“El problema básico es que el fútbol hoy es más negocio que deporte”, reflexionó Juan Villoro durante una entrevista en el marco del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española en Argentina. Casi un año después, la situación del deporte rey a causa del coronavirus COVID-19 suscribió cada palabra dicha por el periodista mexicano, futbolero y amante de la estética por encima del resultado.
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Presionados por el apretado calendario y los elementos económicos que envuelven cada partido de fútbol (derechos de transmisión, publicidad, patrocinadores, por citar algunos), varias ligas importantes del mundo se resistieron a detener el balón a pesar de la pandemia del conocido virus, que tiene en cuarentena a varias naciones.
Entendiendo que jugar sin público y evitando que los futbolistas se saluden no era la solución, en Europa los campeonatos comenzaron a suspenderse sin fecha de regreso definida. La Serie A italiana y la Liga Santander de España fueron las primeras. Luego de cierta resistencia, les siguieron los pasos la Bundesliga y la Liga Premier. Lo mismo pasó con la Champions y la Europa League. En esa parte del mundo, el único campeonato que sobrevivió hasta este jueves fue el turco, en el que el nigeriano John Obi Mikel prefirió renunciar al dinero para ponerse a salvo.
En el Viejo Continente primó el sentido común, mientras que en América la coyuntura se tomó con una ligereza inesperada, dejando en el fondo de la ecuación a los futbolistas, los únicos indispensables para que pueda rodar la pelota cada fin de semana.
En el fútbol argentino, River Plate tuvo que llegar al extremo de no presentarse ante Atlético Tucumán y perder los puntos. Días después, forzados por la agremiación de futbolistas, en el país del tango decidieron parar. Caso similar ocurrió en México, en el que esperaron a que se disputara el América – Cruz Azul, para dejar de jugar. Según el diario ‘Mediotiempo’, por cada jornada en blanco se pierden entre 500 y 600 millones de dólares, ya que es un campeonato muy visto en Estados Unidos y Centroamérica. Por ello, no importó la falta de hinchas en las gradas.
Mientras que en Brasil la realidad superó a la ficción. Empujados por lo que sucedía en otros lugares fuera de sus fronteras, así como por las protestas de los propios jugadores, se tomó la decisión tardía de suspender, a medias, las actividades futbolísticas. En el estado de Goiás, el gobernador determinó que siga corriendo el balón a puertas cerradas, con la certeza de que no habrá peligro de contagio porque los jugadores se “pasarán alcohol en las manos antes de entrar y el ambiente aireado facilita mucho para que no haya esta contaminación”.
Increíble aunque previsible si se tiene a un presidente como Jair Bolsonaro, quien a pesar de los fallecidos y el creciente número de víctimas soltó, algo enojado, una frase que nada tiene que ver con un líder: “La CBF podría en todo caso vender solo una parte de las entradas, tomando en cuenta la capacidad de las tribunas, y no adelantarse a simplemente prohibir esto o aquello, porque cancelar no va a contener el virus”. Otra vez, la exposición del jugador no importó. Como tampoco su familia.
Criterio hubo en nuestro desacreditado Descentralizado. Casi a la par de las medidas tomadas en los campeonatos europeos, la Federación Peruana de Fútbol determinó paralizar los torneos, incluso antes de la cuarentena ordenada por el presidente Martín Vizcarra. Una decisión ejemplar desde un deporte de masas, en tiempos en los que a la gente le cuesta entender que quedarse en casa es un paso hacia la libertad.