Ser periodista es hablar con gente. Conocerlos durante unos minutos, horas o -en el mejor de los casos- días. Tener en mente sus inquietudes, sus carencias. Esa es la primera parte de la labor periodística que en tiempos de coronavirus se ejecuta en medio de un riesgo que flota en el aire. Pero es también ser la voz de aquellos que no la tienen. Y reconocer en ellos la importancia que merece todo aquel que desea ser escuchado.
Durante la cobertura del Estado de Emergencia por la epidemia de coronavirus, redactores de El Comercio han conocido a multitud de personajes cuya entrega y sacrificio los han convertido en héroes anónimos. Acá está su voz y nuestro reconocimiento.
La doctora que cuida el valle (Por Laura Urbina)
Lourdes Díaz Torres, médica de profesión, nunca se imaginó que el virus COVID-19, reportado en la lejana ciudad de Wuhan, en China, llegaría hasta el valle del distrito de Santa, en Áncash. Tiene 37 años y es jefa del centro de salud de Santa, por lo que lidera al grupo de profesionales que se enfrenta al enemigo invisible y va en busca de posibles pacientes infectados. Su equipo de apoyo está conformado por la doctora Rosario Pimentel Hualcas, la enfermera Edith Robles Murthy, los trabajadores de laboratorio Miriam Ramos y Roger Luna Encarnación y, el conductor de la ambulancia Juan Martínez. Desde que se detectó el virus en dos pobladoras del centro poblado Tambo Real, a veinte minutos de Chimbote, no han parado de trabajar y no tienen horario de salida del trabajo. Desde entonces, el esposo de Lourdes se ha quedado al cuidado del hijo de ambos de un año de edad. Aunque siente bastante preocupación de que el virus se haya extendido en el valle Santa, Lourdes afirma que tiene claro que su responsabilidad será siempre acudir al llamado del paciente. También espera que la pandemia que mantiene en vilo al mundo acabe pronto, por lo que exhorta a la población a sumarse al esfuerzo del personal de salud respetando el aislamiento social para cortar la cadena de la infección.
El sabio que nos enseña (Por Roger Aguilar)
La incertidumbre es otro aspecto de la pandemia que nos aqueja a casi todos los peruanos, con excepción de los infectólogos más reconocidos del país. Uno de ellos es el médico Eduardo Gotuzzo, quien siempre está a la orden cuando los periodistas le realizan una consulta sobre la enfermedad. Gracias a sus opiniones que se difunden en los medios de comunicación, los ciudadanos encuentran un poco de tranquilidad. Hasta hace unas semanas, recibía entre una a dos llamadas telefónicas al día de los periodistas, pero en esta última semana cuenta que solo en un día lo llamaron hasta en 40 ocasiones, incluso en la madrugada. El doctor Gotuzzo se jubiló de sus labores como director del Departamento de Enfermedades Infecciosas y Tropicales del Hospital Cayetano Heredia en el 2017 al cumplir 70 años. En la actualidad, es profesor emérito de la Universidad Cayetano Heredia, en donde se formó profesionalmente como médico y luego como especialista en enfermedades infecciosas y tropicales. Está casado hace 45 años con Mirtha Oliva Elías, tiene tres hijos, le gusta la música criolla y entre sus más preciados recuerdos está haber conocido al compositor Augusto Polo Campos como paciente y después haber forjado con él una gran amistad.
Los que no duermen (Por Gladys Pereyra)
El periodismo se hace en la calle, pero también tiene mucho de llamadas, correos, mensajes e incluso audios de Whatsapp. Preguntar e insistir para hablar con el vocero oficial, el experto, el protagonista de la historia ocupa gran parte del trabajo diario – alerta spoiler para los que quieren estudiar periodismo: no siempre estarás viajando ni conversando con tus fuentes a la hora del almuerzo– más aún en tiempo de aislamiento social obligatorio. Ahí estamos y ahí están ellos: los periodistas de instituciones. Hoy, las áreas de prensa del Ministerio de Salud, el Instituto Nacional de Salud, del Colegio Médico del Perú, de sindicatos, son la fuente principal a la que acudimos a cualquier hora en medio de la vorágine de información y fake news, cada una desde su propia o incluso opuesta posición. Ahí también están todos los infectólogos, psicólogos, ingenieros, antropólogos e incluso historiadores que contestan nuestras llamadas desde sus propios lugares seguros. El coronavirus no solo nos reta a contrastar el doble la información sino también a buscar nuevas y más fuentes especializadas sin desatender las versiones oficiales. Ese reto también es para ellos, porque no hay horario de oficina cuando les llamamos para una precisión. La cobertura de la pandemia nos rebasa y nos exige ser más que nunca el periodista insistente detrás de las fuentes. En esta ruta, todos estamos 24/7.
