Esta semana, conversamos con el renombrado economista español Xavier Sala-i-Martín, profesor de la Universidad de Columbia, y considerado el más destacado en el área del crecimiento económico. Actualmente se encuentra pasando la cuarentena en Barcelona, desde donde nos brinda las siguientes reflexiones.
—¿Cómo impacta la pandemia del COVID-19 en la economía? ¿Cuáles son los canales?
A grandes rasgos es una crisis especial porque afecta la oferta y la demanda. Al principio, cuando el virus solo estaba en China, empezó a darse una crisis mundial, porque se destrozó la cadena productiva. En Barcelona tenemos fábricas de automóviles que tuvieron que cerrar porque algunas de las piezas venían de Wuhan. Como Wuhan estaba cerrado, no había piezas. Eso pasó en todo el mundo.
Empezó así, por un shock a la producción bajó la oferta. Luego hubo un shock adicional a la oferta cuando el virus sale de China y llega a todos los países. La única reacción que tienen entonces los gobiernos –porque no tenemos fármacos– es el confinamiento. Es decir, obligamos a la gente a que deje de trabajar. En algunos sectores pueden seguir trabajando de manera remota, pero en sectores de contacto como el turismo esto no se da, por lo que se produce otro shock de oferta.
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Obviamente, también ha habido un shock de demanda porque hay gente que deja de generar ingresos y, al no hacerlo, deja de comprar. Las empresas no ven claro qué mundo saldrá de todo esto y por lo tanto no invierten porque nadie sabe cuánto durará esta situación.
El sector público ha tenido que hacer también un gran cambio en su estructura de demanda. El gran gasto público ahora tiene que ser sanitario. Por lo tanto, o aumenta la deuda o hay un cambio en la demanda. Porque antes el Gobierno gastaba haciendo carreteras y ahora tiene que comprar mascarillas.
Por lo tanto, es un shock único en el sentido que ocurre simultáneamente una caída catastrófica de la oferta y la demanda. Las economías que dependen crucialmente de materias primas, como la mayor parte de países emergentes (como los de América Latina), sufren de forma adicional, porque ya hemos visto que, si no hay demanda para comprar componentes para hacer bicicletas, pues no se producen bicicletas, y entonces no se compra el caucho, el metal o el plástico y por lo tanto caen los precios de todas las materias, por lo cual los países que venden materias primas sufren un shock de oferta adicional.
Y obviamente, en los países que dependen mucho de las remesas de emigrantes en países ricos que han sufrido fuertemente la crisis, como son Europa y Estados Unidos, pues las remesas también caen en picada. Por lo tanto, es una especie de tormenta perfecta.
—A todo eso habría que añadirle que, aunque la gran mayoría de países ya están muy endeudados, ahora solo les queda endeudarse más o imprimir moneda…
Exacto, la consecuencia es eso. Los países han intentado, digamos, congelar el tiempo. ¿Qué quiere decir eso? Intentar que todo esté igual que el 1 de febrero antes del virus. Es decir, que los restaurantes, las fábricas, los bares, las tiendas, se mantengan vivas. Que los trabajadores no tengan que salir a trabajar o a robar porque no tienen dinero y aguantemos uno o dos meses. Y luego todo el mundo vuelve a febrero del 2020.
Yo creo que esto no es posible, pero es lo que se ha intentado. Se ha intentado mantener viva la mayor cantidad de capacidad productiva a base de dar ayudas a las empresas y a los trabajadores, cheques directos como ha hecho Trump en Estados Unidos.
En Europa ha habido programas de paro específicos, paros temporales. Si se despide a un trabajador por dos meses, el Gobierno paga el salario por esos dos meses, y así intentan mantenerlo. El problema es que no sabemos cuánto va a durar el virus.
Todo esto se acabará cuando alguien descubra una vacuna o un tratamiento que reduzca la mortalidad hasta niveles socialmente aceptables. Y esto puede llegar la semana que viene o dentro de dos años. No lo sabemos y esta incertidumbre hace que no se pueda mantener esta situación. El gobierno de Estados Unidos no puede dar cheques de US$1.250 a cada ciudadano cada mes durante dos años. Lo puede hacer si esto dura dos meses, tres meses, pero si dura dos años, no.
