Parece el guión de una película, pero no. Es el final de un partido del mundial. Luis Suárez llora desconsolado mientras es llevado en hombros por sus compañeros. Resucitó a su selección con dos goles en su primer partido oficial luego de ser operado de los meniscos el mes pasado. Es el héroe que se desvanece después de la gesta. Sus lágrimas son el epílogo de una victoria inmensa. Uruguay vuelve a estar en carrera demostrando que lo suyo son las situaciones límite.
Los uruguayos parecen escapar al triunfo fácil, al cumplimiento de la lógica. En las últimas cuatro eliminatorias jugaron el repechaje para poder acceder a la máxima fiesta del fútbol. Tienen alma de equilibrista: Necesitan arriesgar la vida para sentirse vivos. Kamikazes esperando estar al borde del abismo para aparecer. Tras la inesperada derrota del debut, abordaron el partido ante Inglaterra con la jerarquía de un campeón del mundo. Manejaron el encuentro hasta que el físico, el fútbol y Suárez aguantaron. Después apareció el infinito coraje para sostener un resultado que mantiene sus expectativas de clasificar a la siguiente fase.
Uruguay fue un equipo solidario, agresivo defensivamente para recuperar la pelota y vertical para buscar a sus dos delanteros. A pesar de tener limitaciones para la creación, es tal la influencia de Cavani y Suárez que pueden inventarse un gol de la nada. El primero ante Inglaterra fue una combinación entre ambos cuando Uruguay atravesaba sus mejores pasajes de juego. Tras el empate y arrinconado contra su arco, volvió a aparecer Suárez para anotar el gol del partido. Tendido en el suelo, El ‘Pistolero’ pidió su cambio y se marchó en camilla escuchando el merecido soundtrack de aplausos que le regaló su gente.
Lo acusan de simular, morder a sus rivales y hacer todo con tal de ganar. Aun así, todos admiran a Luis Suárez. Incluso sus rivales, que lo odian porque le temen.