Ha escrito una trilogía de autoficción que ya ha dado por concluida. Sin embargo, ha decidido que este proyecto, el de contar las alegrías y catástrofes de la selección, continuará cada cuatro años pase lo que pase. Tres, dos, uno...
—¿Cómo así alguien que escribe poesía, que debe condensar grandes verdades en pocas palabras, publica una enciclopedia de la selección peruana de más de 500 páginas?
Porque si bien trabajo con la economía del lenguaje, como lector uno tiene varias facetas y siempre me han gustado los libros de divulgación. Más allá de las novelas clásicas o los grandes libros de poesía, uno puede entretenerse una tarde con un libro que te cuente la historia de la selección argentina, por ejemplo. Y yo advertía que no existía un libro sobre la selección peruana, lo cual era entendible: estuvimos estancados durante casi cuatro décadas en el tercer nivel del fútbol mundial.
—¿Para qué contar una historia lánguida de triunfos?
Me parece que vale la pena contarse, porque es una historia paralela en muchos sentidos a la historia grande del Perú oficial. Una historia en la que hay individualidades con mucho talento, ciertos momentos de gloria y plenitud y también grandes catástrofes colectivas. Involución, desconcierto, subdesarrollo. Algo que nos define es no estar a la altura en los grandes momentos. Eso también signaba a la llamada generación dorada de los 70s’.
—Esa incapacidad es circular, ¿no? Nos pasó hace unos meses en Doha...
Uno de los méritos de Gareca es que el peso psicológico de algunas situaciones pudo ser superado por jugadores que no tenían un gran linaje futbolístico. Hubo resultados que nos inducían a pensar que esa etapa estaba superada. Pero el partido contra Australia nos ha dado un fuerte golpe que todavía no terminamos de asimilar, porque estas cosas se asimilan con el tiempo y la perspectiva. Estoy seguro de que con los años se recordará como el fracaso hacia Alemania 74 o el partido de Santiago en el 97. Eventos funestos e inexplicables hasta cierto punto que nos signan. Lo que más me duele del partido ante Australia no es haber sido eliminados de un mundial, sino tener la conciencia de que existen ciertas cuestiones de las que aún seguimos presos.
—Mencionas en tu libro que no eres el más efusivo de los hinchas, ¿cómo reaccionaste cuando Valera falló el penal?
Yo estaba arrodillado frente al televisor, fuera de mi cuarto, en silencio, con toda la tensión del mundo. Me quedé helado. Todos nos quedamos helados. De pronto toda la ciudad se quedó en un silencio hondo. De pronto el país había entrado en un luto del que nos costó varios días salir. Un luto mezclado con incredulidad. Porque si hubiera sido con una selección que nos generara mayor respeto quizá hubiera sido más digerible. Pero con Australia nunca pensamos llegar a esta circunstancia. No fue como el partido en Santiago, donde la masacre fue tan clara que no nos tardamos tanto en entender cuáles serían sus consecuencias.
—¿A tus 46 años que ha sido lo más parecido a ese silencio?
Hay paralelos que no son comparables en su tragedia. Las noches de apagón en los 80s. Pero eso es algo mucho más grave y el fútbol no llega a tener esa importancia. Es lo más importante de lo menos importante. Yo recuerdo a Lima la noche del 12 de octubre de 1997. Pasamos de la euforia al lamento. Durante más de veinte años no tuvimos un partido así, donde se jugara el todo por el todo.
—¿Esta derrota ante Australia daba para esta nueva edición?
Una cosa es el motivo que dispara un proyecto y la otra es la voluntad de continuar un proyecto. Así no clasifiquemos a los próximos tres mundiales yo voy a proseguir esta historia. Me parece que es necesario. En otros países los libros de divulgación son numerosos. Hay una industria que los produce y autores que se especializan. Aquí tenemos el caso de Ricardo Bedoya con el cine peruano. Tiene varios libros en los que sistemáticamente profundiza en esta vertiente cultural. Yo quisiera hacer lo mismo y ya tengo una gran base para no desfallecer y abandonar el proyecto así las cosas no vayan bien. Yo nunca dudé en publicar este libro a pesar de la derrota ante Australia. Me pareció que había que hablar sobre la era Gareca y compilar lo sucedido, partido a partido, con los virajes de un proceso que me sigue pareciendo el más importante que hemos vivido desde la época de Marcos Calderón.
