Su figura de luchador incansable contra el Apartheid en Sudáfrica lo convirtió en un ejemplo de persistencia, especialmente durante los 27 años que estuvo en una cárcel de alta seguridad en su país (1963-1990).
Cuando salió libre el 11 de febrero de 1990, de la mano de su esposa Winnie Madikizela, con quien se había casado en 1958, un nuevo mundo empezaba generarse. Al día siguiente en el Perú -en tiempos del presidente Alan García (1985-1990)-, el Ministerio de Relaciones Exteriores envió un comunicado de saludo a Mandela.
Para el gobierno aprista se trataba de un “líder histórico del Congreso Nacional Africano” y, además, un “símbolo de la lucha antirracista en Sudáfrica”. Mandela tenía una larga historia como político. Era pacífico, reflexivo, pero cuando debió ser fuerte y reacio a las manipulaciones demostró carácter y firmeza en sus decisiones.
Una historia dura y ejemplar
Había participado en huelgas y marchas desde que fue estudiante en la década de 1940, y estuvo muy vinculado desde su inicio con el Congreso Nacional Africano (CNA). Graduado en 1943 como abogado en la Universidad de Fort Hare, Mandela trabajó duramente para fortalecer el CNA porque sabía que solo la unidad de África la podía salvar del olvido y la miseria.
En la década de 1950, su actividad política fue intensa: intervino en actos de desobediencia civil, abrió el primer bufete de abogados negros en su país y adoptó la Carta de la Libertad, redactada en la clandestinidad; además, a fines de 1956, lo detuvieron con 150 personas y lo juzgaron por alta traición.
En 1961 fue absuelto de esa acusación. Entonces se radicalizó y en la clandestinidad se convirtió en comandante en jefe de “Lanza de la Nación”, un ala guerrillera del CNA. En esos años fue un soldado, un insurgente activo. Al regresar en 1962, tras su paso por Londres, Mandela fue juzgado por abandono ilegal del país, siendo condenado a cinco años de cárcel.
Tras varios juicios que buscaban acallarlo, someterlo y bajarle la moral, el líder político fue involucrado durante todo ese año de 1963 en delitos de sabotaje. Hasta que el 12 de junio de 1964 lo condenaron a cadena perpetua. Al día siguiente, entró a la prisión de Robben Island, frente a Ciudad del Cabo.
Un largo calvario
En los años 70, el gobierno sudafricano trató de persuadirlo de liberarlo a cambio de rectificar su conducta política, a lo cual Mandela se negó. Ya en la década de 1980 era una figura reconocida mundialmente, pero aun así andaba de prisión en prisión en Sudáfrica. La campaña global para liberarlo había empezado con mucha intensidad.
A mediados de ese decenio noventero, el presidente Pieter Botha lo presionó para que dejara la política a cambio de su libertad. Pese a todo, Mandela no se negó a reunirse con los políticos, y lo más probable es que el persuasivo líder negro haya convencido poco a poco a estos emisarios para que lo liberaran en poco tiempo.
En 1988 salió de prisión por razones de salud. Pero a los pocos días volvió al encierro, aunque en mejores condiciones. En 1989, un año antes de salir libre definitivamente, se reunió con el presidente Botha en su oficina.
Hubo mucha polémica entre sus partidarios por esa reunión, pues muchos la catalogan como una claudicación política. Pero Mandela siguió con esa estrategia, hasta que se citó con el nuevo presidente de Sudáfrica, Frederick de Klerk.
Un Mandela libre y eterno
Meses antes de salir de prisión, De Klerk había anunciado la legalización de las organizaciones políticas, incluso del Congreso Nacional Africano (CNA). Ya libre, Mandela, elegido vicepresidente del CNA, fue testigo de la derogación de la ley de Apartheid en 1991. Ese año fue nombrado presidente del CNA.
Los años 90 fueron de condecoraciones y reconocimientos internacionales como el premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional (1992) y el premio Nobel de la Paz, junto al presidente Frederick de Klerk (1993). Hasta que en abril de 1994, con gran apoyo popular, fue electo presidente de Sudáfrica.
En 1999 acabó su mandato, pero ya estaba enfermo de un cáncer de próstata. Se retiró también del CNA y de la política activa. Mandela se encaminaba así hacia el siglo XXI como una leyenda viva, como un hombre de su tiempo, radical y pacífico, lo cual en su caso era una aparente contradicción.
En el 2003 creó una fundación en apoyo a los enfermos de SIDA; y al año siguiente, en junio, anunció su retiro de la vida pública. Vivió tranquilo, reposado y rodeado de altos honores y popularidad. Por sus 90 años, en el 2008, se hicieron conciertos de paz en su nombre.
Cuando se cumplieron los 20 años de su liberación, en el 2010, Mandela publicó el libro “Conversaciones conmigo mismo”. Luego disfrutó mucho que el mundial de fútbol se hiciera en su país ese mismo año. Los aplausos no cesaban en los estadios donde pudo ir.
Pasó el 2012 en su casa de Johannesburgo. Y su último año de vida, ese 2013, iba y venía del hospital siempre con problemas pulmonares. Estaba apagándose su voz sabia.
El 5 de diciembre de 2013, el expresidente de Sudáfrica, Nelson Mandela, murió a los 95 años. Si alguien pensó o escribió cómo debe ser la vida de un hombre, con seguridad imaginó miles de veces que ese hombre era Nelson Mandela.