El año termina amargo para Ricardo Gareca y la selección. En el minuto final del partido, que fue también el último que jugó la selección en esta década, Colombia anota un gol dudoso con posible mano de un atacante y sin certeza tecnológica sobre si la pelota cruzó o no la meta de Pedro Gallese. Nunca se extrañó tanto el VAR o, siquiera, el chip en el balón. Cuando se pierde sin merecerlo, no hay lugar para romanticismos ni nostalgias.
No fue un corolario justo para una de las mejores décadas que Perú ha tenido en este deporte, aunque marca sí algunos patrones claros. El primero y más funesto es la primacía de Colombia, equipo al que ya no solo cuesta ganar, sino anotar.
Lo segundo, también de cuidado, es la ausencia de variantes efectivas en el ataque: Raúl Ruidíaz se mostró mejor pero sigue en una extraña racha que no se condice con su exitosa vida profesional; Cristian Benavente necesita más tiempo en cancha. Lo tercero es que, con el experimento del doble lateral y el doble ‘9’, el entrenador argentino nos revela que busca soluciones a problemas conocidos, lo cual nos sitúa en lo que se puede calificar como fase de experimentación; en ese sentido, es una lástima que el amistoso ante Chile se haya cancelado por razones extradeportivas del todo razonables.
Lo cuarto es positivo: Pedro Aquino puede ser un excelente complemento de Renato Tapia en ausencia de Yoshimar Yotún. Esto produce sensaciones positivas en una zona crítica del campo, sobre todo, de cara a una transición generacional suave. El resto del equipo luce asentado y con las ideas claras, lo que no será poco cuando se inicien las Eliminatorias más difíciles del mundo.
¿Pero cómo nos deja este panorama de cara a la clasificatoria mundialista? Con un sereno optimismo. Quizás es la primera vez que esta ilusión nos embarga justificadamente. Perú cuenta con herramientas para pelear en cualquier campo de la Conmebol sin complejos. No sobra, pero no falta.
Gareca ha logrado solidez, conoce los límites de su equipo, sabe a qué juega y combina, como marca de estilo, una volante fluida con pragmatismo en las áreas. Perú tiene los kilómetros suficientes como para embarcarse en el largo torneo sudamericano con la seguridad de que el entrenador no se irá, el grupo no se desmembrará en el camino y la idea no se perderá en los aeropuertos ni en las aduanas.
A los países que se saben mejores les costará vencer a este equipo; a su vez, aquellos que van un escalón abajo por racha, crisis o proceso obligarán a Perú un protagonismo que le costará. Pero este escenario, sin puntos regalados ni partidos sencillos, es también una motivación. Lo importante es no perder la alegría.