La defensa de un cuerpo (Por Gino Alva Olivera)
Me tocó ir a la Base de Infantería de Ancón junto con el fotógrafo Hugo Curotto y el videoreportero José Manuel Romero. Recuerdo que en el camino hubo un incendio y vimos a policías y militares ayudando a que no se queme un camión. Cuando llegamos nos recibió el coronel Torrecilla, jefe del Estado Mayor de la Fuerza de Infantería de Marina, la persona a cargo de esta base que alberga a 1.400 soldados y también nos dio la bienvenida el comandante Méndez. Con ellos fuimos a bordo de una tanqueta al peaje de Ancón, al Óvalo de Ventanilla y al Mercado de Huamantanga.
El trabajo de los marinos consistía en informar a la gente, orientarlos, pedirles sus documentos y que utilicen mascarillas. Y lo hacían bajo un tremendo calor y bajo muchas dificultades. Estamos hablando de personas que no ven a sus familias hace muchos días; que tienen un trabajo que los obliga a estar en contacto con gente todo el tiempo. Gente que podría estar infectada. Por ahora están bien, pero en algún momento puede que les falten mascarillas y raciones de comida. No todos tienen la facilidad de tener comida, tampoco pueden ir a comprarla cuando les da hambre o sed. Y, sin embargo, ahí están, dándolo todo para protegernos.
Por eso yo destaco a la Marina de Guerra. No podría mencionar a una sola persona sino a la institución en su conjunto porque funciona como un cuerpo. Desde el soldado que vi en el puesto de peaje de Ancón hasta el que cuida una calle en Ventanilla o el comandante que les da órdenes. Todos tienen una función y todos se esfuerzan al máximo.
La mujer que no se detiene (Por Juan Guillermo Lara)
Quiero destacar a la señora Elena Trujillo Malpartida. Ella tiene 52 años. Hace 15, cuando su esposo falleció, salió a buscar trabajo para mantener a sus tres menores hijos. Gracias a una amiga conoció el oficio de canillita, una labor que podría realizar por las mañanas y cerca a su casa, en Balconcillo, La Victoria. Doña Elena se levanta a diario a las 4:30 a.m. para ir a recoger los periódicos. Una hora y media después llega en bicicleta hasta el cruce de las avenidas Canadá y Campodónico, donde labora ininterrumpidamente desde hace una década y media. Incluso ahora, durante la crisis del COVID-19.
“Desde que comenzó la cuarentena uso guantes y mascarilla, pero no puedo dejar trabajar. Soy quien ‘para la olla’ en casa, como se dice”, me aseguró con una sonrisa que no olvidaré.
El protector (Por Rodrigo Cruz)
El comandante PNP Richard Morales está a cargo del Escuadrón de Emergencias del Callao. Es decir, de atrapar a los delincuentes en una de las zonas más afectadas por la inseguridad ciudadana en el país. Él, junto a un equipo de 285 efectivos (el 70% jóvenes suboficiales) patrulla las calles del primer puerto incluso las más peligrosas. Pero en los últimos días, a raíz de la emergencia del coronavirus, su trabajo ha tomado un valor adicional. “Queremos que la comunidad se sienta protegida, por ejemplo, cuando sale a las calles a comprar sus alimentos y ves a uno de nosotros”, nos dice. La mayoría de los chalacos han respondido con aplausos cuando ven transitar a los patrulleros durante el toque de queda.