El Gobierno de España no puede mantener los salarios del 20% de los trabajadores, que es la tasa de desempleo que hay hoy. La de Estados Unidos estaría llegando al 15% o 17%. Por lo tanto, los gobiernos no podrán mantener mucho tiempo estas medidas.
Pero para hacerlo, en un momento en el que […] las rentas están bajando, el valor añadido está bajando, el consumo está bajando, por lo que los pagos de impuestos bajan, si un país quiere mantener los gastos elevados, solo hay déficit.
En la mayor parte de países europeos, en Estados Unidos, en algunos países de América Latina ya están en niveles de deuda límite. España estaba al 100% del PBI antes del COVID-19 y, por lo tanto, solo pueden mantenerse niveles de deuda adicionales si las tres grandes instituciones del mundo que en estos momentos pueden ayudar imprimen dinero de alguna manera. Estas son la Reserva Federal, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional.
La Reserva Federal lo ha hecho de manera generosa y, además, ha dado líneas de swaps para países amigos. Esto quiere decir que imprime dólares y se los da a países amigos. Europa ha sido menos generosa. En el Fondo Monetario no lo sé muy bien, pero también deberían ser generosos posponiendo pagos de deuda, condonando deuda e imprimiendo DEG (derechos especiales de giro), que es la moneda artificial que tiene el FMI.
Por lo tanto, si la única vía que hay en estos momentos es imprimir dinero, no sabemos cuánto tiempo se puede hacer esto. Esto se puede hacer por un mes, dos meses, tres meses. Imprimir dos billones de dólares una vez no pasa nada, pero si tienes dos billones de dólares cada mes durante 2 años seguidos, vas a tener inflación. Por lo tanto, estamos en un modelo de incertidumbre total que viene del hecho de que no sabemos cuánto va a durar esta pandemia.
Y viene de otro hecho, que es que aquello de congelar la economía y regresarla al mes de febrero tampoco va a funcionar. Está claro que el mundo de febrero no va a volver. Vamos a tener un mundo distinto, una economía distinta, unas actitudes distintas.
Un ejemplo claro de cambio de actitud ocurrió con los atentados del 11 de setiembre del 2001. El impacto directo fue que cayeron dos torres, se perdieron no sé cuántos billones de dólares americanos y tres mil vidas. El impacto real fue la reacción que tuvimos ante aquella catástrofe, que fue empezar una guerra que todavía no se ha acabado. Y segundo, protegernos de manera brutal contra el terrorismo. Por ejemplo, con los miles de millones de horas que hemos perdido todos en aeropuertos como reacción al atentado de Bin Laden, cuando a Bin Laden hace ya diez años lo mataron. Ya no existe este hombre, pero los costos económicos han permanecido.
Esto va a pasar aquí también. Por ejemplo, el mundo en el que uno entraba al aeropuerto y se iba directo al avión, desapareció con Bin Laden. Tuvimos que pasar horas y horas haciendo colas, permitiendo que se violara nuestra libertad. Todo esto lo hemos permitido en aras de garantizar la seguridad. Ahora se va a doblar esto. Vamos a permitir que el Gobierno nos controle los datos biométricos, que se metan en nuestras computadoras, etc. Y esto lo vamos a permitir, igual que lo permitimos en el 2001, en aras de garantizar la salud. Se va a discriminar a los extranjeros. En Estados Unidos, Trump va a tener todas las excusas del mundo para hacer un muro porque “nadie sabe si los mexicanos estarán infectados”. Vamos hacia un mundo en el que esto va a tener implicancias en todos los sectores, en el turismo, en el sector transportes, en la aviación, todo va a cambiar.
—¿Esta es la peor catástrofe económica de la historia?
Todavía no lo sabemos porque falta la recuperación. Esto se puede parecer mucho a una catástrofe, un huracán o un terremoto, el impacto es muy grande. Hoy estamos en la parte baja del impacto, pero la recuperación será muy rápida si esto acaba siendo como el huracán Katrina, que causó la caída del 25% del PBI de Nueva Orleans, pero al año siguiente se recuperó relativamente rápido.
