El ocaso del Camino Real
A comienzos de la década del 80 nació el Centro Comercial Camino Real, el segundo del país, luego de Plaza San Miguel. Su ubicación y atractiva infraestructura lo convirtieron rápidamente en el favorito de las zonas selectas de Lima. Sin embargo, 30 años después, ya no queda ni la sombra de este grande que alguna vez fue.
El 25 de noviembre de 1980, las cuadras 3 y 4 de la avenida Camino Real, en San Isidro, estuvieron en boca de todos. Eran las 7 y 30 de la noche, cuando el presidente Fernando Belaunde Terry y su esposa Violeta Correa de Belaunde inauguraron el más grande y moderno complejo comercial del país, entonces uno de los más atractivos de América Latina.
Y cómo no estar a la expectativa, después de haber tenido un gobierno militar que había recortado las opciones de consumo. Aquel día los limeños pudientes encontraron en el elegante “Camino Real” una alternativa diferente para descargar sus billeteras.
Y a los que no les alcanzaba los soles, darse una vuelta por el lugar para distraer los ojos, con la ropa de moda que se exhibía en los escaparates de las tiendas, era una muy buena idea.
Los diarios de la época describían este megaproyecto como uno de los últimos conceptos comerciales y urbanísticos. La idea era convertirlo en una verdadera ciudadela, con comercio, esparcimiento, oficinas y departamentos, aunque esto costara.
En un principio, la inversión llegó a los dos mil millones de soles, hasta ese momento solo se había construido, la primera de las tres inmensas torres, que ahora vemos; y abrieron con 200 tiendas, entre ellas un supermercado, una pizzería, tiendas de ropa, zapaterías, accesorios para el hogar, boutiques, librerías. etc.
Los cines “Real 1” y “Real 2” también fueron la atracción, cada uno con una capacidad para 500 personas ubicadas en el segundo piso del centro comercial. Su funcionamiento empezó el 1 de diciembre de ese año, siendo el estreno exclusivo de la película “Apocalipsis Now”.
Asimismo, bajo el eslogan de que a Camino Real acudirá toda la familia, en el tercer piso se apostó por una inmensa sala de patinaje con música, toda una aventura para esos tiempos.
Por esto y mucho más, el lugar se convirtió en el favorito de los limeños hasta que llegaron los tiempos violentos y luego el “boom comercial” de finales de los 90, terminó por dejarlo sin visitantes.
Violencia y miedo
Y es que tras 12 años de esplendor, el 8 de octubre de 1992, un atentado terrorista en el local del bingo que funcionaba en el segundo piso del centro comercial, asustó a más de uno.
El ataque provocado por bombas incendiarias, generó un incendio de grandes proporciones, por lo que se tuvo que contar con doce unidades del Cuerpo de Bomberos Voluntarios. Luego de una hora, el siniestro fue controlado, sin dejar víctimas pero sí cuantiosos daños materiales.
Desgraciadamente esa violenta ola se fue trayendo abajo al país entero, y por supuesto también a este grande. El miedo espantaba a la clientela, justo en esos momentos cuando el corazón de San Isidro era el objetivo de los terroristas.
Si ellos fueron el comienzo de su agonía, lo que terminó de sepultarlo fue la aparición de nuevos polos como el Jockey Plaza Shopping Center en 1997, y Larcomar al año siguiente con una oferta renovada de entretenimiento.
Frente a ello era muy difícil competir, y no por la calidad del servicio sino por el modelo de negocio que no se adecuó a las nuevas ofertas comerciales. Además para vender el centro comercial había que llegar a un acuerdo en la Junta de propietarios, que son 220 aproximadamente.
Como alguna vez lo explicó para El Comercio, Maria Mazzi, administradora de la Junta, “para vender necesitamos de una administración centralizada, de lo contrario cualquier comprador tendría que negociar con cada uno de los propietarios. Esta es la gran traba”, advirtió. Desde entonces los intentos de negociación han venido de fracaso en fracaso hasta el día de hoy.
Camino Real hoy
Actualmente, la imagen que puede apreciarse no se compara en nada con la de antes. Pasear por su segundo piso, es ver de inmediato letreros llamativos para la clientela, ofreciendo precios de saldo por cierre de tienda.
Mientras tanto, entre las pocas que quedan están algunas joyerías, agencias de viaje, peluquerías, cabinas de teléfonos y una solitaria cafetería, que un sábado a las 2 de la tarde ya está cerrando.
Con unas escaleras eléctricas que no dejan de funcionar, por más que nadie la utilice, se llega al tercer piso, donde la situación es peor. Allí el silencio y la poca iluminación se apoderan del lugar, y qué decir del sótano por donde da miedo pasear.
Es sábado, a las 3 de la tarde, y casi todo está cerrado, el personal de seguridad dice que los fines de semana son así. “Es demasiado tranquilo, y los domingos peor, mientras que, de lunes a viernes, el movimiento es otro, pues la gente de las oficinas vienen a trabajar”, finaliza.
Nos quedamos con ese sinsabor de lo que alguna vez fue, pero también con muchas interrogantes. ¿Qué tendría que ocurrir para recuperarlo? ¿O solo queda resignarnos a ver su triste final? Las respuestas están a la disposición de quien quiera apostar por su recuperación o, simplemente, dejar pasar más el tiempo.
(María Fernández Arribasplata)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio