Los 100 años de Tennessee Williams
El hombre detrás de la fama, el éxito y la gloria literaria. Tennessee Williams (1911-1983) fue un escritor, esencialmente, pero su destino estuvo atado al teatro, o más bien, a las obras que dieron vida a personajes que luego andarían por las tablas rumiando sus odios, alegrías y derrotas. Es el autor de “El zoo de cristal” (1945), “Un tranvía llamado deseo” (1947) y “La gata sobre el tejado de zinc caliente” (1955), entre otras decenas de piezas. Se han cumplido cien años de un artista tan fascinante como cualquiera de sus criaturas en escena. Un siglo, y permanece intacto.
Hace unos días, el 26 de marzo, el mundo celebró el día central del centenario del dramaturgo estadounidense más beneficiado por el cine: Tennessee Williams (Thomas Lanier Williams). Él tuvo el raro privilegio de contar con un público variado, de todos los niveles, para disfrutar de sus puestas en escenas.
Su padre fue un comerciante del rubro de zapatos, y su madre una mujer tranquila y muy religiosa. Su vida como estudiante pasó de las letras al periodismo, pero su pasión oculta era escribir.
Con varias obras escritas desde su adolescencia, a los 29 años pudo tener su primer éxito en Broadway con “Batalla de ángeles” (1940), pero el fracaso lo rondó implacable. Maduró su espíritu y su estilo en esos años de guerra mundial, en un entorno atemorizado y angustiante como el que se vivía en gran parte de los Estados Unidos.
Tras ese clima bélico, recién empezó a ser visto y reconocido por el público espectador. Y en 1945 probó suerte una vez más en Broadway con su recordada obra “El zoo de cristal”. Esta vez sí lo hizo bien.
El origen en el sur
El sur estadounidense -principalmente Nueva Orleans- donde creció y empezó a amasar sus temores, se convirtió en el escenario perfecto para descubrir lo imperfecto en una sociedad cuyas marcas de soledad, miedo y violencia se habían acumulado con los años en una especie de olla de presión. Él, un autor prolífico, fue uno de los artistas que supo abrir esa olla y hallar en ella la manera de expresar ese concentrado humano y explosivo.
Entonces sus obras empezaron a poblarse de conflictos humanos, de deformaciones más que físicas, emocionales y psíquicas, y de solitarios frustrados y decadentes. En ese ambiente, surgió el poderoso argumento de “Un tranvía llamado deseo” (1947), cuyos protagonistas Blanche Dubois y Stanley Kowalski, en manos de un intenso Tennessee, se convirtieron en dos torrentes de energía erótica liberada.
La gran versión cinematográfica fue dirigida por Elia Kazán en 1951, en ella actuaron Marlon Brando y Vivien Leigh, quien obtuvo un Oscar a Mejor actriz por su interpretación. La pieza obtuvo el premio Pulitzer, en su categoría de drama, en 1948.
Pero llegarían otras obras más como “Verano y humo” (1948), “La rosa tatuada” (1951), “De repente, el último verano” (1950), hasta que llegó otra pieza muy recordada: “La gata sobre el tejado de zinc caliente” (1955).
Esta obra, que representaba el drama de la pareja de Maggie y Brick, redondeó un “mural dramatúrgico” que Tennessee construyó con dolor personal, sin esperar nada a cambio, y reflejando sus propias necesidades y vacíos afectivos. Desde ese mundo propio, el autor halló el punto de contacto con los demás.
Richard Brooks, en 1958, cumplió con filmar a los actores Paul Newman y Liz Taylor, en una hermosa película, basada en la obra teatral, que aún todos recordamos.
De la cumbre al declive
La crisis de las relaciones filiales, la familia, el amor de pareja y la falsa moral, convirtieron a Tennessee Williams en un escritor de raza, de pulso, totalmente visceral. Nadie como él para demostrar que los diálogos y las palabras pueden decir lo que el alma humana necesita lanzar a gritos.
El escritor publicó en vida sus “Memorias” (1975), y allí declaró su homosexualidad. Decepciones amorosas lo sumieron, en los años ‘60, en una grave crisis personal de la que nunca se recuperó totalmente.
Y entonces las drogas, el alcohol, una vida desequilibrada lo llevaron al borde la muerte. Sin embargo, allí estuvo la escritura rabiosa, temperamental, como fue la suya, que se desquitó de su dolor con un libro inmortal: “La noche de la iguana” (1962), cuya versión fílmica se estrenaría dos años después, dirigida por John Houston, y coprotagonizada por Richard Burton, Ava Gardner y Deborah Kerr.
“El tren lechero ya no para aquí” (1964), y “En el bar de un hotel de Tokio” (1972), cerraban un ciclo de creación dramatúrgica admirable y sorprendente.
Novelas, libros de relatos y poesía completaron su larga obra escrita. El artista murió en Nueva York, el 25 de febrero de 1983. A los 71 años dejó este mundo. Nadie puede olvidar que en una entrevista, cuando le preguntaron por qué escribía, él contestó, lacónico, “porque encontraba la vida insatisfactoria”.
(Carlos Batalla)
Fotos: Archivo