La grave situación de la tuberculosis en el Perú
Pocas enfermedades retratan con mayor evidencia las condiciones socioeconómicas de una nación. Es el caso de la tuberculosis. Los países que tienen las cifras más altas de casos nuevos en un año (incidencia) son aquellos con graves problemas de pobreza, abandono, hacinamiento, desnutrición, infecciones por el VIH y abuso de drogas. Es chocante saber que un reporte de la Organización Panamericana de la Salud del 2016 ubica al Perú en el primer lugar en incidencia de tuberculosis en la América continental –el primero en toda la región americana es el país caribeño de Haití–.
¿Cómo se puede interpretar esa triste realidad? ¿Será que el Perú es el más pobre y con peores indicadores de desigualdad social del continente americano? ¿Será que los programas estatales de control de la enfermedad han fallado estrepitosamente y han dejado que eso ocurra? ¿O quizás son ambas cosas?
Un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) del 2009 trata de responder a esa pregunta y concluye que la incidencia de la enfermedad es consecuencia de un delicado equilibrio entre ambos elementos. Por un lado, tienes problemas de desigualdad social –expresados en baja puntuación en el índice de desarrollo humano, bajo acceso de la población al agua potable y una alta mortalidad infantil–; y por el otro, la eficiencia de los programas estatales de control de la enfermedad.
Esa conclusión reafirma el antiguo concepto de que –al ser una enfermedad de raíces profundamente sociales– la tuberculosis no debe ser vista como el mal de una persona, sino más bien como el de una sociedad.
En otras palabras, la lucha contra la tuberculosis debe incluir ambos elementos: un efectivo y bien financiado programa gubernamental de control de la enfermedad, y un efectivo y bien financiado programa de provisión de agua potable y corrección de pobreza, desnutrición y condiciones de vivienda. A eso se le llama una política de Estado, y al parecer el Perú no la tiene.
Un reciente informe de la Contraloría de la República (759-2017-CG/DEMA) denuncia las deficiencias del primer elemento: la efectividad del programa de control de la tuberculosis del Ministerio de Salud (Minsa) en Lima Metropolitana. Lamentablemente, el trabajo no aborda el segundo elemento.
El informe de la contraloría es lapidario para la División de Control y Prevención de la Tuberculosis del Minsa. Si los directores y funcionarios de ese programa hubieran sido trabajadores de alguna empresa privada, estoy seguro de que –al enterarse del informe– el CEO hubiera despedido inmediatamente a todos los responsables del programa.
Por ejemplo, ese programa tuvo como misión fundamental que durante el 2016 se disminuyera –con respecto al año anterior– el número de casos nuevos de tuberculosis en 1.500. Los burócratas del Minsa no solamente incumplieron su misión de hacer que los casos nuevos disminuyeran, sino que permitieron que aumentaran en 500 durante el 2016. ¿Se imagina que eso hubiese sucedido en una empresa privada?
Para explicar ese enorme fracaso del Minsa, el informe de la contraloría señala que el programa no detecta los casos nuevos de la enfermedad en los vecindarios, que en aquellos pacientes identificados no se están haciendo las pruebas de diagnóstico adecuadas, y que en vez de que los médicos tengan el resultado de los exámenes en tres días, los laboratorios se demoran hasta 18 días.
Con respecto al tratamiento, el informe concluye que, además de no estar recibiendo sus medicinas a tiempo, los pacientes no obtienen las medicinas completas, y que no se supervisa que los pacientes finalicen por completo su tratamiento. Este último hecho es muy grave porque permite que se desarrollen las peligrosas cepas de bacterias multirresistentes (MDR) y extrarresistentes (XDR) a los antibióticos. Estas no solo van a originar graves complicaciones en las personas, sino también enormes gastos en el sistema de salud.
El tratamiento completo de una tuberculosis sensible a antibióticos durante seis meses (felizmente, la gran mayoría de casos) cuesta unos 1.000 soles. Si el caso es de una tuberculosis MDR, el costo puede elevarse a 50.000 soles, y si el caso es de una bacteria (XDR), el valor es astronómico –nuevos medicamentos, que deben tomarse por 24 meses, pueden costar entre 200 y 600 soles diarios–, sin contar el costo de las cirugías pulmonares, que bordean los 200.000 soles cada una.
—COROLARIO—
En una de las clases de mi maestría de salud pública, nos mostraron unas diapositivas que pueden aplicarse al control de la tuberculosis en el Perú y en el informe de la contraloría. En la primera gráfica, se mostraba a un individuo sentado a la orilla de un río mirando cómo pasaban los cuerpos de personas ahogadas. Como algunos estaban con vida, el hombre pide ayuda para sacarlos del río, y monta un puesto de primeros auxilios. Como los casos aumentaban, el siguiente dibujo mostraba múltiples puestos de campaña con camas para los sobrevivientes. Luego, se vio a una persona que corre río arriba, que al ser recriminada por los médicos, pues los estaba abandonando, dice: “Voy a ver quién está tirando a esa gente al río, para así ver si podemos corregir el problema desde su raíz”.
Esa analogía puede usarse para el control de la tuberculosis y otras enfermedades sociales en el Perú. Es decir, no centrarse exclusivamente en la construcción de puestos de campaña a la orilla del río, sino saber quién y por qué se lanza la gente al río, para luego solucionar ese problema.