Aquel viernes 3 de marzo de 1984, unos cien presos traídos de los penales Lurigancho y El Sexto estaban en la carceleta del Palacio de Justicia para rendir instructiva. Mientras esperaban su turno, cinco peligrosos delincuentes, comandados por Eduardo Centenaro Fernández - alias “Lalo”- y Luis García Mendoza - alias “Pilatos”-, ponían en marcha un plan de fuga.
Los momentos de tensión comenzaron cerca de las dos de la tarde en los pasillos de la carceleta. Centenaro Fernández despojó de su arma al teniente de la Guardia Republicana (GR) César Erasmo Quispe Yauri. Sus cuatro cómplices redujeron al vigilante Antero Limo Basombrío. Una botella rota y un bisturí fueron las armas que utilizaron para capturar a los custodios.
Los delincuentes llevaron a Quispe y Limo al tópico de la carceleta. Hasta allí llegaron el fiscal Benjamín Madueño, el viceministro de Justicia Federico Tovar Freyre quienes junto al comandante GR Oscar Reátegui Jarama y el director de la carceleta Ernesto Chunga negociaron con “Lalo” y sus cómplices.
No pidieron millones de soles ni un helicóptero para escapar, solo un auto con el tanque lleno de gasolina, obviamente llevando a los rehenes como escudos humanos. Estas condiciones no fueron aceptadas por las autoridades.
Las horas pasaban y las negociaciones no rendían frutos. Una unidad de bomberos y francotiradores llegaron a las inmediaciones del Palacio de Justicia. Las fuerzas del orden planeaban provocar un apagón para luego inundar la carceleta y así tomar el control. Se pidió a los fotógrafos no utilizar el flash de sus cámaras. Corría el rumor que se utilizaría gas para obligar a salir a los delincuentes. Pero nunca se ejecutó el plan. Al borde de la medianoche intervino Hubert Lanssiers, quien era el sacerdote de los penales San Jorge, Santa Mónica, entre otros. Sus gestiones no fueron exitosas.
Durante la madrugada del sábado, efectivos de la GR usaron potentes reflectores y motores para provocar ruido. El objetivo era mantener despiertos a los delincuentes y lograr que desistan por cansancio. Sin embargo, “Pilatos” dio plazo hasta las 6:00 a.m. para que los dejen fugar, amenazando con cortar los dedos y orejas de sus rehenes. Con el correr de las horas, los delincuentes empezaron a pedir garantías para sus vidas y que las cámaras de televisión fueran testigos de las negociaciones. Sin embargo, los esfuerzos fueron en vano.
Por la mañana, el periodista de El Comercio Javier Ascue Sarmiento logró infiltrarse en la carceleta y observó paso a paso lo que sucedió desde las 11:00 a.m. hasta las 04:45 p.m. que terminó este intento de fuga.
“Cuando todo hacía prever que los hechos derivarían en un sangriento final, ante los preparativos para lograr la liberación del vigilante y el teniente, inesperadamente llegó la rendición de los peligrosos delincuentes. A viva voz, cuando eran las 4:25 p.m, “Pilatos” solicitó la presencia del fiscal Benjamín Madueño Yansey y del comandante GR Oscar Reátegui para entregarles a los rehenes y el revólver que habían arrebatado al oficial”, relató Ascue en un amplio informe publicado en la edición dominical.
En total fueron cinco diálogos que sostuvieron los delincuentes con las autoridades. El comandante Reátegui, quien era asesor de los penales, ofreció su palabra de que se respetarían sus vidas, siempre y cuando liberaran a los rehenes.
En un ambiente tenso, los delincuentes aceptaron el acuerdo y entregaron el revólver Taurus calibre 38 del guardia. Primero fueron trasladados a la celda principal y de allí al penal El Sexto.
En medio de aplausos de sus compañeros fue sacado en vilo el teniente Quispe quien no estaba de servicio cuando fue secuestrado. A los pocos minutos, aun pálido y muy cansado, el vigilante Limo fue el último en abandonar el tópico. Ambos recibieron atención médica.
Las investigaciones concluyeron que Centenaro Fernández intentó fugar porque se enteró de un posible traslado de varios presos, entre ellos él, a las cárceles de Cachiche y Huancavelica. En 1981 “Lalo” fue uno de los delincuentes que participó en el intento de asesinato del ex ministro de Justicia Enrique Elías Laroza cuando hacía una inspección en El Sexto. Su último intento de fuga ocurriría el 27 de marzo de 1984. Junto a “Pilatos” perpetraron el más sangriento motín en la historia de los penales en el Perú. Ambos morirían en su ley.