“El juego de Federer no está relacionado ni con el sexo ni con las normas culturales. La belleza de su tenis con lo que tiene que ver, en realidad, es con la reconciliación de los seres humanos con el hecho de tener un cuerpo”. La cinética perfecta del maestro suizo le sirve a David Foster Wallace para sostener que el deporte blanco, cuando lo practica Roger, posee carácter litúrgico. Y luego afirma: “Sus movimientos, al igual que los de Maradona, Gretzky o Alí, parecen hechos de carne, pero también de luz”. Con el Maestro del Tenis nacen espontáneas este tipo de reflexiones.
Esta vez, Su Majestad no va a competir en París. Y hace bien. Roger prefiere reservar energías para prolongar su impecable inicio de año, ahora en la temporada sobre hierba. La longevidad de su excelencia deportiva depende, en gran parte, de no arriesgar su físico en pruebas que son innecesarias y que, además, le pueden costar caro.
Es evidente que las pesadas canchas de polvo de ladrillo no favorecen su agresiva estrategia de puntos cortos. Esta claro también, tras esta renuncia, que Roger ya no aspira a ser el número uno este 2017. Su anhelo, en sus largos pero vigentes 36 años, es seguir sumando títulos a los 18 que ya tiene en los distintos torneos de Grand Slam. Desafiar, a estas alturas, los dominios de Nadal sobre la tierra batida es una osadía que no está dispuesto a cometer.
Distinta es la aspiración de Rafa. El polvo de ladrillo es la superficie en la que los tenistas están obligados a convertirse en gladiadores y allí Nadal es, sin dudas, el Espartaco moderno de la arcilla. Nadal es el claro favorito para volver a ganar Roland Garros. Una victoria en París le permitiría reducir enormemente las diferencias en el ránking mundial con el hoy irreconocible Murray y con el errático Djokovic. Si a eso se le suma el muy buen comienzo de año del Rafa en pistas duras, donde únicamente un pletórico Federer, pudo frenarlo, lo del balear es notable. No solo por su versatilidad sobre las diversas superficies de juego, sino también por su asombrosa consistencia. De momento, en este 2017 ya Rafa fue finalista en el Abierto de Australia, en Acapulco y en el Masters 1000 de Miami sobre canchas rápidas. Además, en su hábitat natural tenístico (la tierra batida) acumulaba hasta ayer, en que derrotó a Almagro en Roma, 16 victorias y tres torneos (incluidos dos Masters 1000) sin que nadie le pudiera doblar el brazo.
Nadal, a sus 30 años, tiene el brío y la suficiente confianza en su juego como para recuperar el lugar de privilegio que le corresponde en el tenis mundial. A eso apunta.
Con respecto a la ausencia de Roger en Francia, el español se ha mantenido, como siempre, respetuoso de las decisiones de sus rivales. Ha sido su tío Tony quien deslizó que hubiera preferido que sea Djokovic el que se pierda la temporada de arcilla. Lo dijo en un tono de broma con sabor a realidad. Como están las cosas, lo que está muy claro es que el rival a vencer para Nadal en París es Nole. Roger le parece temible pero en superficies veloces.
“La belleza no es la meta de los deportes de competición y, sin embargo, los deportes de élite son un vehículo perfecto para la expresión de la estética humana” apuntaba Foster Wallace sobre las sensaciones que le producía el ver enfrentarse a Federer y a Nadal con la red mediante. Es un privilegio que todavía los hombres que aman el tenis pueden permitirse. Y en realidad, no importa mucho la razón por la que compita cada uno, los ganadores, al final de cada partido, siempre seremos nosotros.
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