Laura Zaferson
Había una vez una niña a la que le dijeron que su vagina era un cofrecito que solo se abriría con una llave en particular. La pequeña, con más ímpetu de investigador privado que interés por el sexo, preguntó si lo que tenía que hacer era ir por la vida probando su cofre con todas las llaves que pudiera hasta encontrar la que finalmente lo abriera. La expositora de la charla, que de sexo sabía lo que un burro sabe de alfajores, envió a la muchachita donde la psicóloga del colegio y luego hizo llamar a sus padres para indicarles que su menor hija era peligrosamente precoz.
Años más tarde, en un barrio limeño no muy lejano, un grupo de niños se reunía en una casa para tratar de ver lo que pudieran del canal 78 de su servicio de cable. Por ahí se emitía la señal de Venus, un espacio lleno de programación adulta. Tanta era la curiosidad por el sexo que habitaba en ellos, que eran capaces de esperar horas hasta que el azar le diera unos segundos de nitidez a la imagen distorsionada y pudieran ver lo que parecía ser un rosado y erecto pezón. Este instante, efímero y vidrioso, los dejaba tranquilos hasta la medianoche cuando era la hora de ocultarse para mirar «Cueros» o «La Serie Rosa» y de esta manera evitar ser los ‘lornas’ del día siguiente cuando todos en el recreo hablaran de «la porno» del día anterior.
La niña detective, [y muchas niñas más], tardó largo tiempo en entender que su cofre no tenía cerrojo y que no necesita más que de su curiosidad para explorar su sexualidad. Los niños con ojos de licuadora, acostumbrados a esconderse para ver gente desnuda, recibieron sus primeras lecciones sobre sexo de la mano de una vieja película porno prestada o robada. ¿El resultado? Mujeres que tienen el NO en la punta de la lengua y hombres, cuyo primer referente sexual es un repartidor de pizzas monstruosamente dotado, que le toca el timbre a una chica en babydoll, taco aguja y uñas acrílicas. Señores de la industria pornográfica: la verdad es que ustedes nos han perjudicado. Les voy a decir por qué.
Para Roger Lara, curador de www.cosmoerotica.co, portal enfocado a promover iniciativas que vinculan arte con erotismo, la pornografía es comida chatarra: rica, rápida y poco nutritiva y justamente por eso los hombres la consumen. La magia no es un factor crucial dentro de este escenario, al menos no como la entienden algunas mujeres. Para los hombres, magia es replicar en la habitación lo que vieron en la porno. Esto, por supuesto, trae desilusiones tanto para la mujer que se ofende ante las singulares propuestas de su pareja, como también para el hombre que no entiende por qué su esposa le dice que es un puerco, cuando el pobre lo único que quiere es intentar lo que vio en el video «20 uñas» que le pasaron sus amigos de la oficina.
En su best seller «How to be a woman», Caitlin Moran señala que a pesar de que el 12% de lo que existe en la web es pornografía y de que cada segundo 28 mil personas acceden a esta información [fotos, videos, etc.], la vasta oferta que hay en Internet se ve eclipsada por su contenido cargado de estereotipos y clichés. De hecho, existe la ilusión de que en el ciberespacio es posible encontrar virtualmente lo que a uno se le ocurra. Curiosamente gran parte de videos no suelen superar los 6 minutos de duración, que es el tiempo promedio que un hombre tarda en eyacular. Lo que hasta ahora Moran no ha logrado encontrar en Internet es contenido adulto, donde se observe a dos personas teniendo sexo porque así lo desean, sin necesidad de que él tenga un pene del tamaño de un selfie stick o sin que ella se haya portado mal y pida perdón de rodillas.
Existe la creencia de que todas las chicas solo soñamos con que nos hagan el amor como se lo haría Michael Bublé a Luisana Lopilato al ritmo de «I can’t take my eyes off of you», y también se cree que lo único que los hombres quieren es tener sexo como se lo haría Kanye West a Kim Kardashian mientras oyen «Harder, Better, Faster, Stronger» de Daft Punk. Lo cierto es que existen los hombres a los que les gusta el sexo suave y romántico y también existen las mujeres a las que les provoca que les den de nalgadas y les digan cochinadas. Lo que hace falta es que aparezcan más entusiastas del cine adulto que produzcan y distribuyan material que no sea pensado en Disney pero tampoco en Mordor. Contenido que sea una expresión natural del erotismo que mucha veces nos hace falta en nuestras propias camas y que buscamos recuperar cuando nos damos una vuelta por aquel pasillo de Polvos Azules que tiene las puertas cerradas hasta la mitad o cuando accedemos a YouPorn en lugar de poner Netflix en la televisión. Cineastas y cinéfilos: pónganse las pilas.