Un Regalo Inesperado
El 20 de setiembre fue el primer domingo de cuarentena en que se permitió a los ciudadanos salir a las calles, quedando restringido el tránsito vehicular, como parte de los esfuerzos del gobierno para limitar el contagio durante la pandemia. Ese domingo, Lima se transformó en una ciudad que nunca antes habíamos visto: una ciudad tranquila, sin otros ruidos que no fueran las risas, las conversaciones, el canto de los pájaros, el sonido de las olas en la Costa Verde.
Los limeños salieron a las calles en bicicleta, en patines o a pie, volando cometas, paseando con sus perros, corriendo o simplemente caminando solos o en familia. Fue una experiencia única en donde por primera vez desde la invención del vehículo a motor, toda las calles se convirtieron en un inmenso espacio peatonal.
Hace dos años, la Galería Storefront for Art and Architecture de Nueva York (teniendo como curadores locales a Ernesto Apolaya, Claudio Cuneo y Jorge Sánchez) eligió a Lima para realizar las “Cartas al Alcalde”, evento que ya había motivado a alcaldes de las principales ciudades del mundo a escuchar propuestas que los arquitectos, en su rol ciudadano y profesional, tenían para mejorar la ciudad.
En mi carta, proponía al futuro alcalde instaurar el Día de Lima, para que los ciudadanos nos regalemos un día al año libre de vehículos motorizados, en donde los limeños fuésemos los protagonistas de la ciudad. Un día en donde las calles se vuelven verdaderos espacios compartidos, donde podemos imaginar jugar fulbito, organizar con los vecinos un mercadito o feria, convertir una calle en plaza, organizar juegos distritales llevando el deporte a la calle o simplemente sacar las sillas de casa a la calle para conversar tranquilamente con el vecino de al lado.
Al momento de escribirlo, pensaba que proponer algo tan difícil que casi no podríamos imaginar posible, sería un buen modo para motivar el inicio de la reapropiación de Lima por sus ciudadanos. Y, como era de esaperar, esto nunca se llevó a cabo…
Hasta que la pandemia obligó al gobierno central a hacerlo, por motivos y con objetivos muy distintos, pero superando todas las expectativas que tenía yo al proponerlo en mi carta. Ese 20 de setiembre se demostró que sí es posible, cuando volvamos a la nueva normalidad, ir mucho más allá de la peatonalización temporal de alguna que otra vía en algunos pocos distritos privilegiados.
Si una de las carencias más importantes que tiene nuestra ciudad es la de ofrecer espacios públicos democráticos e inclusivos, no es una opción descabellada la de cambiar temporalmente la agresividad de las calles limeñas por un espacio tranquilo, seguro, convivial y lúdico, que nos permita a los limeños imaginar que cambiar nuestra ciudad a mejor es posible.
En muchas grandes ciudades del mundo y con climas menos benignos, la circulación de vehículos se restringe todos los domingos durante algunas horas, convirtiendo sus avenidas en espacios públicos peatonales, con el objetivo final de ir acostumbrando a los ciudadanos a la reducción paulatina (pero permanente) de las vías vehiculares, dándole más ancho a las veredas, incorporando ciclovías e incentivando el remplazo del vehículo motorizado por la bicicleta como medio de transporte, superando su rol común de actividad meramente recreativa.
El 20 de setiembre fuimos, involuntariamente, más allá de lo que cualquiera de estas ciudades han hecho, peatonalizando todas las calles y avenidas. Algunos se dieron cuenta de este gran regalo involuntario al ciudadano, mientras que los medios informativos se enfocaron en los riesgos de contagio que la concentración masiva de gente tuvo en los lugares comerciales.
Ese domingo fue una pequeña prueba de que mejorar la calidad de vida de los ciudadanos (al menos en los espacios públicos) no es tan difícil como imaginamos. Si hemos sido capaces de transformar -instantáneamente y durante un día entero- una ciudad de 10 millones de habitantes en un espacio peatonal, podemos imaginar sin mucho esfuerzo el hacerlo los domingos por la mañana en nuestra nueva futura normalidad. También podemos empezar a imaginar que anchar y prolongar veredas y ciclovías, plantar árboles a lo largo de ellas y reducir el ancho de los carriles vehiculares para bajar su velocidad -limitando así el poder absoluto que tiene el vehículo motorizado hoy- no es tan descabellado como suele parecer.
Sobre todo, nos ayuda pensar que esto no sólo es el privilegio de algunos distritos, sino que es posible hacerlo en todo Lima, transformándola completamente con un presupuesto muy limitado.
Sandra Barclay
Estudio: Barclay&Crousse