El problema es que no lo sabemos. Lo que nos están diciendo ahora sobre el mundo que va a emerger de las cenizas del COVID-19, todavía no lo sabemos. Claramente habrá algunos sectores que sufrirán de una manera desproporcionada como turismo y los negocios de contacto, las convenciones, los restaurantes.
Todo esto puede tener un impacto brutal a mucho más largo plazo una vez que desaparezca el COVID-19. El cambio de actitud de la gente ante los contactos humanos puede durar igual que lo que duró el miedo al terrorismo. El terrorismo de Bin Laden mató a tres mil personas, [pero] esa es la cantidad que moría cada día en Nueva York hace menos de un mes. Cada día.
En España han muerto casi 30.000 personas. En el gran atentado de Atocha que hubo en Madrid murieron 193 personas. Hace un par de días en España murieron 193 personas de COVID-19 y todo el mundo celebró porque solo eran 193 y habían estado muriendo 700 cada día.
Cada día teníamos un atentado terrorista, pero el miedo que nos causó el terrorismo era un miedo irracional en el sentido de que no había tanto peligro. Esto llegó, nos enseñó y nos llevó a olvidar los riesgos. Tanto nos concentrarnos en buscar a Bin Laden en las montañas de Tora Bora que nos olvidamos de que podría haber un virus, porque fíjate que nadie estaba preparado, nadie tenía un plan.
Los únicos que tenían un plan fueron los [países] que tuvieron el SARS en el 2003, que son Corea, Taiwán y China. Ellos sabían de qué iba esto, estaban preparados, tenían las mascarillas, tenían el plan, sabían lo que tenían que hacer el día uno, el día dos, el día tres, cómo confinar. Europa, Estados Unidos, América Latina y África no estaban preparados para nada.
El virus cogió por sorpresa a los gobiernos que estaban improvisando y esto quiere decir que la pandemia no estaba ni en el radar. A nadie se le había pasado por la cabeza. Habían recortado la sanidad y no tenían dinero. No es solo que no tienen un plan, que un plan es gratis.
—¿Cuál es el peor escenario?, imaginando efectivamente que esto entonces dure, por decir, un año…
No, el peor escenario es que no dure un año, sino que dure mucho más. Que no haya vacuna en dos años, que no se encuentren soluciones...
Entonces, el peor de los escenarios es que ahora el virus del norte se vaya al sur, o que mute y que empiece a matar niños. Hasta ahora hemos tenido la suerte de que no hayan muerto niños. Imagina la catástrofe que tendríamos si hubieran muerto niños. El virus podría mutar, como pasa con la gripe, de manera que la gente que ha estado infectada ya no esté protegida el año que viene y volvamos a empezar. Y entonces, claro, afectaría a todos los negocios de contacto, que incluimos en el sector turismo, pero también en el sector sanitario... A mí me da miedo ir al dentista ahora…
—¿Qué es lo que deberían de proteger los países en términos de fibra económica? ¿qué modelo deberíamos de promocionar, en qué deberíamos invertir?
Yo creo que es una falsa dicotomía esta que todo el mundo está debatiendo: salvar vidas o salvar la economía. Primero fueron Boris Johnson y Donald Trump diciendo ‘nosotros buscaremos la inmunidad de rebaño, que se infecte la gente, no cerramos nada y salvamos la economía’. Cuando vieron que los muertos subían de manera exponencial todos empezaron a cambiar. Los muertos no son, digamos, aceptables a nivel social y, por lo tanto, todos los gobiernos acaban teniendo esto en cuenta y [entienden] que estamos hablando de un problema exponencial.
Esto lo que quiere decir es que, si tú intentas proteger la economía hoy y por lo tanto ganas unos cuantos millones de dólares, pero esto te causa muertos de manera exponencial, vas a tener que cerrar dentro de un mes y los costos van a ser mucho más altos. Si Trump hubiera cerrado las fronteras en enero, hoy en Nueva York no habría cerca de 30 mil muertos. Y en lugar de pagar unos cuantos millones en enero, que es lo que hubiera perdido si hubiera cerrado la frontera con Wuhan, ahora pagará billones.
