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Año Nuevo: así fue la primera misa en español en la Catedral de Lima en los años 60
El 31 de diciembre de 1964, los peruanos fuimos testigos de una misa inusual. En ese tiempo, las misas se daban aún en latín, pero las cosas cambiaron en aras de una mejor comunicación con la creciente feligresía católica. Esa fue la primera vez en el Perú que se escuchó una misa completa en idioma español.
El año de 1964 trajo, como siempre, buenas y malas noticias en el Perú y el mundo. Ocurrió la tragedia del Estadio Nacional de Lima y sus 300 víctimas; el incendio del Mercado Central; el papa Paulo VI viajó en un jet; se dieron a conocer las primeras fotos de la Luna, y El Comercio cumplió 125 años de vida institucional. Pero lo que ocurrió en la Catedral de Lima, y en otras iglesias y parroquias, el último día de ese año, el jueves 31 de diciembre de 1964, fue inédito, aunque hoy nos parezca cotidiano: se dieron las primeras misas en español y ya no en la vieja lengua de los latinos.
Desde un comienzo, la Iglesia católica indicó que esta “nueva misa” –que incluía varias reformas en la misma celebración litúrgica– se hacía para motivar a los fieles creyentes a dejar de ser “meros espectadores” y convertirse en participantes activos de la misa.
De esta forma, se ponía en práctica lo ordenado por el Concilio Ecuménico Vaticano II y lo que autorizó el Papa Paulo VI, a partir de lo cual el Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam) elaboró una nueva versión para la misa. La nueva liturgia debería ser en el idioma usual de las propias comunidades de feligreses, ya no en latín como se venía haciendo.Este era un paso primordial en el objetivo de llevar la palabra de Dios, esto es, su mensaje de amor y caridad, a un mayor número de fieles.
Un segundo objetivo en tal reforma fue incentivar la participación más activa de los feligreses en la liturgia. La Iglesia era de la gente, así como su liturgia; no se podía seguir pensando que esta era solo una cuestión de los sacerdotes y religiosos en general, porque lo que se quería remarcar era que la liturgia era una acción de la comunidad; es decir, era una responsabilidad tanto de sacerdotes como de laicos.
Ante tal acontecimiento, que remecía los cimientos de la Iglesia católica, El Comercio entrevistó al entonces secretario de la Comisión Arquidiocesana de Liturgia, R.P. Jorge Álvarez Calderón, quien detalló que esto implicaría “un cambio de mentalidad, pero que será saludable. No podrá ser inmediato sino lento, hasta que todos los fieles adquieran la conciencia de su verdadera misión, como integrantes de la Iglesia”.
La nueva misa en español: la Catedral de Lima
Esa noche, la última de 1964, a las 11.00 pm., en la Basílica Catedral de Lima, el ejercicio de la Hora Santa fue realizado por el párroco del Sagrario, monseñor Zacarías Untiveros. Al borde de la medianoche, y con un público creyente que llenó la nave central, el Arzobispo de Lima y Primado del Perú, el cardenal Juan Landázuri Rickkets ofició “la primera misa en castellano, de acuerdo a la nueva liturgia”, reseñaba el diario El Comercio.
Asistieron al cardenal Landázuri, los canónigos monseñor Zacarías Untiveros y Óscar Vidal, así como sus respectivos secretarios. Desde el púlpito, el R.P. Jorge Álvarez Calderón cumplió la labor de “comentador”, esto es, dirigió las respuestas de los fieles en el diálogo con el celebrante (el que celebra la misa); y, por partes, hacía con este el recitado de la misa.
Luego del Evangelio, la homilía de monseñor Landázuri trató sobre el significado del advenimiento del Año Nuevo. En ese momento del acto litúrgico pidió que reinara la paz entre los pueblos y en el corazón de todas las personas.
Fue un primer ensayo, que sirvió a modo de “misa modelo”; Landázuri se lució muy ilustrativo, didáctico, demostrando con su exposición al público las ventajas de la nueva liturgia y haciéndole saber que el “santo sacrificio” merecía ser recibido por el creyente de una forma cercana y familiar.
Al igual que en la Basílica Catedral de Lima, también en la Basílica del Rosario (Santo Domingo), en María Auxiliadora y en San Francisco de Asís, luego del rezo de la Hora Santa, a las 11 de la noche, se ejecutó a la medianoche la misa en español, según las nuevas normas de la liturgia. Pero no solo ocurrió eso en estas notables basílicas de Lima. La fórmula: Hora Santa y misa en el idioma de Cervantes se replicó en numerosas parroquias de la capital.
En las parroquias de la Inmaculada, San Lázaro, Santa Ana, San Martín de Porres, Virgen del Pilar, Huérfanos, Desamparados, San Felipe, San José, Cocharcas y otros templos, se pudo también testificar ese cambio importante que se estaba dando aquel 31 de diciembre de 1964.
La nueva liturgia implicaba por lo visto cambios en los procedimientos. Por ejemplo, en la misa los fieles depositarían en un copón las “sagradas formas” (hostias) sin consagrar, cuando estuvieran dispuestos a comulgar; luego el monaguillo entregaría al sacerdote, en el altar, frente al público, el copón para que las hostias sean consagradas. Los fieles recibirían la comunión con las hostias que ellos mismos habían depositado en el copón, debidamente consagradas por el celebrante (sacerdote).
En ese instante, el sacerdote le diría simplemente: “El Cuerpo de Cristo” y el comulgante respondería: “Amén”. La figura del comentador, que podía ser un laico, sería el canal entre el público y el sacerdote, y dirigiría a los fieles en las debidas respuestas al celebrante durante la misa. Así, las autoridades eclesiales en el acto litúrgico no perderían vínculo y contacto directo con el pueblo creyente. Todo empezó esa noche, víspera del Año Nuevo 1965.
En la Catedral de Lima, esa noche histórica en que se escuchó toda la misa en español, el Arzobispo Landázuri, en su esperanzadora homilía, remarcó que el año de 1965 debía venir “con paz, prosperidad, bienestar y felicidad”.
“En términos sencillos, pero significativos, el Príncipe de la Iglesia hizo público su deseo para que nuestra patria inicie en el presente año, un periodo basado en la justicia, en la verdad y en la caridad de Cristo”, decía El Comercio del 1 de enero de 1965. Así pasó ese día histórico para la comunidad de creyentes católicos en el Perú, en medio del bullicio de los juegos pirotécnicos, los brindis, las cábalas y los abrazos entre familiares y amigos.
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