Jorge Barraza

“Lima es un cementerio”, nos dice gráficamente Freddy Lazo, un león de micrófono. Y sigue: “Caló muy hondo esta eliminación. De cada cien peruanos, noventa y seis aseguraban que estaría en el . Hubo exceso de triunfalismo”. Y sobre Ricardo Gareca: “El 95% de la gente quiere que se quede, la prensa está dividida, un 60% pide que siga, un 40% opina que ya cumplió su ciclo, que su imagen con los jugadores y dirigentes está desgastada”. ¿La imagen de Gareca desgastada con los dirigentes? Vaya… esa sí que es Mundial.

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“Es como si hubieran apagado al país”, grafica Miguel Villegas, editor de Deportes de El Comercio. “Sobre todo se apagó la sonrisa, ese regalo que nos había hecho la selección. Este equipo tapaba tantas cosas que pasan en el país…”

“Perú es un velorio, hay un ánimo sombrío en la patria, una tristeza nacional. Ni ruido hay… La gente lo toma como que se va Gareca, que se acabó un ciclo brillante y que tardaremos otra vez treinta y seis años en volver a un Mundial”, dice el colega y amigo Ricardo Montoya. Continúa: “Conseguir un gran director técnico es muy difícil. Conseguir uno que además tenga la clase de Ricardo, casi imposible. Y no hay recambio de jugadores. El fútbol representaba la única alegría del país, ahora ni eso”. No para, sigue su dolorido monólogo: “Gareca nos devolvió la identidad de juego, nos hizo ser competitivos, fuimos a un Mundial, llegamos a una final de Copa América, en otra salimos terceros y en una más, cuartos, le cortamos la racha a Chile ganándole 3 a 0, descubrió jugadores donde no había…. Hizo mucho”.

Es curioso: en todos los periódicos del mundo, cuando uno va a secciones, aparecen por orden de importancia más o menos así: últimas noticias, opinión, política, economía, mundo, ciudad, cultura… Deportes marcha octavo o noveno, pero sucede que, por lo general, ningún acontecimiento impacta a la población como la suerte de su selección de fútbol. Nada convoca más, nada alegra o entristece ni siquiera un diez por ciento de lo que ese fenómeno vinculado al sentido de pertenencia. Ninguna otra actividad es capaz de llevar cuarenta mil ciudadanos a Rusia o veinte mil a Qatar. En bonanza o en crisis. Es la fuerza arrasadora de este juego-pasión.

LOS ÁNIMOS

La Selección (con mayúscula) era el chiche adorado de la población. Y se estrelló contra el piso, saltó en mil pedazos. En Colombia y Chile causó frustración la eliminación, pero ni comparar. Ambas selecciones ya venían mal y se esperaba la extremaunción. En cambio, Perú elevó las ilusiones a la estratósfera. Y cuando había que asomar, el equipo asomaba. Encima le tocaba el repechaje con Australia, que en su grupo de Asia venía de empatar 2 a 2 con Omán y de perder 2-0 con Japón (en Sidney) y 1-0 con Arabia Saudita. O sea, ¿qué era Australia? Aparentemente, nada. Se juntó todo: la euforia, el aferrarse a esa soga hermosa que era la Selección, la idea de ir a copar de nuevo el Mundial -esta vez en Qatar- con cuarenta o cincuenta mil peruanos, la subestimación del rival, la seguridad absoluta de clasificar… Y un penal rompió todo. ¿Por qué, Señor? ¿Por qué? ¿No se puede volver el tiempo atrás, retroceder esta película y que patee otro? ¿O que el mismo Valera la tire a la izquierda de Redmayne?

No, imposible, el sueño mundialista ya está en manos de Dios.

¿Qué fue lo que pasó…? ¿Se equivocó Gareca…? ¿Por qué no llevó a Ruidíaz, que es penalero…? ¿Por qué no estaba Costa en el banco, que también patea…? ¿Y Trauco, Zambrano… se borraron?

