Juana Molina en el Festival Cultura Libre: "Si algo no tienen mis discos, es un concepto"
Juana Molina recuerda que, antes de que las ventas de CD decaigan hace algunos años, sus álbumes se vendían en Japón en distintas estanterías de las discotiendas. Algunos propietarios los colocaban junto a los discos de avant-garde, otros con los trabajos de pop, electrónica, latin, rock e incluso jazz. Su música, pues, resultaba indescifrable.
«¡A todos quienes escuchaban mis trabajos les parecía que cabían en diferentes estilos!», dice la música argentina, quien llegará por segunda vez a Lima para encabezar el cartel del festival Cultura Libre este sábado 2 de junio. La jornada se iniciará desde las 11:30 a.m. en el parque Cáceres de San Isidro. Conversamos con ella sobre este y otros temas.
Has dicho que tu metodología de creación consiste en construir capas de capas de sonidos, “ritmos, percusiones, ambientes o melodías”. En ese proceso, ¿cómo sabes cuándo detenerte? ¿De no llegar a lo barroco?
A veces termina siendo todo un poco barroco. Cuando me quedo escuchando lo que ya he creado y se me ocurren más melodías, sí empiezo a sentir que ya no son necesarias. Llega un momento que también me pongo a corregir más la mezcla, los volúmenes, las intenciones o algunos detalles de producción… ahí es cuando ya está terminada la canción.
Tu último disco Halo (2017) fue concebido en un estudio casero, como la mayoría de tus producciones, pero también fue grabado en un estudio profesional. ¿Esta combinación afectó el proceso de creación?
El único disco que grabé totalmente el estudio fue el primero, Rara (1996). Efectivamente, para Halo trabajé muchísimo en casa, como siempre. Tenía unas ocho canciones armadas y otro montón de ideas. Entonces, cuando fuimos al estudio profesional que fue Sonic Ranch, en Texas (EE.UU.), estábamos bastante tranquilos porque teníamos bastante material por grabar. No regrabamos cosas ya grabadas en mi estudio casero, sino que se agregaron algunas cosas nuevas. Incluso se me ocurrió reemplazar algunas guitarras porque el sonido no me agradaba mucho, pero esto no funcionó porque todo lo ya grabado dependía del sonido de esas guitarras. Así, al tratar de cambiarlas para que todo “suene mejor”, lo demás sonaba peor. O sonaba separado de la música, como si no tuviese relación.
Parece una especie de lección que te dejó el estudio profesional.
Exacto. Es algo que aprendí allí: lo que se graba y está solo, se puede cambiar; pero si interactúa con otros instrumentos, ya no.
¿Y así fue la dinámica regular de grabación de Halo?
Bueno, lo que hicimos en Sonic Ranch con las ideas ya desarrolladas era grabar lo que surgiera allí. Por ejemplo, durante tres semanas registramos la canción “Cosoco”; montones de bajos, teclados y otras cosas que resultaron en un proyecto de 45 minutos. Una sola toma. Tras ello, cuando volví a Buenos Aires otra vez tuve un trabajo de soledad, porque en el estudio profesional colaboramos Eduardo Bergallo, Odin Schwarz y yo. Debo decir que el aporte más grande de Odin fue, además del soporte técnico, convencerme de salir de casa. Eduardo también proponía y traía instrumentos nuevos para obtener sonidos diferentes. Por su parte, Diego López de Arcaute presentaba lo que había hecho con los teclados y los samplers. Era un trabajo colaborativo. Pero en Buenos Aires yo estaba sola, así que me encerré durante seis meses en casa para transformar todo lo que se había hecho en el estudio. Y el objetivo era convertir esa sesión de 45 minutos en una canción de casi 5 minutos.
¿Porque lanzar una canción de 45 minutos en estos tiempos sería un disparate?
No me parece que sea una buena propuesta para un disco. Además, la grabación no era una canción de 45 minutos: era una base que sonaba y sobre la cual grabábamos cosas que se nos ocurrían. Cuando estás en un proceso creativo donde todos improvisan, sí, eso puede durar 45 minutos, porque sucede algo inexplicable de donde surge cada uno de los sonidos. Pero eso en un disco no tiene ningún sentido porque no se puede vivir bien el momento. Mira, yo los martes canto con un grupo de improvisación, y la gente que participa allí sube cosas al YouTube. Cuando escuchas esos extractos dices: ¡esto es una porquería! ¡No se entiende nada! Precisamente, porque la gente solo graba los momentos más álgidos de la noche, y quien lo oye no sabe cómo se llegó a ese punto. La audiencia no tiene los elementos para entender cómo se llegó a ese ruido final. Pero si sabes cómo entró la guitarra o el bajo, y cómo se va incorporando todo, ya tienes los elementos identificados. Un extracto de 30 segundos de gritos, es algo que no tiene sentido. El contexto es importante.
En esa línea, ¿te cuesta mucho trasladar lo grabado en el estudio al sonido en vivo?
Depende de los discos, de las épocas, de con quién toque. Cuando interpretaba sola, las canciones tenían un formato que venía de mi manera de tocar sola. Era algo que armaba en vivo de a pocos, como un tejido. Para el disco Wed 21 (2013) me cansé de tocar sola, así que quise cambiar esa estructura. Debo aclarar que nunca he creado canciones pensando en el vivo. Así que en Wed 21 me propuse que los sonidos ya no aparecieran progresivamente, sino que todo entrara de golpe, y ya vería cómo trasladaba todo eso en vivo.
¿Y cómo resolviste el sonido en vivo de Halo?