Los hermanos que movilizan a los doctores (Por Juan Pablo León Almenara)
Desde que eran solo unos niños, los hermanos Mauricio y Octavio Zegarra conocen –y gozan de– los beneficios de la bicicleta como medio de transporte: libertad, ahorro de tiempo, dinero y de citas con el médico. También llevan años difundiendo en el Perú las innumerables capacidades de este vehículo ante desastres naturales u otras emergencias que limitan el uso de autos en las ciudades. “Con una bicicleta puedes llegar a cualquier lado. Te permite salir de casa y moverte sin límites así la ciudad esté destruida”, dice Octavio. Los ejemplos más recientes fueron el terremoto en México del 2017, que provocó el colapso de edificios y autopistas; y las protestas en Santiago de Chile en el 2019 que obligaron al cierre de calles. En ambos casos, las dos ruedas fueron suficientes para que una gran cantidad de personas y familias no vean paralizadas sus vidas ni su acceso a los servicios esenciales.
Hace una semana, cuando el gobierno ordenó la inamovilidad de vehículos particulares en todo el Perú por el avance del virus Covid-19, los hermanos Zegarra observaron que a muchos médicos se les complicaba llegar a sus hospitales y regresar a sus casas al final de la jornada. Ese mismo día, lanzaron #PrestaUnaBiciAlDoc, campaña que permite a cualquier ciudadano prestarle una bicicleta a un médico en Lima, en días en los que casi todos los ciclistas tienen a sus compañeras de ruta estacionadas por la cuarentena. Habilitaron una plataforma virtual que conecta a ‘cleteros’ solidarios con trabajadores de la salud, y hasta la fecha han logrado ayudar a 32 doctores y enfermeros. Una especie de ‘Air BnB’ de las bicicletas para quienes más las necesitan.
Si tienes una bici y puedes prestarla entra a este link.
Si formas parte del personal de salud y necesitas una bicicleta usa este enlace.
La cocinera de la esperanza (Por María del Carmen Yrigoyen)
Martina Fernández, de 64 alos, llega todos los días a las 8 a.m. al comedor popular Perú España, en Villa El Salvador. Junto a otra cinco mujeres prepara el almuerzo de los damnificados por la deflagración de gas del pasado 23 de enero y para otros vecinos del sector que viven en condiciones de pobreza. "Para nosotras no hay coronavirus", dice.
Cuando ocurrió la primera emergencia, la municipalidad solicitó voluntarias que atendieran el comedor. Las mujeres llevan ya dos meses prestando apoyo a los damnificados. "Me siento contenta. Ayudar me hace sentir joven por dentro", cuenta Fernández
Para cumplir con esta labor voluntaria, el municipio distrital les provee mascarillas, guantes y jabón. Este martes se les acabó el desinfectante.
Martina y las otras mujeres hicieron lo posible para mantener el local limpio a punta de jabón.
El terror de las epidemias, por Melissa Valdivia
El doctor Enrique Arana García, médico infectólogo del área de COVID- 19 del Hospital Regional de Cusco, ha luchado toda su vida profesional contra enfermedades como el dengue, la hepatitis y el VIH. Ahora le toca enfrentar al coronavirus en la Ciudad Imperial. Todos los días viaja en su propio auto desde (Urcos), en la provincia de Quispicanchi, hasta la ciudad del Cusco. Antes hacía ese trayecto en una hora, pero con la restricción del tránsito vehicular por el estado de emergencia llega en media hora al hospital y aprovecha para recoger al personal médico que labora con él.
Confiesa que cada día, antes de empezar su servicio, se encomienda a Dios, por él, por su familia, y por su otra familia: sus pacientes. Antes de la llegada del COVID – 19, el médico veía regularmente a sus pacientes con VIH que llegaban al hospital para su tratamiento mensual, hoy la mayoría de ellos ha preferido internarse en casa y evitar regresar al hospital por miedo a un posible contagio de coronavirus. Ahora, día tras día, ve nuevos rostros, asustados la gran mayoría de ellos, con la incertidumbre de un diagnóstico que todos tememos: “posible caso de COVID - 19”. Hasta el momento todos los pacientes que ha visto el doctor Arana han resultados negativos, sin embargo, el riesgo es latente.
“Mi esposa, mi bebé y mi madre me preocupan siempre, es una situación complicada en la que actuamos con responsabilidad evitando el contacto directo con ellas para protegerlas”, señala. Aunque teme por los suyos, también es un convencido de que él y sus colegas son la primera línea de batalla ante el virus y no piensan bajar la guardia.