Si fuera necesario reducir a estadísticas la belleza y eficacia que regala cada fin de semana, la noticia ha sido que, con su doblete ante el Granada, Lio Messi alcanzó los 400 goles como profesional (al sumar su desempeño en club y selección). En su vigente carrera por ser considerado el mejor jugador de la historia, luego del traspié que significó el segundo puesto en Brasil, este dato es un recordatorio de sus méritos y lo inserta, de nuevo, en la élite máxima, por si a alguien se le hubiera ocurrido desbancarlo por el hecho de no ser campeón del mundo.
Antes que él, solo alcanzaron esta marca Pelé, quien logró las cuatro centenas a los 23 años (¡qué poco probable es que este récord vaya a ser superado nunca!) y Gerd Müller, el “Bombardero” alemán, quien logró dicho registro un año antes que el astro argentino, con 26 abriles. Atrás quedan dos mitos madridistas: Puskas y Cristiano, quienes tuvieron que cumplir 28 para conseguir ese récord. No se debe dejar de mencionar que ante CR7, en el duelo que los enfrenta por la primacía de esta época, Messi posee otra ventaja: necesitó 129 partidos menos para marcar la misma cantidad de goles.
La comparación, por supuesto, es injusta y tiene no poco de arbitraria, aunque no pierda del todo su carácter referencial. Es caprichosa porque implica homologar todo lo que está alrededor de una actuación individual en un deporte colectivo: posición, esquema táctico, compañía, competitividad de la liga, momento futbolístico del país, etc. Las variables que afectan el rendimiento son tantas que cuesta tomarse en serio los datos. No es esto salto con garrocha, donde la altura alcanzada es objetiva, o tenis, donde se puede cuestionar el momento en que se juega y el rival al que se enfrenta, mas no cuanto de uno ha habido en la victoria.
La forma en la que estas condiciones afectan el desempeño se puede rastrear incluso en la carrera de Messi mismo. Una cosa era verlo como extremo por derecha en el Barza del 2007; otra, como falso delantero por el centro. Rijkaard fue quien lo halló en esa posición el 27 de enero del 2008, en San Mamés, pero fue Guardiola quien lo consolidó en el puesto y logró aprovecharlo al máximo de la temporada 2008-2009 en adelante. Messi pasó así de anotar menos de 20 tantos por año futbolístico a promediar, sin problemas, entre 50 y 70. Un monstruo.
No es casual, luego, que buena parte de los planteles que ha protagonizado, así como de los técnicos que lo han dirigido (Vilanova, Martino, Luis Enrique) y los funcionarios que lo han cobijado (Laporta, Rosell y Bartomeu por un lado; Grondona por otro), hayan hecho todo lo posible porque se sienta cómodo. Porque cuando Messi se siente mimado los periodistas se ven obligados a reescribir las tablas, los rankings, la historia. En palabras de Luis Enrique: “Yo creo que si sumas los goles que hemos metido en el recreo, uno no llega a 400 goles ni borracho… Si Cristiano es Jordan, Messi es Wilt Chamberlain, que hizo 100 puntos en un partido de la NBA. Me quedo con Leo”.
Nosotros, los espectadores, no tenemos por qué elegir.