En setiembre del 2011, la crisis de deuda europea parecía empujar a Grecia fuera de la Eurozona. Un potencial ‘grexit’ podría contagiar a economías europeas de mayor envergadura como la española o la italiana. “El mundo se venía abajo” y los mercados se desplomaron. No volvimos a ver caídas similares hasta este octubre. Ahora, como hace siete años, el mundo no se viene abajo. El contexto actual es menos nocivo que aquel, por lo que si la caída generalizada de ese entonces fue exagerada, esta lo es aun más.
La debacle empezó la primera semana de octubre, cuando, repentinamente, las tasas de interés subieron. A los analistas de mercado no les gustan estas subidas, ni siquiera cuando, como en esta ocasión, son consecuencia directa de un crecimiento económico sostenido.
Para explicar las fuertes caídas de octubre, muchos analistas hablan de una decepcionante temporada de reportes de resultados corporativos. Sin embargo, analizando los resultados ya reportados, vemos que han sido excepcionales. En promedio, las compañías del S&P500 mejoraron sus ventas en 7,5% con respecto al tercer trimestre del 2017, mientras que sus utilidades aumentaron 23%.
Siempre sostuve que, en la medida que los resultados corporativos mostraran crecimiento con respecto al año anterior, los índices bursátiles en EE.UU. estarían blindados contra posibles caídas. Parece que me equivoqué. Que el nivel de utilidades crezca sostenidamente por encima del 20% sería una condición necesaria, pero no suficiente para mantener la tendencia alcista de los mercados.
Los gerentes corporativos deben, además, transmitir el mensaje de que los resultados futuros seguirán sorprendiendo positivamente. No obstante, esto puede ser un arma de doble filo: si se pronostican resultados demasiado optimistas que luego no se materializan o si se vaticinan resultados que no satisfacen las (elevadas) expectativas de los analistas, la acción caería. Este trimestre, Apple reportó que sus niveles de ventas y utilidades crecieron 20% y 32%, respectivamente, con relación al mismo trimestre del 2017. Estos números pulverizaron los estimados de los analistas pero, aun así, la acción abrió 6% abajo al día siguiente porque la gerencia pronosticó un nivel de ingresos inferior al consenso entre los analistas de mercado. Pecaron de conservadores y la acción cedió US$60.000 millones en capitalización bursátil.
La cuestión de fondo es que se está perdiendo la confianza sobre la sostenibilidad de los resultados corporativos robustos. Los inversionistas están tomando ganancias en sus posiciones más sobrevaloradas mientras evalúan el impacto de ciertos factores que preocupan: crecientes costos laborales y financieros (ambos producto de una economía resiliente que creció 3,5% durante el tercer trimestre), el agotamiento del envión financiero generado por los recortes tributarios del 2017 y, principalmente, el posible término del ciclo de expansión económica que entra a su décimo año.
¿En qué punto del ciclo económico nos encontramos? Por más que una de las frases más conocidas en el mundo de las inversiones sea: “Los ciclos económicos expansivos no mueren por vejez”, la avanzada edad del ciclo actual hace que muchos duden sobre la capacidad de la economía para seguir fuerte a futuro. Ninguna economía opera de modo binario que vaya de expansión a contracción. Si ya pasamos el pico del ciclo, tocaría una desaceleración antes de la recesión. Sin embargo, las cifras del crecimiento del PBI o el nivel de desempleo, la inflación y los indicadores de confianza del consumidor señalan viento a favor para la economía. Los próximos meses podrían marcar un cambio de tendencia pero, por el momento, hay que aprovechar las “ofertas” del mercado.
Es curioso cómo cuando nuestra tienda favorita anuncia ofertas, el tráfico en la tienda aumenta significativamente por los ávidos compradores que quieren aprovecharlas. Cuando los mercados financieros anuncian “gangas”, los inversionistas salen despavoridos, exacerbando las caídas. Pocos se interesan por comprar cuando “hay sangre en los mercados”. Ellos son los ganadores.