Miembro de la Congregación de la Compañía de Jesús, monseñor Luis Bambarén nació el 14 de enero de 1928, en Yungay, Ancash. Se ordenó sacerdote en Madrid, España, el 15 de julio de 1958, a los 30 años. Y diez años después, en 1968, fue consagrado obispo en Chimbote. Pero había algo que lo caracterizaba aún más: cuando alguien le pronunciaba la palabra “Yungay”, la mirada del monseñor se inundaba de dolor y esperanza a la vez. Su memoria volaba a una escena del 3 de junio de 1970, tres días después de la tragedia. Él estaba en Chimbote, donde también la muerte y el horror se regodearon con la población, cuando llegó un avión con noticias de lo que pasaba en el callejón de Huaylas. Lo que le dijo el piloto fue para estremecerse de pena, tristeza, angustia: “Padre, Yungay ya no existe”.
A partir de ese día, la peor noticia se confirmó en todo el Perú y el mundo. El Comercio tituló en su portada, en grandes letras: “30 mil son nuestros muertos”. El escenario era peor que cualquier guerra que se haya dado en ese momento. El Gobierno Militar declaró ocho días de duelo nacional.
Sobreponiéndose al dolor, Bambarén, quien daría su vida por aliviar el dolor de los pobres, tomó la decisión de llevar ayuda espiritual y material a todos los damnificados, que ya imaginaba serían miles de miles. Ayudó al gobierno militar porque en ese momento no importaba si lo fuera, no importaba si era una dictadura, lo que le importaba a Bambarén era apoyar, levantar al herido, al sufriente, al abandonado. Niños sin hogar, familias separadas por la desgracia, estaban en la mirada fija del sacerdote de 42 años.
Como miembro de la Comisión de Reconstrucción y Rehabilitación de la Zona Afectada, Bambarén apoyó en la reconstrucción de la ciudad de Yungay. Contó la historia en una nota de El Comercio, el 29 de mayo de 2010, a dos días de cumplirse 40 años de la tragedia. Monseñor dijo entonces que la nueva Yungay se constituyó a partir de la llegada de comuneros que vivían en las estancias y los caseríos de las alturas de la ciudad. Allá, en las zonas altas, lo habían perdido todo.
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Para el domingo 7 de junio de 1970, mientras el papa Paulo VI, en plena Plaza de San Pedro, luego del Ángelus, enviaba a los peruanos un saludo fraternal y de esperanza ante esos momentos de dolor (ese mismo Papa que lo había nombrado `Obispo de los Pueblos Jóvenes’); Bambarén, en el mismo sitio del espanto yungaíno, contaba los 300 sobrevivientes, casi todos niños, que no se quedaron en la nueva Yungay, ya que eran huérfanos y el Estado lo acogería fuera del departamento.
Bambarén, el recordado Obispo Emérito de Chimbote, detallaba a El Comercio en el 2010 que los primeros meses de la tragedia del 70 no pudieron evitar que la gente viviera en carpas y módulos; incluso en 1971, hasta que se fueron construyendo las casas de madera con donativos de dentro y fuera del país.
Así era este hombre religioso, de iglesia, de verdadero espíritu solidario; así era este hombre de servicio al prójimo, fuerte y ético. Así era Luis Bambarén Gastelumendi. Descanse en paz, monseñor.
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