Pamela Díaz
Recuerdo mi primer día de trabajo, aquel almuerzo de bienvenida me dio mucha confianza y seguridad para emprender mis nuevas responsabilidades asignadas. Rápidamente tuve colegas aliadas que se sumaron a mis ganas de cambiar las cosas y mejorarlas, pero algunos incidentes empezaron a levantar una señal de alerta y varias situaciones se fueron complicando. De pronto, las promesas que me habían ofrecido al inicio de la relación laboral estaban muy lejos de convertirse en realidad. Me sentí engañada.
Durante el «proceso de reconocimiento de incomodidad laboral», me costó ir al trabajo, incluso el hecho de arreglarme para ir a la oficina era una competencia diaria conmigo misma. Al comienzo pensaba que era yo, que debía seguir esforzándome, pero llegó un punto –que ahora comprendo–en que las funciones que ejercía estaban muy lejos de lo que pensé que serían. La desmotivación se apoderó de mí.
Al momento de analizar si debía tomar otra opción laboral o darme un tiempo entre la salida y la búsqueda, me resultó útil saber que esta situación no había sido gratuita. Ahí trasladé todo este aprendizaje: tener una visión más amplia sobre las situaciones que pueden suceder ante una mala experiencia laboral. Ahora sé que conviene tener un plan de acción de arranque. No basta con leerlo, es recomendable escribir cada situación que nos venga a la mente para así poder hacer un breve pero conciso análisis, que nos llevará a conectarnos con nosotras mismas. Aquí algunos ejemplos de lo que puedes anotar en tu plan:
- Una mala experiencia laboral no se debe generalizar ni juzgar de por vida. En lugar de decir «jamás podré», di «en esta oportunidad no pude».
- Las malas situaciones no son iguales en todos los casos. Cada trabajo tiene algo distinto. Olvida reflexiones como, «no hago nada bien», opta por decir «en este trabajo no encajo».
- Es bueno entender que toda la responsabilidad no depende de ti. Muchas veces las empresas tienen en el mando a líderes que no permiten cambios o la puesta en marcha de nuevas ideas. Debes saber qué cosas pudiste mejorar tú y qué cosas estuvieron totalmente fuera de tu alcance.
BUSCA SOLUCIONES
Lo mejor es no dejar que transcurra mucho tiempo entre la renuncia y la búsqueda de otra opción laboral, ya que puedes entrar en un «callejón sin salida». Recordar que muchas de nosotras producimos resultados positivos en momentos estresantes, de alto riesgo, nos debe alentar a reponernos de estas situaciones traumáticas cuanto antes y a entender que crecemos de nuestros fracasos y que nuestros desafíos nos permiten hacer frente con mayor facilidad y rapidez a metas futuras.
Si crees que es necesario, no dudes en buscar apoyo de un psicólogo que pueda escucharte y darte un panorama neutral. También puedes recurrir a un coach profesional que te ayude a descubrir tus competencias. Las terapias alternativas, como el reiki, te ayudarán a superar estos momentos de otra manera y te harán sentir mejor. Lo más importante es centrarte en lo que te deparará esta nueva etapa: ahora ya sabes qué te motiva. Es momento de voltear la página y entrar a ese nuevo trabajo con la cabeza en alto. Evita contar lo que viviste, convierte esa experiencia en enseñanza y compártela. No cometas los mismos errores para convertirte en una líder de saque. Una mala experiencia laboral es parte del proceso de madurez profesional. ¡Ánimo! Errar nos hace más grandes.