¿Cuán competitiva será América Latina en el futuro? Existen buenas razones para pensar que el panorama no es alentador.
Porque no nos confundamos. Sí, basta caminar por las calles de Bogotá, Lima o Santiago (las capitales de los buenos alumnos de la región) para dar cuanta de los avances en materia económica de la última década (Argentina, Venezuela y Brasil, los malos alumnos, los dejamos para otra columna).
Sigue a Portafolio también en Facebook
Pero, ¿se aprovecharon realmente los diez años de vacas gordas que significó el boom de los commodities? En particular, ¿implementaron los países reformas pro competitividad? ¿Modernizaron sus mercados laborales? ¿Hicieron más eficientes sus Estados? ¿Hicieron permanente la atracción de la inversión extranjera? ¿Ajustaron los sistemas educativos a lo que significa crecer y competir en el siglo XXI? No, no, no, no y recontra no.
Pero sin duda, con una población con hambre de progreso, de todos los atrasos, los más costosos serán los educativos. Y el Perú no es una excepción, pues a pesar de un extraordinario desempeño económico, el país aún cuenta con importantes atrasos educativos.
Para ilustrarlos, tres hechos. Primero, el Perú invierte poco en sus jóvenes y niños: cerca del 70% de lo que invierte Colombia y un 40% de lo Chile. Segundo, los profesores peruanos están mal pagados: los salarios promedio de los docentes son la mitad de lo que se observa en México y un cuarto del promedio de la OCDE.
Y tercero, los desafíos en infraestructura educacional son gigantescos: de acuerdo con los datos del Ministerio de Educación, la brecha en infraestructura estaría en torno de los US$20.000 millones.
Por eso, no sorprende el magro desempeño promedio de los quinceañeros peruanos en la famosa prueba PISA de la OCDE: fueron los últimos en el ránking del 2012. Sin embargo, los atrasos son tan profundos que incluso emergen entre los jóvenes más aventajados, quienes se espera compitan globalmente en el largo plazo.
De muestra un botón: ¿De 570 mil peruanos de 15 años, cuantos se estima alcanzan el nivel más alto de desempeño en PISA (competitivos globalmente)? ¿10 mil? ¿5 mil? ¿Mil? Frío, frío: ¡en torno de 150! Y si la cifra no lo dejó preocupado, le doy otro dato: Corea del Sur, con solo 18% más de quinceañeros que el Perú, “produce” anualmente cerca de 83 mil jóvenes con resultados en los niveles más altos de PISA, ¡553 veces la cifra peruana!. Difícil competir así.
Y la situación del sector educativo más dinámico de la última década, en donde están puestas las fichas de la clase política, el de educación superior, tampoco brinda optimismo. En un reciente estudio junto con Ricardo Espinoza, y utilizando los datos de www.ponteencarrera.pe, encontramos que si bien los retornos económicos promedio asociados a un título de educación superior son positivos en Perú, existe gran heterogeneidad en la oferta educativa.
De hecho, estimamos que al menos uno de cada diez estudiantes peruanos hubiese estado económicamente mejor de no haberse matriculado en la educación superior. Un claro ejemplo de la necesidad de asegurar calidad en un sector que ha crecido sin una regulación adecuada, que pone en jaque la competitividad futura de sus egresados.
El colchón que representan los recursos adicionales del crecimiento económico debe ser bien invertido por el Perú.
Afortunadamente todo sugiere que existe conciencia al respecto y se está avanzando en la dirección correcta. La creación de la superintendencia de educación superior [SUNEDU], la iniciativa del observatorio Ponte en Carrera, la promoción de los colegios de alto rendimiento, la incorporación de la iniciativa privada a la educación, la evaluación de los docentes y las mejoras en sus remuneraciones son todas medidas bienvenidas. Y por cierto no se puede olvidar la más importante: el aseguramiento de una educación temprana de calidad, pues es allí donde los recursos públicos tienen el mayor retorno social.
Hacer a un país más competitivo no es tarea fácil. Las presiones políticas, típicamente alimentadas por la ideología más que por el sentido común, son abundantes en nuestra región. Para frenar su impacto, se debe contar con reformas bien pensadas, mejor diseñadas y muy pulcramente implementadas.
El Perú parece avanzar por buen camino, pero solo el tiempo nos dirá si el país terminó aprovechando la irrepetible oportunidad que significó la última década, si tuvo la visión de educar para competir y, en último término, si pudo distinguirse en la somnolienta América Latina.