Es triste decirlo, pero en un año por muchas razones inolvidable, la selección peruana de fútbol termina tocando notas bajas. No solo en lo deportivo, por las malas sensaciones que dejaron los amistosos últimos, sino a nivel directivo y dirigencial, donde la otrora imagen de solidez se ha transformado en una sombra teñida de desaciertos.
El primero de ellos, no es ocioso repetirlo una vez más, tiene que ver con el uso que Edwin Oviedo hace de la Federación Peruana de Fútbol, desprestigiándola al mezclar sus problemas judiciales con la conducción institucional. Debe renunciar.
El segundo lo ha puesto en evidencia Juan Carlos Oblitas, cuyo contrato como director deportivo de la FPF vence en pocas semanas. Él ha llevado al plano mediático las divergencias que existen en la institución respecto a cómo se ha mezclado lo futbolístico y lo extradeportivo, y ha denunciado la “hostilización” de su área. La acusación a Guillermo Ackermann no tiene otra lectura, por lo que el descargo del responsable de Relaciones Públicas solo se puede entender como la visibilización de un conflicto mayor. La especulación alrededor de quién reemplazaría al ‘Ciego’ no hace sino crear un clima que en modo alguno favorece al proceso.
Ricardo Gareca, por su parte, tampoco ha hecho mucho por apaciguar esta escalada mediática. Sus declaraciones acerca de la prisión preventiva y la turbación político-judicial que vive el país, si bien responden a un libre ejercicio de libertad de expresión, son inadecuadas.
Lo son porque se trata de un campo ajeno a su profesión, implica para él un conflicto de interés (pues afecta a la persona que lo contrató) y polariza a la opinión pública. Si algún mérito ha tenido Gareca ha sido justamente la prudencia, lo que unido a su éxito con la selección lo han convertido en una figura indiscutida para la afición local. El entrenador no debería dilapidar ese crédito tan duramente ganado en los campos de fútbol en blindar a personajes que tienen cuentas por resolver con la justicia.
Por todo ello, el año que viene será muy delicado. A la mayoría de equipos les cuesta recuperar “momentum” una vez cumplidos los objetivos trazados; las transiciones suelen ser costosas, a veces, fatales. Gareca deberá hilar fino en la renovación del plantel, tiene un problema abierto en la definición del “9” titular y le espera una competencia, la Copa América, que será un indicador del estado de Perú de cara a las próximas Eliminatorias.
En ese sentido, resulta indispensable que posea un marco de trabajo estable que le provea de los medios necesarios para que su atención esté estrictamente en las canchas. No es el caso.
¿Cuánta crisis política es capaz de soportar la selección nacional? Lo ideal sería que las únicas pruebas que deba rendir la Blanquirroja el próximo año sean deportivas. No parece que estemos ante ese escenario.