(Foto: Archivo El Comercio)
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Es difícil –casi imposible- imaginar a un brasileño robar y fundir un trofeo que representa el triunfo y la gloria en un deporte como el fútbol, que es amado y venerado por la afición de este país.

Por eso, quizás, tuvo que ser un extranjero –el argentino Juan Carlos Hernández- el autor intelectual de la sustracción y eliminación de la Copa del Mundo Jules Rimet, burlando las escasas medidas de seguridad establecidas en la sede de la Confederación Brasileña de Fútbol.

El Comercio lo contó así hace 35 años: “Una de las más veneradas reliquias del fútbol mundial, la Copa Jules Rimet original, fue robada de su vitrina a prueba de balas y la policía dijo temer que los ladrones puedan fundir el trofeo de oro macizo”.

(Foto: Agencia)
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La estatuilla representaba a Niké, la diosa de la victoria, y sus 38 centímetros y 1.8 kilos de oro macizo reposaban en una base octogonal. Brasil la conservaba desde 1970, cuando en el mundial de México la obtuvo por tercera vez, en donde fue besada, entre otros, por el gran Pelé. La “verdeamarela” ya la había ganado en 1958 en Suecia y en 1962 en Chile.

El nombre del trofeo estaba inspirado en Jules Rimet, dirigente francés que impulsó la creación de las copas del mundo, desarrollando el balompié como un deporte profesional independiente de las disciplinas olímpicas, que lo obligaban a mantenerse en el rango amateur.

Pero la noche de hace 35 años, a un grupo de gallinazos del metal la historia, la leyenda, y el valor deportivo y simbólico de esta gema les importó muy poco. El esfuerzo de miles de futbolistas, dirigentes e hinchas que a través de los años habían soñado y luchado por poseer este trofeo fue simplemente humo. Más importante era echar mano a los aproximadamente 47.000 dólares en que estaba tasada dicha estatuilla.

(Foto: Agencia)
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Bastó un pequeño plan medianamente elaborado para ingresar al local de la Confederación Brasileña de Fútbol, quitar la urna de metal con vidrio irrompible que la protegía y salir con las manos llenas de oro y vacías de dignidad.

Los miembros de la banda –que no dejó huellas digitales- no dudaron mucho en fundir el codiciado trofeo y convertir el motivo de tantas ilusiones y jubilosas celebraciones en puro metal.

El 22 de diciembre el asegurador había ofrecido 5.000 dólares de recompensa por alguna información acerca del robo, cantidad que luego fue duplicada. Fue inútil. Para el día 28 la policía brasileña ya había perdido las esperanzas de hallar intacta la valiosa gema.

Aymoré Moreira, entrenador de la selección brasileña que campeonó en 1962, reclamó compungido que se pudo haber exhibido la copia –que ya se tenía- y haber guardado la original.

Los culpables fueron detenidos y condenados a prisión, aunque todos siempre negaron haber estado involucrados en el robo.

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