Más allá del rock
Como no solo del rock vive el hombre y el rock siempre acaba aburriéndonos después de oír los mismos discos una y otra vez, aprovecho para dejar breve constancia de mis discos favoritos fuera del reino de Elvis.
“Bolero”, Maurice Ravel (1928)
Algunos lo llamaron “el crescendo más largo de todos los tiempos”. Leonard Bernstein prefería referirse a él como “la más apasionante exhibición orquestal de la historia.” Sea como fuere, el “Bolero” de Ravel, escrito en el exuberante periodo musical comprendido entre las dos guerras mundiales, sigue siendo una de las narraciones musicales más intensas que podemos encontrar. Alex Ross la describe como “quince minutos en que la orquesta golpea el acorde de Do”, pero esa frase no basta para dar cuenta de la exótica melodía que crece sobre el ‘ostinato’ de la tarola para acabar expandiéndose por decenas de instrumentos. Además de ser una lección magistral de orquestación, “Bolero” es un verdadero ‘tour de force’, un delicado arrullo que esconde una gigantesca y letal explosión.
“Creole Rhapsody”, Duke Ellington (1931)
La figura de Duke Ellington es mítica entre los aficionados al jazz, pero al escuchar sus mejores composiciones uno puede sorprenderse de lo lejos que estaba el ídolo de Harlem de las formas paradigmáticas y los modelos convencionales con que se suele imitar a las vacas sagradas del género. Sorprendente, exótico e insólito desde sus primeros discos, Ellington escribió su primera obra maestra en 1931: “Creole Rhapsody”. Con una duración de ocho minutos (en su edición por el sello Victor), la pieza es una muestra de la inagotable capacidad que Ellington tenía para enlazar veloces marchas urbanas con solos alcoholizados de piano y tiernas declaraciones orquestales de amor, como si todas y todos fueran parte de un mismo imaginario espiritual. Y lo eran.
“Jambalaya (On The Bayou)”, Hank Williams (1952)
Un plato de comida criolla del sur estadounidense es el motivo inspirador de esta canción de Hank Williams. La historia que cuenta, la de un vaquero que baja al río para comer, y la alegría que transmite su viaje, acompañado por pistolas y guitarras, se ha convertido en un símbolo de la música y la mística sureña. La variedad de culturas e idiomas que evoca su título (francés, inglés, español y africano) se ha extendido a la diversidad de intérpretes que la han cantado: Willie Nelson, Creedence Clearwater Rivival, The Carpenters y los Felinos de México, entre otros.
“Sketches of Spain”, Miles Davis (1960)
Los tres discos que Miles y Gil Evans grabaron a finales de los años 50 son un pico de la música instrumental del siglo XX. Pero ninguno de ellos suena tan contemporáneo como “Sketches of Spain”. Inspirado en el “Concierto de Aranjuez” del compositor español Joaquín Rodrigo, el disco logra tejer un complejo tramado orquestal sobre el que la trompeta de Miles sobrevuela como el varonil llanto de un gitano abandonado en los desiertos de Almería. Las panderetas, las castañuelas y las maracas volverían a ser valoradas en las orquestas sinfónicas y de pop luego de esta grabación.
“The Good, the Bad and the Ugly”, Ennio Morricone (1967)
Ennio Morricone tuvo que arreglarse con muy pocos recursos para hacer la banda Sonora de esta película. Pero una tarola, una armónica, una guitarra Fender con abundante reverberación, una ocarina y una voz humana imitando el aullido de un coyote fueron suficientes para dejar atrás las grandes producciones orquestales de Hollywood y refundar el género de la banda sonora con un filo rockero y harto potencial pop. Puro genio.