Regreso de un retiro de yoga al que tenía terror de ir. No quería dormir con extrañas, no quería sacrificar mi fin de semana para cantar mantras. Cuando llegué no solo era eso, sino también un espacio ecológico con baños sin desagüe y, obvio, ducha fría. Hubieran visto nuestras caras cuando mis compañeras de cuarto y yo entramos a la habitación que nos asignaron y encontramos una araña que no pudimos matar (allí no se acepta ningún tipo de violencia). Nos mudamos de inmediato
Estuve por completo desconectada: sin Internet, televisión, sin señal en el celular. Y, ¿saben qué? No me morí, hasta puedo decir que –si no fuera por la incomodidad de algunas cosas– estuve feliz. Estuve conmigo, repitiendo –en efecto– mantras (que además canté con gran entusiasmo), haciendo yoga, aprendiendo a respirar y a conectarme conmigo, a comer sano, y escuchando algunos mensajes que hoy quiero compartir.
Pensaba que era increíble el abismo que separa las dos cosas que me apasionan, el yoga y la moda. Pensaba también que mi trabajo (en un blog, en el que me tomo fotos con tal o cual look o donde las apariencias son lo que más importa a primera vista) y esta filosofía no convivían mucho, hasta que me di cuenta de que sí. Que el canal no importa sino el mensaje.
Terminé de convencerme de que si no nos aceptamos como somos, jamás seremos felices. Debemos aceptarnos y abrazar la voluptuosidad de nuestras caderas, agradecer por nuestras piernas cortas, honrar a nuestra cara con granos. Porque todo eso, en serio, es lo que menos importa. Lo que importa se ve hacia adentro.
Ahora, claramente una debe quererse así misma y cuidarse. Ponernos lindas es parte de un ritual que nos hace bien, pero no es lo que vale en realidad. Y no, esto no es un guion de comercial de agua embotellada.
Lo que vale es cuán grande es nuestro corazón, por ejemplo, para no juzgar a alguien por su apariencia (déjalos vestirse como quieran). Lo que vale es no rendirnos ante la vanidad. Insisto, la belleza interna es la que brilla en nuestros ojos cuando los demás nos miran. Lo que vale es que si nos compramos ropa nueva porque nos encanta y no nos resistimos a las ofertas, busquemos dar lo que no necesitamos a los que no tienen. Y así, solo así, –no con la cartera Chanel ni los zapatos Prada ni el vestido del diseñador que te provoque–, seremos felices. Seámoslo siempre.