—¿Sientes que has sido justo con Gareca en el libro? Sueles ser implacable con tus juicios, pero tu post lapidario post-eliminación nunca llegó.
Yo abundo en los errores de Gareca. Pero desde que Gareca tuvo este fracaso han habido muchas voces que se han dedicado a relativizar los logros del argentino y creo que es profundamente mezquino. Eso no significa que no haya cometido errores y que no haya que dejarlos en claro. Desde Oblitas ningún entrenador había trascendido más allá de los dieciocho puntos. Gareca dos veces rompió la barrera psicológica de los veinte puntos y nos puso en dos repechajes. En uno clasificamos y en otro no. Pero tuvo un equipo que ni de lejos contaba con los pergaminos del equipo de Marcos Calderón. Basta haber vivido las cuatro décadas anteriores para darnos cuenta que cambió la perspectiva que teníamos de nuestra selección. Hubo una transformación emocional y futbolística. Soltar la bilis es no haber aprendido nada de todo lo anterior.
—¿Te sigue doliendo ese partido del 97 ante Chile (nos eliminó de Francia 98)?
Sí, aunque después de la primera edición ya puedo verlo con un poco menos de molestia. No es el hecho de perder, sino cómo se perdió. Siempre he creído que el fútbol no es una guerra, pero ese partido lo fue. A Reynoso le pegaron los carabineros incluso. Una canallada. Fue una humillación rodeada de cierta parafernalia histórica que hizo que nos doliera más. Tocó fibras atávicas.
—Gareca siempre escapó del término ‘revancha’ cuando le preguntaban si clasificar con Perú a un mundial tenía esa categoría debido al Gareca jugador que se quedó fuera de México 86...
Que te saquen de la lista después de que anotaste el gol de la clasificación es catastrófico. Es un puñetazo a la felicidad. Él es bastante diplomático, pero se trasluce ese enojo hacia Bilardo.
—Así es. Pero dime, ¿qué crees que representaría para Juan Reynoso clasificar a un mundial después de la herida del 97?
Suelo ser irónico con la generación de los noventa. Pero era una generación talentosa. Tuvimos uno de los mejores mediocampos de Sudamérica. Pero fue un período de profunda depresión para el país a todo nivel y la selección no pudo ser una isla. Creo que Reynoso tiene la hermosa posibilidad e reivindicarse. No como jugador, porque fue un gran jugador, pero sí para demostrarnos que es posible revertir ese estigma de que no respondemos en los instantes decisivos.
—¿Esperabas este Reynoso cercano a los medios?
Se le ha recibido con cierta fe. Es una luna de miel. Yo quiero verlo cuando las cosas no le vayan bien. Allí es cuando podría aparecer el Reynoso que hemos visto en clubes. En cualquier caso, me parece que no va a ser tan desproporcionado como Markarián. Reescribiendo este libro la postura de Markarián hacia la derrota fue sumamente desaforada. No llega a esa ausencia de autocrítica. El problema con Reynoso es cuando ve ‘fantasmas’. Pero creo que ha madurado y ha vivido experiencias que lo han curtido.
—Hay un nombre que no fue llamado para los dos primeros amistosos de Reynoso: Gabriel Costa, quien fue reclamado por muchos en el repechaje ante Australia. ¿Por qué este señor que es figura en una liga competitiva no recibe una oportunidad?
Es lo que ocurre cuando las cosas no nos salen bien. ¿Por qué no puso a ese? Esa es la historia del fútbol peruano. Me parece que es parte de una reacción post-Australia. Va a costar salir de allí y quien puede hacerlo es Reynoso. Una clasificación al mundial convertiría la dolorosa e inverosimil herida actual en una cicatriz. Y no me parece imposible: ahora hay más cupos. Si eventualmente nos tocara jugar un repechaje otra vez, estoy seguro que así fuera Islas Salomón tendremos más cuidado.
—¿Qué tan difícil te fue no repetirte en este libro a la hora de contar los partidos?
No hay nada más difícil que un libro de fútbol porque es fácil caer en el adjetivo repetido. Es un mundo de pocas claves combinadas que logran escenarios distintos, pero las claves son delimitadas. Y también las palabras. Yo he leído el libro cuatro veces, precisamente para no repetirme. Aunque a veces sea inevitable, he intentado no hacerlo. Es el gran reto que tengo para cuando deba continuar este libro. No solo es un reto con la historia sino con el lenguaje. He intentado sacar al poeta que tengo adentro.
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