Julio Cortázar: los 100 años de un cronopio
Ese 26 de agosto de 1914, en Bruselas, Bélgica, dos argentinos abrazaron por primera vez a su pequeño hijo recién nacido. Le pusieron de nombre Julio. Se llamó Julio Florencio Cortázar Scott, o sencillamente Julio Cortázar. Fue un escritor que soñó con un mundo justo, lleno de lectores y seres humanos libres. Este martes 26 hubiese cumplido 100 años de vida, pero solo llegó a 70. Este es un recuento de su monacal vida entregada a un arte y oficio: la Literatura.
Ese niño que dejó Bruselas -ocupada por los alemanes- para irse a Suiza en 1916, y esperar allí el fin de la primera gran guerra, apenas tenía cuatro años cuando caminó por las calles de Buenos Aires, Argentina, el país de sus padres y que él reconoció como suyo especialmente en su imaginario literario. Vivió en el barrio de Banfield, junto con su madre, su hermana Ofelia (un año menor que él), su abuela y una tía. Al igual que el peruano Mario Vargas Llosa, nunca más quiso saber de su padre, quien los abandonó. “Nunca hizo nada por nosotros”, dijo años más tarde.
Quiso ser profesor
Cortázar creció como un niño enfermizo. Primero el asma y luego una tendencia a dañarse los huesos en las caídas. Fue un adolescente taciturno, pero también amoroso. Escribía poemas, algo que su familia asumió con incredulidad.
A los 14 años, en 1928, ingresó a la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta; incluso llegó a estudiar algunos cursos en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Hasta que en 1932 obtuvo el título de “Maestro Normal”. Pese a ese destino que parecía encerrarlo a vivir dentro de Argentina, Cortázar nunca dejó de pensar y soñar con viajar a Europa. Lo intentó ese mismo año, pero no lo consiguió. Luego leyó el poemario ‘Opio’ de Jean Cocteau y su visión de lo literario se encaminó hacia el surrealismo.
Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, le iba bien, pero por razones económicas tuvo que trabajar de profesor en las afueras de la capital federal. De 1938 a 1945 Cortázar se dedicó a la enseñanza de la literatura en escuelas normales y en la Universidad de Cuyo, en Mendoza, a la par que escribía más que publicaba.
Dio a la luz poemas con el seudónimo de Julio Denis en 1938, y con el mismo seudónimo un ensayo sobre Rimbaud en 1941. Su primer cuento, en 1944, se tituló ‘Bruja’. Luego aparecerían en esa misma etapa otros notables cuentos -también con seudónimo- como ‘Casa tomada’ (1946), ‘Bestiario’ (1947) y ‘Circe’ (1948); todas en la revista Los Anales de Buenos Aires, que dirigía Jorge Luis Borges. Le interesó tanto la poesía en lengua francesa como en lengua inglesa (John Keats), y ya para 1948 obtuvo también el título de traductor público de inglés y francés.
Su sueño europeo
Cortázar era antiperonista, por eso no soportó el populismo que vivió su país a mediados de los años 40; y por eso tampoco sorprendió, primero su renuncia a enseñar, y luego en 1951 -tras publicar en la editorial Sudamericana su primer libro de cuentos, ‘Bestiario’-, su marcha a Europa, su sueño de niño. Lo hizo gracias a una beca del gobierno francés.
Llegó a París con la decisión de quedarse para siempre. Allí se ganó la vida como traductor independiente en la Unesco. Sería, por muchos años, un burócrata viajero suelto en el mundo, y feliz de hacer la literatura que le gustaba. Dos años después, en 1953, se casó con la traductora argentina Aurora Bernárdez.
A partir de este punto, su vida pública estuvo relacionada con los libros de ficciones y su trabajo como traductor. Y nacieron también por esos años iniciales de la década de 1950 sus inolvidables cronopios.
“Una noche, escuchando un concierto en el Thèatre des Champs Elysées, tuve bruscamente la noción de unos personajes que se llamarían cronopios”, dijo después.
A la par que traducía los cuentos del norteamericano Edgar Allan Poe, publicó ‘Final del juego’ en 1956 en México. Y en 1959, ‘Las armas secretas’, también en la editorial Sudamericana. Ese libro fue clave en su trabajo literario, pues en sus páginas publicó el cuento largo ‘El perseguidor’, cuyo personaje central es Charlie Parker, el famoso jazzista fallecido en 1955.
El arte se reveló ante él
El juego, la muerte, la existencia, el absurdo, el vacío, el arte inundaron su mundo imaginario; a partir de ese cuento en clave jazzística su visión se agudizó, se afinó, y remontó con desparpajo el canon literario de su época.
En la década de 1960 esa actitud y visión se expresarían en espacios narrativos de mayor envergadura: la novela se convirtió en su opción creadora. Entonces, no tardarían en aparecer sus ficciones novelescas: ‘Los premios’ de 1960 y la cumbre de su narrativa con ‘Rayuela’ (1963).
En el entretiempo de ambas novelas, publicó en 1962 el entrañable libro ‘Historias de cronopios y de famas’. Y luego de ‘Rayuela’, se atrevió en 1966 a reunir sus últimos cuentos y darnos un regalo grandioso: ‘Todos los fuegos el fuego’
Más allá de sus ideas políticas, Julio Cortázar fue fiel ante todo a su febril imaginación, a la que pocas veces defraudó. Ya en los años 70 reeditó sus ‘clásicos’, recibió premios y homenajes y publicó algunos libros nuevos, que poco añadieron a su consagración como escritor universal.
Pero su fantasía lo guiaría siempre; un persistente afán por descubrir universos nuevos lo convertiría en un artista de la palabra alejado de normas de género o límites de forma. En sus manos, la poesía parecía cuento y el cuento ensayo; muchos de sus ensayos eran casi poemas; y sus novelas un laboratorio de ideas, sensaciones, imágenes y retos a su talento literario incontenible.
Final del juego
Murió de leucemia, el 12 de febrero de 1984. Fue enterrado en el cementerio de Montparnasse, al lado de su última esposa Carol Dunlop. Ese mismo año, en México, la editorial Nueva Imagen publicó su libro de poemas ‘Salvo el crepúsculo’.
Dos años después, en 1986, la editorial Alfaguara decidió publicar sus obras completas. Todo. Hasta lo que no se había publicado del escritor argentino.
Aunque decir “argentino”, a estas alturas del centenario, ya se siente algo egoísta. Cortázar, como la buena literatura, no tiene nacionalidad que le reduzca. Fue y será libre. De todos.
(Carlos Batalla)
Fotos: Agencias
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