La responsabilidad del técnico queda a salvo en tanto el planteo y los nombres -excepto Yotún- fueron los mismos. Pasó que los jugadores no respondieron. Son héroes de batallas anteriores, pero en Doha no dieron nada. Hubo un apagón general. Justo el día que más se necesitaba. Acaso el Oreja roza el 7, Zambrano y Callens el 6, Gallese también, porque no le patearon casi, pero después tapó un penal. El resto no pasa de cinco. Con suerte. Y, lo más relevante, no existió el triángulo virtuoso de este equipo, la usina de fútbol, que es Yotún-Carrillo-Cueva. Un triángulo invertido cuya base es Yotún.

Como en la historia del Titanic, el drama se fue dando silenciosamente. Primero no estuvo Ruidíaz, luego llegó al repechaje Australia y no Emiratos, que era más conveniente, por último, la lesión de Yotún, y revolviendo ese estofado, el exitismo. Fatal. Sin Yotún, que es la brújula, la inspiración quedaba a cargo de los otros vértices del triángulo. Carrillo, seguramente sin haber alcanzado su mejor ritmo de competencia, no aportó ninguna luz. Y a Cueva le bajaron la palanca, estuvo a oscuras. No hubo una pizca de fútbol, ni unas gotas de creatividad. Porque a Australia no se le ganaba corriendo, sino jugando. Los únicos arrestos de sobrevivencia los puso Edison Flores porque tiene clarísimo que el fútbol es con arcos, y donde puede apoyar el empeine sobre la bola, saca el fusil. Esté donde esté.

Los creativos de un equipo son el motor del auto, si ellos no funcionan la carrocería no se mueve. Y no se movió. A veces aparece un cabezazo salvador, un bombazo de afuera del área, un rebote afortunado. Esta vez no se dio nada. Y en los penales surgió ese arquero inopinado, enorme, con su barba de pastor protestante o de leñador noruego que se movía insistentemente, inquietantemente. Era el fantasma de la película. Buscaba confundir. Y confundió. Graham Arnold tenía esa carta en la manga y la jugó en el minuto 120. Bien jugada, está en el Mundial.

Arnold pensó igual que Marcello Lippi en el Mundial 2006: Francia tiene el 70% de posibilidades de ganar y nosotros el 30. Pero si llegamos a los penales estamos 50 y 50. Así ganó Italia. ¿Y Gareca, qué? ¿Se equivocó con Valera? ¿Eran Zambrano o Trauco? Sólo Dios lo sabe. Si eligió al primero es porque está convencido de que es mejor ejecutor que los otros dos. O porque Zambrano y Trauco miraron para otro lado. De última, fue su decisión, es el técnico. El Flaco ya está más allá del bien y del mal en Perú. Imposible cuestionarlo. Haciendo una retrospectiva histórica: ¿Es mejor que Didí? ¿Mejor que Tim? ¿Más que los dos juntos? Difícil responder esas preguntas, que parecen irrespetuosas, pero tienen su base de lógica. Pocas veces la obra de un técnico emerge tan nítidamente en un proceso futbolístico. Cuando pase el tiempo, el trabajo de Gareca en Perú quedará grabado en mármol. Él generó ese estado de euforia colectiva, de felicidad nacional.

El hincha se aprendió el equipo de memoria y el equipo jugaba de memoria, internalizó todos los conceptos y la idea de Ricardo. Jugó a la peruana, acertó con casi todos los jugadores y estos, de su mano, fueron evolucionando. Los mejores casos son los de Christian Cueva, que pasó del descreimiento general cuando el técnico lo llevó a la Copa América en Chile 2015 a estar en la galería de los grandes de todos los tiempos de la Selección. O Advíncula y Zambrano, hoy titulares en Boca. O Renato Tapia, convertido en un jugador esencial, con marca, sacrificio, criterio y ductilidad para distribuir el balón. O Yotún, lateral devenido en centrocampista pensador, creativo con marca. Cuando ninguno de ellos jugaba en sus equipos en el exterior, quien creía en ellos era Gareca. Y estos le devolvieron la confianza con juego. Fue un círculo virtuoso.

¿Cómo culparlo de algo? Sin grandes elementos hizo de Perú un relojito que siempre daba la hora exacta. Hasta que un día se paró. Fin.

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