Jaime Ardiles, alumno de secundaria de la I.E. Nuestra Señora del Carmen, se molestó cuando anunciaron las medidas restrictivas por la pandemia del Covid-19 en marzo del 2020. Él ya no iba a poder ir a clases presenciales a aprender in situ o socializar con sus compañeros. Fue gracias a sus padres que se tranquilizó, aunque la sensación de calma no duró mucho. El gobierno anunciaría pronto la nueva modalidad de estudio para todos los escolares peruanos de forma permanente: se daría a través de la virtualidad. La noticia lo puso nervioso dado que desconocía cómo iría a ser este tipo de enseñanza.
“Al principio no sabía mucho cómo utilizar el celular. Tuve varias dificultades a la hora de entrar a las clases”, cuenta Jaime. Con el pasar de los días comenzó a sentirse preocupado por no poder concentrarse en sus clases y debido a la acumulación de tareas. “Mis padres, otra vez, me orientaron para establecer un horario. Este me ayudó considerablemente en mi organización y así se resolvió gran parte de los problemas para el aprovechamiento de las lecciones”, agrega. Sin embargo, a más de un año de esta dinámica, él extraña mucho a sus profesores y compañeros. Nada ha vuelto a ser lo mismo. La “nueva normalidad” no termina de hacerlo sentir del todo bien.
La educación virtual aplicada debido al nuevo coronavirus tomó por sorpresa a estudiantes, maestros y padres de familia en todo el mundo. Aquí en el Perú, esta continúa dándose de forma casi total en el país, y por lo pronto, no se concreta la posibilidad de combinar esta con alguna forma de clase presencial. Esto viene afectando a miles de niños y niñas y adolescentes por segundo año consecutivo. “Los alumnos hasta ahora han visto restringidas las capacidades de socialización, lo que hace que se vean enfrentándolos a emociones intensas como la tristeza y la angustia”, explica el psicólogo Luis Huacho respecto de las consecuencias emocionales de los más jóvenes por la pandemia, un problema que los expertos consideran muy urgente de resolver.
Baja en el rendimiento
Olenka Cárdenas, alumna de secundaria del mismo colegio, narra su experiencia respecto del drástico cambio de emociones que vivió con la modalidad virtual.
“Mi vida escolar se enfocaba en los estudios y en socializar con mis compañeros. Esta nueva situación afectó mi rendimiento. Tuve que adaptarme a estar todo el día frente a una computadora y a cuadernos para rellenar”, comenta. Afortunadamente pudo adaptarse a los cambios. Actualmente se siente más tranquila gracias al apoyo que tuvo de sus padres y profesores, sin embargo, extraña mucho el colegio. No ve los días para que todo vuelva a ser como antes.
“Definitivamente, la educación virtual no es igual a la presencial, en la que intervienen estudiantes, maestros, libros, lápiz y papel. Por ello, el aprendizaje no es el mismo y eso ha afectado considerablemente a los estudiantes tanto en su aspecto emocional como en el académico”, comenta Carlos Miguel Soto Costa, director de la I. E. 2070 Nuestra Señora del Carmen.
Maestros afectados
Pero no son únicamente los alumnos quienes han tenido diversas dificultades en la nueva modalidad virtual. Los maestros también han presentado problemas de todo tipo en el proceso de adaptación para enseñar a sus alumnos.
El profesor de educación física Luis Landa detalla cuáles han sido estos en su caso. El suyo es especial porque, claramente, necesita de la interacción presencial. “No fue fácil, muchos alumnos tienen múltiples problemas de conexión y viven en espacios reducidos. Eso frustra el desenvolvimiento de las sesiones de ejercicios”, asegura.
Asimismo fue complicado para él a nivel emocional. “Al temor lo vencí con deporte. Correr y nadar, eso me ayudó a mantenerme saludable”, detalla. Y aunque los problemas aún persisten, dice siempre buscar la manera de que ningún alumno se quede sin educación.
Ante esta realidad, el psicólogo Luis Huacho recomienda a los docentes capacitarse y mostrar ánimo y fortalecer el trabajo colaborativo (“no todo es cumplir tareas, ni toda tarea implica aprendizajes”). Y a los alumnos: que aprendan a descongestionarse de la tecnología usando el tiempo libre en actividades que les permita manejar su estrés. “La distancia social debe ser con quienes están fuera de la familia, no con los que tenemos cerca”, finaliza.