Al cumplirse el primer siglo de nuestra vida independiente, se siente la noble emoción del más puro patriotismo. Ante la fecha histórica de tal trascendencia, ¿quién no abre su espíritu a la esperanza? ¿Quién no vislumbra la gloria?
¡Cien años transcurridos desde que el prócer inmortal, el gran argentino San Martín, anunció al mundo, con las palabras proféticas de su boca de héroe, el hecho magno de la emancipación peruana; cien años de vida autónoma que nuestro anhelo de independencia inscribió, con caracteres definitivos, en las revueltas páginas del libro de la historia! La rueda del destino giró en el seno de las horas, y la realidad de nuestras vicisitudes desbordó el torrente de sus aguas en el colmado cauce de un siglo.
¡Siglo de vida independiente del Perú, al cumplirse hoy el término de tu imperio, en el espíritu de tus hijos suena la hora grave de la meditación! Así como cada año que muere, resucita en los hombres que piensan el recogimiento, enlazando en la viviente actualidad del alma el recuerdo del pasado y las posibilidades del futuro, así los pueblos, en los centenarios de su existir, suspenden un punto la vorágine de su evolución, y en el alma de las naciones se compenetran, en amoroso patriotismo, la historia que fue y la historia que será.
Como el caminante se detiene, a veces, volviendo el rostro para apreciar la magnitud de la ruta recorrida, así los pueblos contemplan en el vasto panorama de lo pretérito la visión de sus hechos. Para eso sirve la historia, vida modelada por la vida misma, de donde surge el futuro. No en vano la llaman los cultos “experiencia de los siglos”, “ojo del tiempo” y “conciencia de la humanidad”. Porque la historia instruye a los pueblos y a los hombres, los adoctrina y los moraliza, deduciendo de lo pasado lecciones para lo porvenir. En todo tiempo y en todo lugar, los espíritus selectos consideraron a la historia como la maestra del género humano; como la escuela universal en donde jóvenes y viejos, grandes y pequeños, soberanos y súbditos, pueden cosechar el áureo fruto de una enseñanza inagotable. Y la sociología, esa fórmula científica moderna de la filosofía de la historia al enunciar las leyes de la evolución de los pueblos y el encadenamiento positivos de los fenómenos sociales, ha renovado la fe de los doctos en la posibilidad utilísima de desentrañar lo desconocido de lo conocido, y de descubrir, bajo el velo de la realidad, el mundo de las ideas y de los símbolos.
Para eso sirve la historia: archivo de lo que fue y promesa de lo que será. Y el alma nacional, en la efemérides gloriosa del centenario de la independencia del Perú, recuerda lo pasado, contempla lo actual y medita en lo provenir. Con imparcialidad ecuánime, precisa posar los ojos en la realidad histórica que revive al conjuro de la memoria en fecha tan solemne, con atención solícita y sincera, acogedora de todas las verdades y de todos los hechos, hasta de los más amargos. Porque el patriotismo esclarecido anhela el bien de la patria y se afana en lograrlo, aún a costa del sufrimiento [...].