(Foto: Archivo Histórico El Comercio)
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Carlos Batalla

Era republicano y escribía sus propios discursos. Nixon se demoraba para redactar un discurso importante una semana, confesó Rose Mary Woods al “Saturday Evening Post”. Woods era su secretaria privada desde los tiempos del Congreso en 1951.

En esa nota, semanas antes de su visita al Perú, Woods declaró que Nixon solo se enojaba, especialmente consigo mismo, cuando preparaba esos discursos. Era un perfeccionista. Le gustaba caminar mientras hablaba, tanto que ella debía ir al trote para seguir con el obligado dictado. Nada parecía detenerlo en 1958, cuando era vicepresidente del gobierno estadounidense de Dwight D. Eisenhower (1953-1961).

Pulcramente vestido con terno gris y corbata clara, con una formalidad en el saludo y el protocolo, el vicepresidente Richard Nixon llegó a Lima, el 7 de mayo de 1958. Por esos años propugnaba una agenda que incluía la inversión privada y el intercambio comercial en todo el mundo. En sus recientes viajes, había minimizado el papel del Estado y más bien reivindicado el papel de la inversión extranjera, cuyo objetivo era “crear nueva riqueza en lugar de explotar a un país que comienza a desarrollarse”.

El inquieto Nixon permaneció entre nosotros unas 48 horas; dos jornadas nutridas de visitas, agasajos, reuniones y recepciones. Lo acompañó su esposa Patricia (“Pat”) Ryan de Nixon, la cual realizó, por su cuenta, visitas a casas de niños abandonados de la capital.

(Foto: Archivo Histórico El Comercio)
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En Lima, entre aplausos y pifias

El miércoles 7 de mayo, a las 11 de la mañana, el aeropuerto de Limatambo estaba rodeado de miembros de seguridad nacionales y extranjeros. Había mucha expectativa por la llegada del vicepresidente Nixon, especialmente en el sector empresarial.

Nixon no fue recibido por el presidente peruano Manuel Prado Ugarteche, sino por su similar: el vicepresidente Luis Gallo Porras. Tras un breve discurso en que dio los saludos del presidente Eisenhower, y sus declaraciones a la prensa -donde repitió la frase “El mundo de mañana está en nuestras manos”-, el invitado de honor fue conducido al Centro de Lima. Allí dio unos pasos por la plaza San Martín, bajo la curiosidad del público limeño, y cruzó la puerta del Hotel Bolívar. Luego de un breve descanso, se dirigió en auto de lujo descapotado por el jirón De la Unión hacia el Palacio de Gobierno. Lo esperaba el presidente Prado.

En ese trayecto recibió el saludo y aplauso de un gran sector del público limeño, más allá de algunas pifias o gritos en contra de su presencia en el país, en verdad, nada que un sabroso almuerzo en Palacio de Gobierno no le hiciera olvidar. A media tarde, Nixon colocó una ofrenda floral en el monumento del mariscal Ramón Castilla, frente a la iglesia La Merced, en la esquina del jirón De la Unión con Antonio Miró Quesada.

(Foto: Archivo Histórico El Comercio)
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Aquella escena protocolar, que no era más que otras vividas en el itinerario de Nixon, fue gratamente alterada por una niña pequeña, de unos cinco años, que aprovechó que el político había dejado las flores al pie de la estatua de Castilla, para colarse entre la seguridad y, frente al vicepresidente norteamericano, entregarle como regalo de su familia, una caja de manjar blanco. “Es manjar blanco de Huancayo”, advirtió la niña con timidez. El gesto conmovió a Nixon y rápidamente compartió el dulce andino con su esposa “Pat”.

Pero no había minuto que perder para el hiperactivo vicepresidente. Ese 7 de mayo realizó una visita al antiguo local del Instituto Cultural Peruano-Norteamericano (ICPNA) del Centro de Lima, donde además de elogiar el encomiable trabajo de difusión del idioma inglés en el Perú, anunció una donación de un millón 600 mil soles para la construcción del nuevo local del ICPNA (en 1960 se inauguró el moderno local Lima Centro, en el jirón Cusco, a media cuadra de la avenida Abancay).

El resto de la tarde de su primer día, Nixon lo pasó en el hotel, recibiendo al presidente del Senado y otros políticos nacionales. La noche empezó con una recepción en la embajada norteamericana y luego se dirigió a un banquete ofrecido por el vicepresidente Gallo Porras, en su residencia de San Isidro. A altas horas de la noche, Nixon abandonó el agasajo limeño, para irse a descansar al Bolívar, entonces convertido en el bunker de la autoridad estadounidense.

