Los gustos musicales en el Perú: ¿Hay que renovar nuestro vocabulario musical?
Comentarios a la “Radiografía social de los gustos musicales en el Perú”
(IOP – PUCP, 2017)
Por Joaquín Yrivarren
El día en que leo esta radiografía coincide con la muerte de Raúl García Zárate. Su sonido no puede ser calificado de vernáculo salvo que busquemos estereotiparlo. Muy por el contrario, es un caso de buena mezcla entre modernidad y tradición; mezcla que dicho sea de paso no encontramos en dimensiones más conflictivas de nuestra vida social. Y creo que lo que la encuesta del Instituto de Opinión de la PUCP nos deja como lección es la necesidad de renovar el vocabulario que usamos al hablar de nuestros gustos, a fin de sintonizar legados y creaciones en un solo ensamble.
Al considerar nuestro presente, las preferencias se decantan hacia la cumbia (40.6%), las baladas románticas (35.9%), el huayno (35.5%) y la salsa (32.2%). La música criolla lograría un cupo para la repesca de los gustos (26.9%) –para usar un término futbolístico–, dejando por detrás al reggaetón (12.9%) y la chicha (11.2%).
La distribución de las preferencias cambia un poco cuando somos interpelados sobre qué creemos que los demás escuchan. Sin embargo, hay un detalle de esta distribución que ha despertado mi curiosidad. El 36.7% de los encuestados cree que los peruanos escuchamos reggaetón, y que solo un 10.4% preferimos las baladas románticas. ¡A lo Stranger Things, se abre el portal del upside down! Y en consecuencia, se vuelve reconocible una primera incompatibilidad entre lo que son nuestras creencias acerca de los demás y lo que son nuestras costumbres cotidianas. La idea de que los jóvenes (18 a 29 años) son principalmente “reggaetoneros” se queda sin piso luego de ver que las baladas, la cumbia y la salsa están en la cúspide de sus gustos. Queda más o menos claro que lo de los jóvenes “reggaetoneros” es más un modo de menospreciar que una descripción de una realidad social.
Una segunda incompatibilidad tiene que ver con el lugar que ocupa la música criolla (43.6%) en la versión oficial de la peruanidad, en contraste con las preferencias y hábitos actuales, donde la cumbia está en el primer lugar (40.6%). ¿Por qué sería importante señalar esto? Por dos cosas. De un lado está la preeminencia del pasado (lo mestizo y lo rural) como una marca del desfase respecto del presente. O sea, estamos forzando categorías antiguas a describir un presente que ya las desborda. De otro lado, tenemos que de la versión oficial quedan fuera la chicha y la cumbia, que pueden ser consideradas como las bandas sonoras que han acompañado uno de los fenómenos sociales más importante del Perú contemporáneo: la migración.
El vocabulario musical que usamos para representarnos habla de una realidad que no existe más. Su obsolescencia es equivalente a la que hay entre el reconocimiento del ingenio como rasgo de nuestras interacciones cotidianas y la escasa inversión pública y privada en investigación y tecnología, y peor aún el desprecio de la educación mostrado por algunos líderes políticos con rentables negocios universitarios.
El asunto delicado que quiero apuntar es que la persistencia de aquellas incompatibilidades oscurece la posibilidad de reconocer la innovación musical. La encuesta muestra un 9.1% de gustos en la categoría “Otros”. ¿Cuánto de novedad puede haber allí? ¿Cuántos de nuestros placeres no tienen denominación pública aún? ¿Hasta dónde es posible empujar la frontera musical de nuestro país?
Finalmente, algo que me hubiera gustado encontrar en la encuesta es cómo aprendemos a escuchar música. El hecho de que los menores de 18 años no estén incluidos en la muestra limita un poco la posibilidad de detectar la irradiación imitativa y el legado. No obstante, seguro que muchos conservamos recuerdos sobre algún momento de irradiación, cuando alguien nos hacía escuchar un sonido que transformaría para siempre la realidad que conocíamos, complementando o quizá enterrando sonidos precedentes. Por ejemplo, entre mis recuerdos más lejanos está el día que escuché a mi padre tocar el Andantino en Sol mayor de Fedinando Carulli, o cuando mi primo puso play al Appetite for Destruction.