La voracidad de "La vorágine"
¡Hola! ¡Feliz 2017 ante todo! Este es el primer post del año y gira sobre un cómic que acabo de leer: “La vorágine”.
Desde hace un tiempo ya que el noveno arte en América Latina da grandes muestras de que los pañales quedaron atrás y que la competencia de tú a tú con grandes mecas es una realidad. A falta de un ‘boom’ literario, habrá que ir pensando en otra onomatopeya para graficar lo que está sucediendo entre valles, cumbres, desiertos y junglas.
Y particular mención merece Colombia, cuya producción estuvo a nuestro alcance hace pocos meses en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Lima, donde fue el país invitado. Y entre los nombres que dentro del mundo gráfico colombiano surgen, el de Óscar Pantoja -guionista, productor, escritor, director de cine- se ha vuelto sinónimo de trabajos más que interesantes. El más conocido, “Gabo. Memorias de una vida mágica”.
Admito que eso fue lo primero que me atrajo al enterarme de que se había hecho una adaptación gráfica de la novela “La vorágine”, de José Eustasio Rivera. Saber que el guion había corrido a manos de Pantoja era una buena carta de presentación y busqué cómo tener un ejemplar. Gracias a la gentileza de Neil Romero, el editor, pude tener uno en mis manos que devoré los último días del año que acaba de fenecer.
Antes de seguir, hay que señalar que “La vorágine” es una obra que salió a imprenta en 1924 (es decir, está próxima a cumplir 100 años) y que suele estudiarse en las clases de literatura de colegios y universidades como parte de la riqueza artística de los escritores de esta parte del mundo. En ella se relatan las desventuras de unos seres humanos en medio de la selva amazónica en plena época de explotación del caucho.
Al ver la portada de la novela en su versión gráfica, también me quedó en claro que este cómic prometía un disfrute especial: los rostros de un hombre y una mujer mimetizados con el follaje, los árboles, el río, las mariposas, las aves, el horizonte… los rostros de Arturo Cova y su amante Alicia, protagonistas de una pasión que se descompone y que colisiona con el abuso que sufren colonos e indígenas a manos de caucheros.
Ese dibujo tan impactante, que grita en silencio, es obra de José Luis Jiménez. Es apabullante, es arte. Y cuando tuve el texto en mis manos, pude comprobar que en cada una de las páginas la tinta, el blanco, el negro, las siluetas, las sombras, los grises componen un paisaje que se entornilla en el cerebro y que invita a disfrutar de la aventura en ese infierno verde que devora fronteras entre Colombia, Brasil, Venezuela y el Perú.
Si difícil es adaptar una obra a otro formato, el reto de Pantoja ha sido mantener la sinuosidad literaria -cuando no visual- de la obra de Rivera, rescatar la musicalidad de las palabras, los versos inmersos entre tanta prosa, contar una historia en imágenes donde antes solo prevalecía la imaginación. Y sale exitoso del follaje, aun cuando por momentos la trama se vuelve tan enmarañada como la selva misma. Y es que ella late. Respira. Se retuerce en cada viñeta.
En ese transitar hay escenas imborrables que Pantoja y Jiménez han sabido plasmar como si pensaran al unísono, como cuando los personajes deambulan entre plantas y animales que envuelven su horror y miedo, los silentes recorridos en canoas, los remordimientos hechos voracidad, el desvarío mismo ante la inmensidad de la naturaleza que todo lo engulle y devora.
Los verdes, los marrones, azules, rojos y amarillos nunca aparecen. Ni siquiera los rojos que sangran. Y ese es quizá el mayor mérito de este cómic: hacer sentir que los colores son innecesarios porque esta selva, esta vorágine se compone de almas sin sombra, de penas sin consuelo, de miedos sin fin.
PALABRA DE EDITOR
Mención aparte, este cómic significa también el debut de Resplandor Editorial en el mundo del cómic. Neil Romero, su director, la creó en octubre del 2014 con el propósito de impulsar el trabajo de escritores talentosos. No obstante, licenciado en Lenguas Modernas y magíster en Literatura, Romero entendió que muchos jóvenes no se acercan a libros clásicos porque en muchos casos el lenguaje empleado les resulta anacrónico.
“Se me ocurrió que adaptar ciertos clásicos de la literatura al cómic sería una gran idea para convocar a más lectores, al menos en el campo estudiantil. Empecé a investigar y me di cuenta de que esa idea ya era implementada en el resto del mundo desde hacía muchos años. Conclusión: había que materializar esa idea acá, en Colombia”, me cuenta por correo electrónico.
“El cómic, al combinar imagen, color y texto, se convierte en un formato maravilloso para disfrutar. La unión de escritor y dibujante es fantástica, es complicada, pero cuando se logra esa simbiosis sale un trabajo tan hermoso que es cuando vale la pena el haberse arriesgado”, añade.
Neil Romero me cuenta que entabló una amistad con Óscar Pantoja hace cuatro años y que en una charla de café este le propuso adaptar “La vorágine” al cómic, lo cual le pareció entonces imposible. Meses después se volvieron a encontrar y la idea maduró.
“Esta es una novela maravillosa, grandiosa. Es la novela de la selva latinoamericana por antonomasia. Es una historia que combina la aventura, el amor, el odio, y termina siendo una denuncia social sobre la explotación”, acota Romero, quien no oculta su orgullo por su primogénito de papel.
Para decirlo en pocas palabras, esta es una obra mayor en un lenguaje nuevo y el resultado hace honores al original.