Julio Ramón Ribeyro, el escritor que no brilló en el ‘boom’
Este 31 de agosto hubiera cumplido 85 años de edad. Es uno de los escritores más queridos y seguramente leídos de la literatura peruana e hispanoamericana. Julio Ramón Ribeyro (1929-1994) fue un limeño enjuto y fumador empedernido, que reunió en el libro ‘La palabra del mudo’ todos sus cuentos, esas maravillosas historias, mecanismos literarios que nos conducen a un mundo personal de lúcido desconcierto y silencioso desgarro existencial. Aquí una travesía breve por su ruta literaria.
Narrador clásico, sólido y sensible a la vez. No brilló en el boom literario latinoamericano de los años 60, porque, como dicen algunos, el mentor editorial de ese fenómeno, el catalán Carlos Barral, solo quería publicar a novelistas probados, y no a cuentistas que lindaban con la brevedad. Pero a muchos nos tilda que no fue de ese “grupo” porque otro era su camino. No era, ni por asomo, un escritor de grandes ediciones, reportajes espectaculares ni de premios juveniles consagratorios.
Ribeyro seguiría una senda más sencilla, pero no menos efectiva ni rica literariamente hablando: retrató al hombre común, en sus circunstancias más reales; recreó sus encrucijadas, revivió sus conflictos, volvió nuestro sus pesares y alegrías, y un poco él mismo quedó retratado en ellos. Pero también incursionó en una ficción en otra clave, menos realista, y más cercana a lo fantástico.
Se hizo a sí mismo
Nació en Lima, el 31 de agosto de 1929, en medio de una familia mesocrática. Al morir su padre, su entorno sufrió apuros económicos. Estudió Derecho pero no soportó el cúmulo de leyes y normas que lo alejaban de su necesidad de expresión artística. Se pasó a la Facultad de Letras en la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Buscó libertad para escribir, y como muchos encontró en las becas una manera práctica y rápida de lograrlo. Primero se encamino hacia Madrid, a donde viajó para estudiar periodismo. De ahí se le hizo fácil ir a París, donde preparó una tesis sobre literatura francesa en la Universidad de La Sorbona.
Bajo el amparo de las luces parisinas, Ribeyro retornó al Perú imaginariamente y los ocho cuentos de ‘Los gallinazos sin plumas’ surgieron inconteniblemente. Se publicó en 1955 en la Ciudad Luz. Tres años después, en 1958, regresó al Perú y se aventuró a enseñar y ocupar un cargo administrativo en la Universidad Nacional de Huamanga, en Ayacucho. Ese año apareció ‘Cuentos de circunstancias’. En Ayacucho solo estuvo dos años.
En 1960, regresó a Francia donde se ganó la vida -la literatura no le daba para tanto- como traductor y redactor en la agencia France Presse, trabajo en el que conoció a Mario Vargas Llosa, con quien compartió la rutina laboral. En esos años publicó las novelas: ‘Crónica de San Gabriel’ (1960) y ‘Los geniecillos dominicales’ (1965). Asimismo, ‘Las botellas y los hombres’ (1964) y ‘Tres historias sublevantes (1964), importantes colecciones de cuentos típicamente ribeyrianos.
Pero mientras Vargas Llosa asumía el riesgo de vivir de la literatura, en la medida de sus fuerzas y talento, Ribeyro siguió en la agencia de noticias hasta 1972, cuando fue nombrado agregado cultural del Gobierno peruano en Francia y delegado adjunto en la Unesco. Eso sí, continuó escribiendo, robándole tiempo al tiempo.
Entre 1972 y 1973 se le descubrió un cáncer rebelde que casi lo llevó prematuramente a la tumba en una cama del hospital parisino Saint Louis. Superó sus problemas de salud casi milagrosamente, y decidido volvió a publicar otras series de cuentos: ‘El próximo mes me nivelo’ (1972); y luego ‘Silvio en El Rosedal (1977); a los que siguieron la novela ‘Cambio de guardia’ (1976), que la escribió muchos años antes (en los años 60), así como el libro de ensayos ‘La caza sutil’ (1975) y las excelentes ‘Prosas apátridas’ (1975; 1986). Asimismo, en teatro nos legó la inolvidable historia de ‘Santiago, el Pajarero’ (1975), y más tarde la gran puesta en escena de ‘Atusparia’ (1981).
En los años 70, e incluso en los años 80, Ribeyro siguió una dedicada carrera diplomática. Llegó a ser embajador del Perú ante la Unesco de 1986 a 1990. En ese trance aparecieron el exquisito libro ‘Sólo para fumadores’ (1987); los ensayos de ‘Dichos de Luder’ (1989); y ‘Relatos santacrucinos’ (1992).
El final de un artista
Algo cansado y enfermo, con un cigarrillo en los labios y los dedos buscando otro, Ribeyro retornó definitivamente al Perú en 1993. Entonces publicó ‘La tentación del fracaso’ (3 vol.) (1992-1995). Y ese mismo año -como antes en 1983- le dieron en el Perú otro premio de cultura.
Pero el premio consagratorio le fue concedido el 3 de agosto de 1994, cuando desde México anunciaron que había obtenido el Premio de Literatura Latinoamericano y del Caribe Juan Rulfo, (100 mil dólares). No pudo recogerlo pues falleció el 5 de diciembre de ese año, doce días antes de la entrega oficial del premio.
Julio Ramón Ribeyro es un narrador de detalles, con una mirada profunda del comportamiento humano que deambula por las esquinas y los pasillos, y que va del gesto a la atmósfera, siempre con una frase ingeniosa e inesperada. No es un narrador de campos extensos y frondosos, ni de grandes ciudades o sagas épicas. Por eso, quizás, lo sentimos tan cercano, íntimo y personal, leal a la literatura, ese arte que alguna vez Alfredo Bryce Echenique calificó de “pasión gratuita”.
(Carlos Batalla)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio
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