Entonces, el trade-off no es economía versus vidas, sino que es economía y vidas hoy versus economía y vidas mañana. Si tú priorizas la economía y esto te causa muertos, vas a pagar un precio catastrófico dentro de un mes, porque esto es exponencial. Es decir, si tú te ahorras mil ahora no vas a pagar mil dentro de dos meses, vas a pagar muchísimo más, porque tendrás que confinar mucho más restrictivamente durante mucho más tiempo y, por lo tanto, la catástrofe económica va a ser mucho mayor.
Nueva York, por ejemplo, lleva dos meses cerrado. La cantidad de billones que están perdiendo es brutal. Si lo hubieran cerrado dos semanas antes, seguramente hoy estarían abiertos otra vez, como pasó en Alemania. El trade-off no es economía versus vidas, sino vidas más economía hoy versus vidas más economía mañana. Por lo tanto, la prioridad del Gobierno tiene que ser sobre todo proteger la sanidad, aunque esto quiere decir que se cierra el turismo, que se pierde dinero hoy porque sino el precio que se pagará se multiplicará exponencialmente en el futuro.
Creo que todos los gobiernos y también los empresarios tienen que empezar a visualizar cuál será el mundo de mañana. Aquellos que estén esperando en casa pensando que vamos a volver a febrero se van a morir: ha caído un meteorito. Las empresas se están extinguiendo. Solo las que se adapten a la nueva situación van a sobrevivir y en este sentido es importante entender qué tendencias van a haber y cuáles estamos viendo ya que nos permitan analizar el futuro y adaptar las empresas a ese futuro.
Una de estas tendencias que yo veo con mayor claridad es el teletrabajo. Hace unos meses era imposible que yo diera clases en Columbia de manera virtual. La gente quería verme en vivo, uno quería estar al lado de los estudiantes en vivo. Una de las primeras instituciones que cerró en Nueva York fue Columbia, gracias al presidente de la universidad, que cuando vio el virus en Wuhan cerró la universidad, envió a los estudiantes a casa y obligó a todos los profesores a hacer clases online.
Hay cosas que eran impensables hace dos meses y ahora son normales. Ahora todo el mundo hace conferencias por Zoom. Las empresas de conferencias se están reinventando, haciendo nuevos modelos de negocio, porque el contacto desaparece y esto es una cosa que tiene implicancias muchísimo más allá. Las empresas se están dando cuenta de que no está mal que la gente trabaje en casa. No está mal que haya reuniones eficientes online donde todo tome menos tiempo.
Si la gente no tiene que venir a trabajar cada día, entonces no hace falta que tengamos espacios carísimos de oficinas en el centro de Lima o en el centro de Barcelona. Por lo tanto, las empresas van a reducir sus espacios de oficinas.
La gente no va a tener que gestionar de forma presencial, uno va a poder vivir en el campo. Si tú tienes que ir a Lima cada día y vives a 200 kilómetros no lo vas a hacer, ¿pero si lo hicieras una vez a la semana? Va a cambiar la estructura de las empresas. Igual que la primera revolución industrial que creó las fábricas que antes eran artesanos independientes trabajando; o la segunda revolución industrial y la electrificación, en la que aparecen las oficinas y los edificios de oficinas con ascensores; ahora estamos asistiendo al fin de las oficinas y esto va a tener consecuencias en cómo se trabaja, en qué aspecto tienen las ciudades, en la contaminación. Habrá menos tráfico. Las empresas que lo vean pronto y se adapten, pues van a beneficiarse. Las que vivan en el pasado se van a morir. Lo que estamos viendo es la aceleración de tendencias que ya existían.
Antes existía el teletrabajo, pero era una cosa que nadie se tomaba en serio. Ahora muchas empresas van a aprender que esto puede ser serio y una fuente de ahorros y de eficiencia. Se han acabado aquellas reuniones interminables donde la gente hablaba y hablaba. Ahora hacemos lo mismo en media hora, de manera mucho más eficiente. Yo creo que las empresas que lo sepan ver van a salir ganando. Pero esto va a transformar el mundo.
