veintena de árboles que se encuentran a sus pies para permitir la construcción de un depósito de valijas y de locales para los empleados, suscitó tal polémica a finales de abril que el ayuntamiento de París abandonó el proyecto en pocos días.