Los 100 años de Ernesto Sábato
Había nacido el 24 de junio de 1911, es decir hace 100 años, en Rojas, un pueblo de unos cinco mil habitantes en la provincia de Buenos Aires. Sus padres, Francisco Sábato y Juana María Ferrari, no se imaginaron que ese niño algo miope sería con los años uno de los escritores más brillantes del siglo XX. El 30 de abril dejó de existir en su tierra natal, en medio de la completa paz de Santos Lugares, algo así como su Macondo íntimo. Hoy, ya un centenario, es una figura que representa lo mejor de nuestra literatura continental.
Décimo de once hijos, en la década de 1920 estudió en el Colegio Nacional de La Plata, para luego ingresar hacia finales de ese decenio en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas de la Universidad de esa misma ciudad.
Fue comunista en su juventud, e incluso ideólogo del marxismo, ciencia que lo tuvo fascinado durante la primera parte de la década de 1930. En esa etapa conoció al amor de su vida: Matilde Kusminsky Richter (1918-1998).
Pero su vocación siempre fue más poderosa, por eso dejó los congresos políticos y escribió lo que sería su primera novela: “La fuente muda”, publicada luego en la revista Sur.
Ya en Buenos Aires, retomó su carrera científica y obtuvo el doctorado en Física en la Universidad de La Plata y, por su talento y decisión fue elegido como investigador en el Laboratorio Curie de París.
Ernesto Sábato tuvo a su primer hijo Jorge Federico (1938-1995) apenas estallada la Segunda Guerra Mundial (SGM). Se trasladó entonces al Massachusetts Institute of Technology (MIT), puesto que París ya no era una fiesta; sin embargo, fue en la Ciudad Luz donde pudo relacionarse por primera vez con poetas y artistas surrealistas. Leyó desenfrenadamente sobre arte y psicoanálisis.
Pero Sábato tuvo la cordura de no perderse en la guerra europea. Ya en 1940, en Argentina, pasó sus días entre la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas de La Plata y su propio taller, donde elucubraba sus primeras ficciones.
La vida del escritor argentino llegaba a los 30 años y recién entonces puede decirse que se acercó
completamente a la literatura. Publicó en la revista Teseo una nota acerca de “La invención de Morel”, de Bioy Casares, y también colaboró en la revista Sur, entablando una relación, que puede decirse amical con Jorge Luis Borges, Victoria y Silvina Ocampo y el propio Bioy Casares.
Para cuando publicó su libro de ensayos, “Uno y el Universo” en 1943, ya pudo decirse que era un animal literario, y nunca dejaría de serlo.
Al finalizar la SGM nació su segundo hijo, Mario (1945), quien luego sería un destacado director de cine y televisión.
Pese a su doctorado en Física, Sábato decidió solo escribir. De esta forma, en 1947 fue tentado con un buen trabajo en la UNESCO, en París, no obstante él respondió con otra opción: viajar por la campiña italiana y escribir la primera versión de “El túnel”, que recién se publicó en Buenos Aires en 1948. Era su primera y verdadera novela.
Nuevas ediciones y traducciones, hasta una adaptación al cine en 1952 por León Klimovsky, consagraron la obra novelesca en todo el mundo.
Vivía de esa fama y escribía poco. Pero en 1961 sorprendió con una nueva novela. Era “Sobre héroes y tumbas”, cuya historia de amor entre dos jóvenes perturbados, convirtió al autor en uno de culto.
Regresaron las numerosas traducciones, artículos y notas críticas positivas sobre la gran novela de Sábato. Su ensayo “El escritor y sus fantasmas” de 1963 también le dio categoría de notable ensayista.
Una novela casi barroca, llena de simbolismo, que vio la luz en 1974 fue “Abaddón, el exterminador”. La obra fue muy reconocida de inmediato por los lectores europeos y latinoamericanos.
En los años siguientes lo apabullaron con medallas y honores académicos y literarios, pero nunca podremos olvidar su participación -en 1983- como presidente de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), cuyo informe claro y brillante de condena a los militares por los actos de violencia política en su país fue y es un ejemplo de lucidez y espíritu justiciero.
Durante la década de 1980 Sábato recibió más honores y doctorados académicos que cualquier otro escritor latinoamericano. Quizás agotado de tanto agasajo, volvió a la carga con un gran ensayo que empezó a escribir en 1993, se titularía “Antes del fin”, y fue valorado desde el comienzo por muchos como su “testamento literario”.
Para 1995, así como tuvo el placer de obtener el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Torino, Italia, dictó de forma brillante conferencias en las universidades norteamericanas de Harvard, Yale, Columbia, Berkeley, y también en Roma, Florencia, Pavia, Salamanca, Madrid y Barcelona.
Lamentablemente, ese mismo año, sufrió una terrible desgracia: murió su hijo Jorge en un accidente
automovilístico. Jorge Sábato, su hijo mayor, se había desempeñado como vicecanciller y ministro de Educación durante el gobierno de Raúl Alfonsín.
El final del siglo le fue llegando, y recién en 1998, luego de 5 años, publicó en Buenos Aires el ensayo “Antes del fin”. Un rapto de inusitada esperanza parecía “aquejarlo”.
En el crítico año del 2000, el diario Clarín publicó “La resistencia por Internet”, ensayo que después se convertiría en un hermoso opúsculo.
Vino, luego, un largo silencio. Casi mudo, invisible, más distante que nunca, Ernesto Sábato murió en Santos Lugares, provincia de Buenos Aires, el 30 de abril de este año, en medio de extraños cuadros que él mismo pintó. Ya casi no leía ni escribía. Se fue como vino, en el más absoluto anonimato.
(Carlos Batalla)
Fotos: Agencia