Real Madrid eliminó al PSG de Neymar en los octavos de final de la Champions League. (Foto: AFP)
Real Madrid eliminó al PSG de Neymar en los octavos de final de la Champions League. (Foto: AFP)
Jorge Barraza

“El infierno fue el Madrid”, tituló con ironía y acierto, también con indisimulado orgullo madridista, el diario deportivo As. La mordacidad se explica porque, en lo previo, desde el Paris Saint Germain se encargaron de mensajear al que en el cotejo de vuelta de octavos de “viviría un infierno”. El propio DT Unai Emery, siempre recatado, se arriesgó a una bravata: "El Madrid no sabe a lo que se enfrenta en París". Y lo vimos antes y durante el encuentro: el Parque de los Príncipes parecía una gran fogata de San Pedro y San Pablo con cientos de bengalas encendidas y cánticos rugientes del tipo “cuidado, esta es nuestra leonera”.

Pero luego empezó a rodar “la caprichosa”… Que no tiene ningún capricho: como decía don Ángel Tulio Zof, aquel patriarca rosarino: “La pelota no va donde ella quiere, sino donde uno la manda”. Es obediente. Si la tirás a las nubes, va a las nubes. Fue empezar a rodar la bola y comprobar que el PSG era mucho humo afuera y poco fuego adentro. Desde el juego, no va a tener el equipo de Zidane otra visita más placentera que esta a París. Se movió a placer, no sufrió apremios. El PSG no presentó argumentos tácticos, tampoco colectivos o individuales para tumbar a una camiseta tan pesada como la del Real. Que siempre que llega la instancia brava, aparece, se infla. Puede ser superado en el campo el Madrid, pero no se amilana, carece de miedo escénico. Tan agradable fue su excursión en París que el temple del inicio se transformó en toque hacia el final, en “tomala vos, dámela a mí…”

Gran faena del Madrid. “Queda la duda de qué hubiese pasado con Neymar enfrentando al Madrid”, escribe un colega. No queda. Ya había estado Neymar en la ida, y su actuación fue irrelevante. No pesó. Ni remató al arco. No pudo hacer nada para evitar el 1-3 en contra. También el Madrid debió prescindir de Modric, su notable organizador de juego -venía de una lesión- y supo disimularlo. Además, quedó la sensación de que, aún con Neymar, no hubiese cambiado el destino de la eliminatoria. En lo mental, el Madrid es infinitamente más que este PSG. El Neymar que el jeque pagó con apenas un pozo de petróleo tal vez no sea el capitán que necesiten para transformarse en un equipo temible de Europa. Quizás precisen otro tipo de líder, más serio. Cuando enfrentas al Madrid, a Sergio Ramos no le importa cuántos seguidores tienes en Facebook o en Instagram, sale a comerte vivo.

La victoria blanca por 2-1 tiene enorme similitud a la conseguida ante el Bayern en Múnich, en 2017, también por 2-1: redondeó una actuación espléndida, tuvo varios puntos altos, se dio confianza. Aquella vez ante los alemanes fue igual: el punto de arranque para luego ganar la copa como un aluvión. Podría suceder lo mismo. Espabiló, convenció, se reencontró. Fue firme en defensa, lúcido y peleador en el medio y, como siempre, letal en ataque. Una buena muestra resultó el gol de Cristiano Ronaldo; en su único centro de la noche, Lucas Vázquez hizo un envío delicioso, perfecto a la cabeza del portugués. Del otro lado, Di María tiró dos docenas de centros, todos malos, cortos, largos, varios pegaron en las piernas de su marcador, otros fueron a las manos de Keylor Navas… Precisión cero. La pelota no tiene caprichos.

Por cierto, en el centro de Vázquez, el marcador se “olvidó” de Cristiano, pero Cristiano no se olvidó de buscar el gol. Su grado de concentración es verdaderamente fabuloso.

Era, hasta ahí, el partido más esperado del año. El PSG se había constituido nuevamente en candidato por sus fichajes (gastó más de 450 M€ en Mbappé y Neymar) y el Real Madrid por ser lo que históricamente es. Pero el duelo que el planeta fútbol esperaba no fue tal por no haber equivalencias entre los contendores. El 2-1 es mentiroso, debió ser más amplio. Le faltó clase al PSG. A muchos de sus jugadores. El hincha francés en general -se advierte por los comentarios en los medios- se siente ofendido con este PSG que hace quedar a los galos como unos flojos. Es más, hasta hace dudar de la verdadera capacidad de Francia para ganar el Mundial, pese a tener tantos buenos jugadores. Cuando la célebre remontada de 6 a 1 de Barcelona el año pasado, se dijo que fue por el árbitro, algo inexacto. Sí cometió un error en un penal el juez, pero fueron las brasas del Barsa las que asaron al PSG. Le tenían que hacer seis para eliminarlo… ¡Y se los hicieron! L’Equipe, el famoso matutino deportivo, fue duro con el club de la Torre Eiffel. Puso en tapa una foto del arquerito Areola (muy bueno, lo más rescatable) y Thiago Silva con gesto derrotado y la pelota dentro del arco; el título dice “Todo eso para esto”. Y agregó: “A pesar de su reclutamiento poco convencional y de la proclamación de la unión sagrada, el París se inclinó sin luchar, como el último año en octavos de final”.

Individualmente, varios bajaron su cotización. Mbappé es uno de ellos, aunque es muy joven. Definió muy ordinariamente dos jugadas que pudieron terminar en gol. Di María fue el mismo jugador barullero, apurado, impreciso, inefectivo y poco pensante de siempre. Sus acciones habitualmente terminan en nada. Dani Alves está en la etapa crepuscular de su carrera, le queda la grandeza, ya no el físico. Perdió la pelota que derivó en el primer gol español. El DT vasco Unai Emery se desplomó en la bolsa del fútbol, está virtualmente fuera del proyecto PSG para la próxima temporada.

La del miércoles fue otra demostración de la potencia de la Liga Española. El Madrid puede ser superado en el juego y perder -como lo ha hecho- con el Betis, el Girona, el Espanyol, el Villarreal y el Barcelona, ser eliminado de Copa del Rey por el Leganés, pero para Europa le sobra. Es para quienes intentan demeritar el campeonato español diciendo que es “una liga de dos”. Pasa que son tan fenomenales esos dos que es difícil voltearlos en un torneo de 38 fechas. A la larga, llegan primeros. Mucho más sencillo es en un mata-mata como la Champions, pero ni así pueden sus vecinos de continente.

Un párrafo aparte para Casemiro. Buen jugador, laborioso, útil, marca y suele llegar seguido al gol. Pero pega y casi siempre zafa de las tarjetas (la camiseta ayuda…) Y es una máquina de fingir golpes que no le dan. Un calco de Giorgio Chiellini, de la Juve. Son el antiejemplo del Fair Play. Contribuyó a la expulsión de Verratti, revolcándose en una jugada en la que el italiano ni lo tocó. Pero hizo tanto aspaviento que el juez alemán Félix Brych compró el teatro y amonestó al correctísimo volante. Luego, Verratti reclamó de mal modo y fue expulsado. “Se autoexpulsó”, se dijo en los medios. No, Casemiro tuvo mucho que ver. Y lo hace siempre. Una picardía se festeja, muchas picardías se condenan.

Atención, cantinero: el Madrid quiere otra copa, paga el jeque.

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