El Challenger y su vuelo a la eternidad
El 28 de enero de 1986, millones de personas en todo el mundo miraban entusiasmados la transmisión en vivo del lanzamiento del transbordador Challenger en Cabo Cañaveral. Por primera vez en la historia de la astronaútica, una profesora de colegio formaba parte de la tripulación. Sharon Christa McAuliffe humanizó la misión del Challenger y despertó la simpatía e interés perdidos por la conquista del espacio. Sin embargo, lo acontecido aquella mañana con la profesora y los seis astronautas del transbordador espacial sería recordado como una de las tragedias más impactantes de los años 80.
Una maestra en el espacio
En 1984 el presidente Ronald Reagan anunció que el programa espacial tendría como integrante a un maestro. De entre 11,000 postulantes eligieron a Sharon Christa McAuliffe, profesora de historia, quien tenía la empatía para comunicarse con sus estudiantes del colegio secundario de Concord, en New Hampshire. La labor de McAuliffe consistiría en dar una clase de ciencia a los alumnos desde el espacio, a través del servicio de transmisión pública de los colegios de Estados Unidos.
Con tan solo 37 años, Sharon dejó su trabajo en la escuela para recibir el entrenamiento de la NASA. Casada y con dos hijos de 9 y 6 años, la profesora de secundaria tenía claro que su participación en esta misión abría las puertas a otros profesionales interesados en la investigación espacial.
En su ficha de postulación escribió: “He presenciado el nacimiento de la era espacial y me gustaría participar de ella.” Su admisión en la tripulación del Challenger captó la atención de la comunidad y la prensa internacional al convertirse en la primera profesora en ser entrenada para participar en una misión espacial.
La cuenta regresiva
Ese 28 de enero la calma del cielo azul en Cabo Cañaveral contrastaba con el entusiasmo y el nerviosismo de familiares, amigos y alumnos de Sharon y de la tripulación, quienes estaban ubicados en el mirador del Centro Espacial Kennedy.
Los pobladores de La Florida, acostumbrados a presenciar los lanzamientos de transbordadores, salieron a los patios y las azoteas de sus casas para despedir al Challenger. Millones de televidentes seguían los pasos de los astronautas a través de los informes de CNN.
La misión 51L había sido aplazada en varias ocasiones debido a fallas técnicas e incluso por condiciones climatológicas adversas. Sin embargo, aquel martes los técnicos de la NASA dieron el visto bueno para el despegue.
Realizados los procedimientos de rigor, la cuenta regresiva de esta aventura espacial se iniciaba mientras que en el colegio secundario de Concord, los alumnos de Sharon vibraban con la transmisión. A bordo se encontraban el comandante Francis “Dick” Scobee, el copiloto Michael Smith, Ellison Onizuka, Ronald McNair, Judith Resnik, acompañados por el ingeniero de satélites Gregory Jarvis y la profesora Sharon Christa McAuliffe.
De la algarabía al silencio
A los 73 segundos del lanzamiento, el transbordador se convirtió en una bola de fuego que quemó las retinas de millones de espectadores alrededor del mundo. Los gritos de alegría se silenciaron de golpe. El ambiente se tornó sombrío y el público entrevistado no salía de su asombro. “Estamos todos temblando. Es tan terrible” fueron las palabras de uno de los estudiantes de McAuliffe.
Incluso los pasajeros de un vuelo comercial que partía de Fort Lauderdale hacia Nueva Jersey presenciaron desde sus asientos la desintegración de la nave que fue producto de la ruptura del tanque externo de combustible. Las investigaciones concluyeron que los aros de goma utilizados para sellar la junta del cohete impulsor habían fallado durante el despegue debido a las bajas temperaturas.
La tripulación del Challenger pagó con sus vidas la indolencia de los técnicos de la NASA que pasaron por alto las advertencias sobre la vulnerabilidad al frío extremo de los aros de goma señaladas por la empresa fabricante de los cohetes impulsores.
Los restos de la nave cayeron al mar por espacio de una hora. A medida que llegaba la noche las posibilidades de encontrar sobrevivientes eran nulas y las condolencias para las familias de la tripulación llegaban de todas partes del mundo.
El Papa Juan Pablo II calificó de “valientes pioneros” a los astronautas muertos. “Realmente todo el mundo llora esta trágica pérdida de vidas, ocurrida en el avance de las fronteras del conocimiento humano”, expresó el secretario general de la ONU, el peruano Javier Pérez de Cuellar, en un mensaje al presidente Reagan.
Las banderas a media asta en señal de duelo fueron izadas en colegios e instituciones gubernamentales de Estados Unidos. “Nada termina aquí” dijo el presidente Ronald Reagan en su discurso al pueblo estadounidense. “Habrá más vuelos de transbordares, más tripulaciones, más voluntarios”, sentenció.
In memorian
Después de la tragedia, las familias de la tripulación formaron la Organización Challenger que provee de recursos educativos a estudiantes y profesores. Estos recursos incluyen 42 centros de aprendizaje en 26 estados que tienen un simulador de una estación espacial y un laboratorio para investigaciones.
En la localidad de Concord, donde la maestra dictaba clases, se construyó el planetario Christa McAuliffe. Muchos colegios e instituciones educativas del territorio estadounidense fueron bautizados con los nombres de los siete tripulantes a modo de homenaje por su valentía y coraje.
“El espacio es nuestra nueva frontera, y debemos estar interesarnos por conocerla.” La profesora McAuliffe no pudo escribir el diario de su aventura espacial tal como lo declaró antes de partir, pero su legado creció junto a sus alumnos quienes han transmitido su interés por la ciencia a las nuevas generaciones.
Las reflexiones de un astronauta peruano
Diez años después de la tragedia, el astronauta peruano Carlos Noriega hizo una reflexión sobre el accidente del Challenger y sus consecuencias para la NASA.
“La penosa caída del transbordador Challenger y la muerte de varios de mis compañeros sirvió no solo para saber que riesgos se puede correr en una misión al espacio, sino fundamentalmente para aprender a ser humildes ya que antes de ello la gente de NASA no podía aceptar que cuando algo estaba funcionando mal había que reconocerlo, entonces todo marchaba de maravilla y los errores se acumulaban”… “El trabajo en equipo y el aporte de todos garantiza la misión en todo momento ya que callar algo puede ocasionar una tragedia irreparable. El ser humano aprende, mis amigos han aprendido, todos deberíamos hacerlo.”
(Lilia Córdova Tábori)
Fotos: AP
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