La coca y el glifosato
Todos hemos oído hablar del glifosato. Es el herbicida más usado del mundo y muy asociado con los cultivos transgénicos, aunque también se aplica en la agricultura convencional.
Fue sintetizado por primera vez en la década de 1950 por la compañía Stauffer Chemical, quien la patentó en 1964 como un agente quelante (con capacidad de capturar y remover metales del agua). En 1970, la compañía Monsanto sintetiza la misma molécula y otras decenas de derivados de manera independiente para usarlos en el ablandamiento del agua. Dos de ellos mostraron una ligera actividad herbicida (capacidad de matar a las plantas). En 1971 se obtenía un análogo mucho más potente, el cual fue patentado y formó parte de la formulación de su producto bandera: el herbicida RoundUp. La patente del glifosato expiró en 1991 y hoy en día muchas compañías lo producen.
En la década de 1980, Monsanto empieza a comprar pequeñas empresas biotecnológicas, especialmente, aquellas orientadas hacia la agricultura, con el fin de expandir sus negocios. En los noventas compra Agracetus quien ya había desarrollado cultivos transgénicos que precisamente eran tolerantes al glifosato.
Al tener una estructura similar a la glicina, el glifosato interfiere con la enzima responsable de la síntesis de otros aminoácidos esenciales para la planta, como son la fenilalanina, el triptófano y la tirosina, provocando su muerte. Por ello, es muy usado en la agricultura para acabar con las malas hierbas.
Como los cultivos transgénicos de soya, maíz y algodón no eran afectados por este herbicida —poseían la enzima de una bacteria que suplía la función de la que era afectada— se extendieron rápidamente en Estados Unidos, Argentina y Brasil. Los agricultores podían dispersar el herbicida por todo el campo de cultivo desde una avioneta, facilitando así el manejo de las malezas.
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A inicios de este milenio, Colombia y Estados Unidos empezaron a financiar la erradicación de los cultivos ilegales de coca a través de fumigaciones con glifosato desde avionetas. Como era de esperar, esto trajo grandes conflictos sociales en las zonas intervenidas. Mucha gente se veía expuesta directamente al herbicida. Además, no se contaba con planes de desarrollo alternativos para aprovechar las zonas liberadas. Nos guste o no, la coca vale mucho más que el café o el cacao y es mucho más fácil de cultivar. Esto provocó que los resultados no fueran los esperados en los primeros años. Sin embargo, con el tiempo se fueron solucionando ciertos problemas y las áreas destinadas a este cultivo ilegal disminuyeron gradualmente, tanto así que el Perú pasó a ser el primer productor de coca del mundo en el 2012.
En marzo de 2015, la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC), una institución especializada de la Organización Mundial de la Salud (OMS), catalogó al glifosato como “probablemente cancerígeno para humanos” (clasificación 2A). Debemos recordar que esta clasificación no mide el nivel de riesgo ni que tan fuerte es esta asociación, es decir, no indica qué cantidad de glifosato incrementa el riesgo de padecer de linfoma no-Hodgkin (un tipo de cáncer). La clasificación 2A establece que hay limitada evidencia de carcinogenicidad en seres humanos pero suficiente evidencia en animales de laboratorio.
Como consecuencia de este anunció, el 14 de mayo de 2015, el presidente colombiano Juan Manuel Santos, decidió frenar el uso de glifosato para la erradicación de los cultivos ilegales de coca. También estableció un periodo de transición para reemplazar las aspersiones con el herbicida por otros mecanismos, como fue la erradicación manual.
Según los datos del gobierno de Estados Unidos, en 2015 aumentó en 42% las áreas sembradas con coca en Colombia, alcanzando las 159 mil hectáreas y recuperando el primer lugar que perdió en 2012. ¿Esto se debió a la decisión tomada con respecto al glifosato? No, necesariamente. Según datos de las Naciones Unidas, en 2014 —antes de frenar el uso del herbicida— la producción de coca en Colombia ya había aumentado entre un 15% y 20%, debido al alza de su precio.
Desde que se frenó la aspersión aérea del glifosato, el gobierno colombiano ha erradicado la coca manualmente. Los militares desactivan las minas instaladas por las FARC para proteger sus sembríos, para que luego ingrese un grupo de civiles a desenterrar las plantas. Actualmente cuentan con 200 equipos de erradicación, cada uno conformado por unas 40 personas, escoltadas por militares y paramédicos. Sin embargo, el trabajo es muy peligroso. Al menos 150 personas han muerto en los últimos quince años y medio millar ha perdido alguna extremidad o ha sufrido graves lesiones.
Ahora, el panorama parece cambiar nuevamente luego que un panel de expertos en residuos de pesticidas de la FAO y la OMS anunciara el pasado 16 de mayo que ”la administración del glifosato y sus formulaciones por vía oral (la forma más relevante de exposición alimentaria), a dosis que no excedan los 2 gramos por kilogramo de peso corporal, no estaba asociada con efectos genotóxicos en la gran mayoría de los estudios realizados en mamíferos”.
En otras palabras, los niveles de glifosato que podrían estar presentes en los alimentos como remanentes de su uso en la agricultura, no provoca daños o mutaciones en el ADN (que podrían originar un cáncer). Sin embargo, no habla nada sobre su exposición crónica o la exposición en las personas que fumigan o viven cerca a las áreas de aspersión del herbicida.
Debido a ello, el gobierno colombiano ha aprobado el plan de manejo ambiental para la fumigación manual de glifosato. Ya no se hará a través de avionetas y cada operario aplicará como máximo 10 litros de formulación del herbicida por hectárea de coca, con todas las medidas de protección requeridas. Las opiniones a favor y en contra no se han hecho esperar. Por un lado, se hace una aplicación focalizada del glifosato; pero, por el otro, se requerirá de más personal para hacer el trabajo, sumando a esto lo peligroso que son las zonas cocaleras.
Como nota adicional, la erradicación de la coca en el Perú es manual.