Tintín no tenía nada de Tontín
Uffff… Pesados días los que han pasado, pero acá estamos de vuelta. Se me había quedado en el tintero (bueno, en el bloc de notas digitales) escribir sobre Tintín, el periodista de flequillo singular copete y pantalones bombachos que recorre el mundo y sobrevive a mil tribulaciones alrededor del mundo acompañado por su perro Milú.
El sábado 26 de mayo, la casa de subastas Artcurial de París reveló que una plancha que contiene 34 escenas y personajes representativos del mundo de Tintín, dibujada en tinta china, fue subastada por 2’654.400 euros (unos 3,6 millones de dólares). Un récord para el mundo del noveno arte pues es el mayor monto que se ha desembolsado por un dibujo original de cómics.
Este original fue elaborado para las guardas de los libros que elaboró Hergé (Georges Remi) en los años 30, que servían de introducción -después de la portada- a los textos que publicó el autor belga. Como recogió el diario “El País” de España en boca del experto en cómics Éric Leroy- , esta obra”es toda una invitación al país de los sueños”.
Lo que habría que preguntarse es cómo así se puede pagar tanto. Una primera reflexión es que muchos coleccionistas ven hoy el cómic con otros ojos. Porque en esa misma subasta se vendieron trabajos de Hergé a precios que oscilaron entre 101.100 euros y 1’011.200 euros, pero también planchas que elaboró el italiano Hugo Pratt (Corto Maltese), y dibujos de Enki Bilal, Albert Uderzo(Astérix) y Peyo (Los Pitufos).
“Estas ventas no permiten dudar nunca más de la posición del cómic dentro del mercado del arte internacional, con París como epicentro”, señaló Leroy en un comunicado que recogieron las agencias de noticias.
Pero hay más. La venta de esta plancha quebró el récord anterior para una obra de Tintín: en junio del 2012, el original de la portada “Tintín en América”, de 1932, se subastó por 1’338.509 euros. Es decir, poco menos de dos años después se pagó el doble por otro trabajo de Hergé.
Sin embargo, la apuesta y la inflación no lo explican todo, pues en la misma subasta del 26 de mayo quedaron sin comprador decenas de trabajos que estaban en lote puesto a la venta. ¿Entonces por qué unos sí y otros no? Un mix de apreciación artística y especulación podría ser una primera respuesta. Válida, además.
Pero vayamos por otra más: la universalidad y juventud del personaje. Tintín ha sido el protagonista de 24 aventuras alrededor del mundo, se han vendido más de 250 millones de ejemplares de sus peripecias y ha sido traducido a más de 50 idiomas.
Como su primera historia (“Tintín en el país de los soviets”) se publicó en la revista “Le Petit Vingtieme” el 10 de enero de 1929, es un venerable octogenario que se mantiene ‘fresh’, pese a que no se han publicado nuevas historias desde la muerte de Hergé: “Tintín y los pícaros” en 1976 y “Tintín y el Arte Alfa” que no acabó pero que igual vio la luz en 1986.
Tintín es, pues, un personaje reconocible y fácil de identificar en cualquier parte. En términos iconográficos, es comparable a un Superman, un Spiderman, un Snoopy o una Mafalda. Y por ello mismo, se lo puede valorar en dólares, euros, rublos, reales, libras con igual intensidad. Su ecumenismo le añade un carácter especial.
Pero eso no es todo. Tintín y sus aventuras, con ese aire a seriales de acciones y dramatismo con héroes enfrentando a villanos y escapando a cada rato de la muerte, también es un símbolo del espíritu humano. Es cierto, se lo ha acusado de enrostrar mensajes cargados de sexismo, racismo, colonialismo, paternalismo y antisemitismo, pero creo que por encima encarna ese aventurismo que yace en cada uno de nosotros.
A las personas nos encantan las historias y Tintín es un cúmulo de ellas. A su modo, es una mezcla de personajes de Julio Verne y Emilio Salgari, más que periodista (ejem, ejem) es protagonista. En realidad es el intrépido antecesor de Indiana Jones, como alguna vez lo describió Steven Spielberg que del arte de contar historias conoce más que bastante.
Y claro, en esa plancha por la que se pagó tanto, de un modo u otro está graficada la crónica de lo que fueron las primeras décadas del siglo XX. Porque Tintín era un cronista de su tiempo al que las noticias y las historias se le aparecían, más que buscarlas, estas lo encontraban. Y sí, a trompicones, con golpes y sustos, pero allí están puestas las maneras de pensar el mundo -cierto, desde una perspectiva occidental y europea- que marcaron con mucho el devenir de un siglo.
Materia aparte es la calidad del dibujo. En la aparente simpleza de las gráficas de Hergé hay un detalle (mucho detalle en realidad) que a veces pasa desapercibido, lo que le confería enormes dosis de realismo a las aventuras de su hijo predilecto. Harta documentación para trabajar desde su mesa en casa. Un cuidado especial en el trazo que hoy apreciamos con especial deleite.
Un último argumento para tratar de entender el fuerte pago que se hizo en la subasta de Artcurial. Una curiosidad, en realidad: en la plancha con 34 viñetas se observa una escena en el Polo Norte que no se materializó en ningún álbum. Esa sola imagen quizás fue la que impulsó tanto contante y sonante.