(Foto: Archivo Histórico El Comercio)
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El día que San Marcos se hizo sentir

Esa primera jornada de relativa normalidad, cambió totalmente al día siguiente, el jueves 8 de mayo. Muy temprano, Nixon sostuvo entrevistas en privado en el mismo hotel. A las 10 de la mañana, todo se inició con su presencia en el monumento del general José de San Martín, en la plaza del mismo nombre. Desde ese instante, el rechazo universitario mantuvo a raya al vicepresidente norteamericano.

La seguridad de Nixon tuvo doble trabajo desde esa hora, y empeoró cuando él y su comitiva decidieron ir a pie hasta la Casona de San Marcos, en el Parque Universitario, a unas cuadras de donde se hallaban. Por más que trataron de dialogar, el rechazo estudiantil sanmarquino fue tan intenso y agresivo que Nixon no tuvo más remedio que retroceder ante la turba.

Los universitarios estaban encendidos, rabiosos e intransigentes. Las autoridades de la Decana de América no pudieron evitar que sus estudiantes más politizados, de tendencia aprista y comunista, rechazaran al invitado especial. Nixon, un experto en el manejo de esas situaciones estudiantiles (ya había pasado por lo mismo en algunos Estados de su país), se mantuvo en tensa calma, pese a las frutas, piedras y escupitajos que le llovieron. Solo atinó a decirles, con un mucho valor: “¿Por qué le temen a la verdad?”, lo que fue tomado por la masa estudiantil como una provocación.

Debía no solo hacer un recorrido por la antigua Casona y el propio Parque Universitario sino también reunirse allí con los líderes universitarios y también con algunos atletas peruanos. Pero todo se frustró. Nixon se sintió retado tanto como la Policía peruana que arremetió contra los revoltosos. Estos llegaron, incluso, a destruir el arreglo floral que Nixon había dejado en el monumento a San Martín. La prensa peruana, casi de forma unánime, condenó los actos de violencia de ese día.

Al día siguiente, el 9 de mayo, cuando ya Nixon estaba en Quito, el propio presidente Eisenhower envió a su vicepresidente un mensaje de elogio por su “valor, paciencia y calma” frente a una turba de estudiantes altamente politizados. Los medios de prensa norteamericanos, como el “New York Times”, coincidieron con el mensaje del primer mandatario estadounidense, reconociendo el valor del señor Nixon “en varias ocasiones”.

(Foto: Archivo Histórico El Comercio)
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Las horas finales de Nixon en el Perú

Ese día la violencia dominó las calles del Centro de Lima. Nixon se alejaría del tumulto y seguiría su itinerario en el local del Club de la Banca y Comercio entonces en el jirón Lampa, donde se citó con representantes de la Sociedad Nacional de Minería y Petróleo y de la Sociedad Nacional Agraria. Almorzó rodeado de banqueros y empresarios, hasta que llegó la hora de visitar la imponente Catedral de Lima, en la Plaza de Armas.

Con certeza esa visita fue un respiro para Nixon que calmó su espíritu desairado horas antes. Aunque no estaba programado, hizo una visita fugaz al puerto del Callao, donde su gobierno auspiciaba una serie de obras portuarias; al caer la tarde, enrumbó al hotel para descansar un poco; luego dio una conferencia de prensa alrededor de las seis de la tarde, en el Salón América del Bolívar.

Tras responder las preguntas del gremio periodístico nacional y extranjero, Nixon no pudo dejar de pensar en el Canciller peruano Raúl Porras Barrenechea, quien lo esperaba en el Palacio de Torre Tagle. Fue a verlo. En seguida se entrevistó con el ministro de Hacienda, Augusto Thorndike Galup. Ya de noche, regresó al hotel.

(Foto: Archivo Histórico El Comercio)
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Pero su descanso fue interrumpido por sus asistentes, pues debía ir a las 9 de la noche a un banquete que él ofrecía en honor a su anfitrión, el presidente Prado. La cena se realizó en la embajada norteamericana. No hubo, esta vez, fotógrafos ni reporteros en ella. Hacia la medianoche, ya con los últimos brindis, los invitados norteamericanos se retiraron a descansar.

El viernes 9 de mayo, muy temprano, a las 6 de la mañana, Nixon, su esposa “Pat “ y toda su comitiva salieron del céntrico Bolívar hacia el aeropuerto de Limatambo, para enrumbarse a la ciudad de Quito (Ecuador), y de allí seguir a Bogotá (Colombia) y, finalmente, Caracas (Venezuela), donde también tuvo un fuerte rechazo popular.

Así cerró su recorrido por el sur del continente americano quien sería presidente de los Estados Unidos de América entre 1969 y 1974, año en que renunció a ese alto cargo debido a las consecuencias del escándalo de ‘Watergate’.

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