En el caso del nuevo disco, Odin y Diego participaron bastante en el armado del show. Fuimos probando varias cosas; quién toca cuál instrumento, qué partes tiene Diego ya sampleadas y las dispara él, para que así yo pueda tocar la guitarra, etc. Lo que me pasaba es que cuando me tocaba estar en los teclados, tenía que elegir entre eso o las guitarras. No podía hacer los dos instrumentos. Por esa razón, me quise liberar; sentía que estaba un poco encerrada en el escenario. Era una cosa estática, así que optamos por repartirnos las tareas entre todos para que no cayera tanto sobre mí el peso y la responsabilidad de cada canción.
En una entrevista al diario argentino La Nación, comentaste que el título Halo surgió casi de improvisto, ya que tus letras “no te sugerían nada”. Luego, ya con Alejandro Ros, el diseñador de la carátula, “se fue cerrando el concepto, sin querer”. ¿Pero podemos hablar de álbumes conceptuales de Juana Molina?
¡No, todo se va haciendo en el camino! Ahora me nominaron para los premios Gardel en la categoría de Álbum Conceptual. ¡Eso para mí es una burla! Si hay algo que no tienen mis discos, es un concepto. Y mucho menos conceptos previos. En todo caso, al terminar todo te das cuenta de que se arma como una unidad y puedes asumir que hay un concepto, pero la palabrita misma no la usaría jamás. Lo que sí pasa es que, si estás muy seguro de lo que estás haciendo, sin darte cuenta vas en un dirección; y cuando llegaste a algún lado entiendes que te trasladaste, que hubo un movimiento, que todas las cosas confluyeron en el disco con ese nombre, con esa idea. Pero esas son todas consecuencias, no conceptos. Para mí, catalogar a un disco como “conceptual” es como decir que Gardel hacía música electrónica. No lo sé… no estoy de acuerdo.
Ahora, la crítica musical utiliza las etiquetas siempre. Alguna vez consideraron que tus discos eran world music…
Bueno, eso fue porque canto en castellano.
Básicamente, una exotización de tu música.
¡Claro! Por eso es que ese tipo de cosas me dan rabia. La gente que no está enterada de lo que haces, y que no tiene nada que lo llame a comprar tu disco ni a ponerlo para ver de qué se trata, ve que está en la estantería de world music o latin… ¡y quizás no lo van a escuchar! Si es alguien que le gusta la electrónica, no le va a dar una mínima posibilidad al disco. En la discotienda o en Spotify o en donde sea que se catalogue la música por géneros. El género solo por el idioma es una cosa errada. También me llamaron folktronic, y eso surgió a partir de que yo tocaba la guitarra acústica; porque si hacía lo mismo con una guitarra eléctrica no me hubieran puesto esa etiqueta. Mucha gente confunde sonido con música.
¿Y si te preguntara qué tipo de música haces, qué me dirías?
No tengo un género en el cual me pueda definir. A menos que inventemos un nombre para describir lo que hago, y eso se transforme en un género. No sé muy bien… mi música tiene elementos de todo lo que me nutrió durante mi crecimiento. Cuando al principio la venta de CD no había decaído como ahora, en Japón mis discos estaban en muchos estantes diferentes: avant-garde, pop, electrónica, latin, rock, jazz. Eran como ocho o nueve estilos distintos, porque les sonaba un poco de esto u otro, sin ser algo único.
Bueno… Pitchfork, que hizo una reseña muy favorable de Halo, lo etiquetó como country.
¡¿En serio?!
Tal cual. Entonces, pregunto: ¿la mirada del otro sobre tu música no depende también de la época y el contexto?
Sí. Por eso, el tema de los géneros solo me resulta válido, por ejemplo, cuando los compositores hacen un disco de música folklórica: samba, chacarero, gato. Es un disco de música folklórica, sin duda alguna. O cuando se hace un disco de rock pesado, un estilo que tiene características únicas. Pero cuando estos estilos se empiezan a desdibujar, no necesariamente hay que describir las cosas por su nombre.
Quería cerrar con la típica pregunta: “¿qué estás escuchando en este momento?”. Pero sé que te resulta incómoda porque la respuesta puede ser un “nada”, y no querrás quedar como una esnob.
Así es. Aunque te lo digo igual: yo casi no escucho nada. Ni peruano, ni de ningún lugar del mundo. Hace mucho que no tengo la curiosidad de escuchar. Aunque sí me llegaron canciones de un grupo que me gustó mucho, que se llama Kanaku & El Tigre. Me pareció que tenían un mundo propio, que ahí había algo verdadero. No es que quiera hablar mal de los demás, porque no los conozco, pero me pasó eso con Kanaku y solo escuché tres canciones de ellos.
Qué bien que una banda peruana haya despertado un poco de esa curiosidad perdida. Replanteo entonces la pregunta: ¿cuál es un momento adecuado para escuchar música?
Hasta no hace mucho tenía una reunión mínimamente mensual con dos amigos, uno de ellos periodista musical. Nos encontrábamos, fumábamos y se ponía la música; o bailábamos o nos tirábamos a una colchoneta a escuchar. Nadie hablaba, no es que estuviera prohibido hablar, pero a nadie le daban ganas. Nos sumergíamos en un mundo musical por horas. Por razones de trabajo y familiares, por diferentes motivos, hace como un par de años que ya no lo hacemos. Extraño esos momentos porque eran muy enriquecedores, y aunque luego no recordaba a quiénes había escuchado, eran momentos que me atravesaban, que se quedaban en mí. Como si se tratara de una comida rica.
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