China tiene grandes empresas como Alibaba. Todas estas cotizan en la bolsa de Nueva York y los chinos dicen ‘dependemos demasiado del capital americano’. Hemos visto en los últimos años que Alibaba empieza a abrir [oficinas] en Hong Kong, que se empiezan a ir las empresas y, por lo tanto, ya veíamos un proceso de separación, de desacoplamiento de la economía china y de la economía norteamericana.
Esto se va a acelerar. Si uno lee los discursos antichinos de Trump, todavía le llama el virus de Wuhan, no lo llama el COVID-19. Lo llama virus de Wuhan para recordar a todo el mundo que es culpa de los chinos. Los chinos tienen miedo y se están desacoplado y, por tanto, el proceso se acelera.
Todos hemos visto que dependemos para todo de China. En España, hasta que no se importaron mascarillas chinas, no ha habido mascarillas. Los médicos no tenían mascarillas y, por tanto, este proceso se acelera. Vamos a estar viendo la aparición de un nuevo mundo donde no hay globalización, con una red global de producción y distribución que se va a dividir en dos.
Yo supongo que América Latina, el Perú incluido, estará en la red occidental y Europa espero que también. Estará la red asiática, en la que seguramente se quedará África. Cambiará todo porque ahora de repente veremos que una gran parte de la industria que el mundo occidental tenía en Asia se va a repatriar.
—En el siglo XX la política dividía a la economía. ¿En el siglo XXI la economía va a dividir a la política?
Sí. Cuando se divida el mundo habrá repatriación de empresas, de sectores. Todas estas bicicletas que se hacían en China se harán en otras partes. [Esto trae] una oportunidad grandísima para empresarios del Perú, de la República Dominicana o de Colombia para que vuelva una parte de la industria que perdieron hace años.
El mundo va a dividirse. Ha caído un meteorito y hay que adaptarse. Algunos verán que hay una gran oportunidad para muchas industrias que van a regresar a Occidente y, si se ponen las pilas, pronto la podrán aprovechar. Pero también hay una división ideológica, no solo económica.
Durante el siglo XX, todo el mundo vio la pelea ideológica de planificación central. El gobierno decidiendo todo versus libertades económicas y políticas, democracia. Es decir, mercado y democracia versus dictadura y planificación. El siglo XX fue clarísimo: gana la democracia y gana la libertad, gana el liberalismo. No hubo ninguna duda. La caída del muro de Berlín fue catastrófica para los dictadores.
El capitalismo no necesita un planificador que sepa que uno va a comprar pan mañana por la mañana. Solo necesita una panadera que diga ‘yo veo que, si vendo pan a este precio y compro los insumos a ese precio, voy a ganar dinero’.
Y entonces, cuando uno se levanta por la mañana, resulta que hay pan mágicamente, no hay nadie que tome la visión, que tenga que saber que las personas quieren pan.
Pero con la inteligencia artificial y la capacidad de predecir el comportamiento de la gente, con datos a través de Google o de Facebook, se sabe que uno va a comprar pan. Por lo tanto, el sistema de planificación dice ‘oye, tráele pan este señor’. Por lo tanto, el estado óptimo, que hasta hace diez años era liberalismo más democracia, ha empezado a cambiar. Y muchos países que empezaron a ver el éxito de China ya estaban diciendo ‘esto de la libertad está sobrevalorado’, sobre todo en países emergentes.
—El índice de democracia ha caído en los últimos diez años…
Exacto, porque la gente dice: ‘esto de la democracia está sobrevalorado’. La democracia era la mejor manera de agregar las preferencias de las personas sin necesidad de un planificador, pues expresaba la voluntad popular. Ahora viene una aceleración de un proceso que ya existía. Los chinos lo han hecho: encerraron a todo el mundo con disciplina militar y el que no se confinaba podía ir hasta a la cárcel.
—Además, son 1.300 millones de personas… y entonces, si ellos pueden confinar a 1.300 millones, cualquier país puede confinar a 30 millones, ¿no?
Exacto. Cualquier país dictatorial. Hemos visto que en España hay manifestaciones. En Estados Unidos la gente dice ‘yo no me quiero encerrar’. Hacen manifestaciones, se quitan las mascarillas, se van al bar. En Inglaterra se van al pub para protestar. Y claro, la gente dice que la democracia no funciona. El estado óptimo, que es estar aquí en libertad, ha pasado al medio, donde [están] la inteligencia artificial, las tecnologías, y ahora está dirigiéndose hacia el otro lado. Mucha gente me ha comentado ‘oye las dictaduras para este tipo de fenómenos funcionan mucho mejor que las democracias’ y en la medida que nos quede la herencia del COVID -19, cambia el mundo.
—En el Perú, por ejemplo, se está hablando de un impuesto a los ricos, de controlar los precios y controlar los márgenes de operación. Cosas que hace dos meses eran impensables. ¿Es el momento para este debate? ¿Qué deberían y qué no deberían hacer los países por ahora?
Es verdad que a lo que estamos asistiendo es a la aceleración [de un proceso] que ya existía. Recuerda que Estados Unidos tiene un presidente de color naranja y en Inglaterra votaron a favor del ‘brexit’. En España, los populistas de derecha tienen el 15% del Parlamento y en Austria los nazis ganaron con Haider hace unos años. Este es un proceso que ya venía existiendo, pero que ahora se acelera.
Para mí, la lección es equivocada. Para mí, la gran lección que vemos de todo esto es el enorme fracaso del sector público. Es un fracaso monumental. Los economistas explicamos en los libros de texto que los mercados más o menos funcionan para definir la producción y distribución de productos, pero hay fracasos de mercado: las externalidades, los bienes públicos, etcétera. Por ello, montamos bien un Estado, un gobierno muy listo que entiende los problemas, tiene las herramientas y corrige lo que se tiene que corregir. Ni más ni menos. Y esto crea un Estado de bienestar que soluciona los problemas que no pueden solucionar los mercados.
Si yo salgo a la calle, digamos que te puedo infectar a ti. Por lo tanto, es una externalidad. ¿Qué hemos visto en esta crisis? Que el que nos tenía que proteger de todo esto ha fracasado.
Primero, porque no la tenía en el radar. Las instituciones que miran los grandes riesgos de la vida, ya sea la OCDE, el Foro Económico Mundial o las Naciones Unidas, todo el mundo tiene departamentos de riesgo. Los grandes riesgos que señalaban en enero eran el cambio climático, el riesgo de grandes huracanes asociados con el cambio climático, el terrorismo, una crisis financiera, la inflación.
Fíjate en el ránking de los 30 grandes problemas de la humanidad. Las pandemias aparecían en el número 28 o 29. Los últimos. Nunca estaban entre los diez primeros. Esto ha hecho, primero, que la situación no estuviera en el radar. Pero, segundo, que nadie estuviera preparado. Nadie tenía mascarillas ni respiradores. Nadie tenía ni siquiera un plan que diga ‘cuando tengamos el muerto número 10 hacemos esto. cuando llegue el 20 hacemos esto, cuando el 40 hacemos esto’. Que nadie esté improvisando. En Estados Unidos Trump dice que hará una cosa y 15 días después hace lo contrario. En España también se ha cambiado de opinión, o sea, no tienen ni idea. Los gobiernos han fracasado y la salud pública era su responsabilidad.
Por lo tanto, la primera cosa que le pido a los gobiernos es que replanteen su papel en la vida. Se están metiendo en el bolsillo de la gente para hacer cosas que no tienen que hacer y lo que sí es su obligación, que era esto, miren lo mal que lo han hecho, miren el fracaso.
Y estoy seguro de que a partir de ahora todos los países van a querer tener sus propias mascarillas, sus propios respiradores y su propio material sanitario. Y que seguramente para la próxima epidemia estaremos mucho mejor preparados y los gobiernos van a tener planes contingentes, etcétera. Pero el próximo riesgo no va a ser este, va a ser un tsunami, un volcán, un meteorito.
Y este es el trabajo del gobierno de verdad. O sea que, por favor, gasten recursos en lo que realmente les toca. Porque a los gobiernos no les toca producir y tener empresas. Se quieren meter en sectores que no son su naturaleza y luego descuidan lo que realmente es su naturaleza. Hoy hemos visto las consecuencias catastróficas por culpa de su incapacidad de anticipar y de planificar los problemas. Por lo tanto, esta es la norma y recomendación número uno: Hagan lo que les toca, no más. No hace falta que hagan más, pero lo que les toca, háganlo bien.
—Respecto al sector privado, ¿qué deberían hacer? ¿Cuál sería tu recomendación, digamos, al empresario peruano?
Pues innovar. Pero innovar no haciendo el departamento de I+D y todo eso. Innovar quiere decir solucionar problemas, anticipar el futuro. Mi gran definición de innovación viene del programa de televisión “Economía en colores” que tenemos en España. Cuando entrevisté a Guardiola, le dije: “Usted sabe que sus métodos sobre cómo afronta los partidos, cómo cambia las tácticas a mitad de un partido, se estudian en las facultades de negocios como ejemplos de innovación”, y el tipo se me queda mirando y me contesta “¿qué es la innovación?”.
“Mira, sabes qué pasa, que yo el domingo tengo que jugar contra el ‘cholo’ Simeone y me van a meter cinco defensas en línea. Y yo con mis jugadores tengo que pensar la manera de penetrar esa barrera. Yo tengo problemas y los soluciono. Yo no sé hacer nada más”. Y esto a mí me pareció la mejor definición de innovación: “Tengo problemas y los soluciono”.
El mundo va a cambiar en direcciones que más o menos podemos intuir, pero que no sabemos. Y entonces los empresarios lo que tienen que hacer es arreglar ese problema, adaptarse, intentar ver qué hará el ‘cholo’ Simeone el domingo. Ver qué barrera, qué defensa nos ha puesto el virus. Y van a tener que penetrar esa defensa porque el virus ha puesto cinco defensas y uno tiene que adaptarse, ya sea viendo qué industrias se van a repatriar para Occidente, qué industrias no van a querer los americanos y por lo tanto vamos a poder hacer nosotros, que vamos a estar en la órbita americana y los chinos van a dejar de hacer, viendo cómo va a cambiar el turismo, cómo va a cambiar el retail, porque ir a la tienda, probarse ropa y quitársela ha desaparecido. Yo no me voy a probar ropa que se puede haber puesto a alguien que tiene el virus.
Y esto seguirá porque cuando desaparezca este virus el miedo va a seguir. Porque ahora, y a partir de ahora, como pasó con Bin Laden, vamos a tener el miedo de un virus a otro virus.
Durante 20 años vamos a estar con el virus, como hemos estado 20 años con Bin Laden. Hace 20 años que no ha tenido un atentado terrorista, hace 10 que está muerto y su efecto en nuestros cerebros persiste. El virus va a seguir el mismo camino. Vamos a tener miedo y, por lo tanto, no nos vamos a probar ropa cuando vayamos a comprarla. El empresario que sea capaz de hacer que uno se vea con una ropa sin tener que ponérsela, pues, además, será épico.
Y así todos los negocios. Yo no voy a arreglar los problemas de los empresarios, pero los empresarios lo que tienen que hacer es no intentar volver al 1 de febrero. El 1 de febrero no va a volver.
¿Sabes la gran frase de Wayne Gretzky, el jugador de hockey? Él era como el Messi o el Michael Jordan del hockey. Era clásico que el tío siempre estuviera allí para meter el disco dentro de la portería. Y cuando le preguntaron cuál era su secreto, dijo ‘es que yo no voy donde está el disco, yo voy a donde va a estar’.
Los grandes rematadores de córner del fútbol hacen lo mismo. Van a donde saben que irá la pelota y estarán ahí para meterla al arco. Y aquí pasa lo mismo. Los que sean capaces de anticipar a dónde estará la pelota cuando se acabe este virus, pues se harán ricos, y los que esperen volver al 1 de febrero se van a arruinar y van a desaparecer como los dinosaurios.
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