"La evolución que vi en él la veo también en muchas de las personas que pasan por la prueba de perder el trabajo", indicó Temple.
"La evolución que vi en él la veo también en muchas de las personas que pasan por la prueba de perder el trabajo", indicó Temple.
Inés Temple

A un amigo y cliente, luego de dejar de verlo por algún tiempo lo sentí mucho más aplomado, centrado y seguro de sí mismo. Me impresionó lo distinta que sentí su energía vital. Y es que mi trabajo con personas en proceso de recolocación, involucra aprender a ‘leer’ lenguajes corporales, a percibir actitudes y captar niveles de energía, para ayudarlos así también a dar más brillo a sus marcas personales.

En él sentí una nueva fuerza interna que no había visto antes y no pude evitar preguntarle si había habido cambios significativos en su vida. Y sí, me respondió: un hijo suyo había tenido un accidente muy grave que puso su vida en riesgo y que con su familia pasaron por muchas vicisitudes y angustias.

Me confirmó lo que yo sentía en él: a raíz de esta vivencia, se había reencontrado con su lado espiritual, había puesto en orden su plan de vida y prioridades de carrera y familia, y se sentía más afirmado en sus valores personales. Me contó que incluso su jefe se había sorprendido muy positivamente por su cambio de actitud general y por su mayor madurez para enfrentar los retos del trabajo diario. Su lado más humano, hoy más evidente, lo había conectado también mejor a su equipo. Al final de nuestra conversación, concluimos que el temor, la incertidumbre y la gran responsabilidad de las decisiones de vida o muerte que debió tomar durante esa crisis lo dejaron “marcado”, pero marcado para bien.

La evolución que vi en él la veo también en muchas de las personas que pasan por la prueba de perder el trabajo. Es muy duro para todos, sin importar el cargo que tenían en la organización, los grados académicos, los ahorros o la cantidad de contactos que llenan sus bases de datos. Pero al final, la gran mayoría crece, se fortalece y cambia para bien. Y es que la crisis de perder el trabajo –considerada la tercera más grave que pasa un adulto, después de la muerte de un familiar cercano o una enfermedad muy seria– define el carácter, fortalece el espíritu y muchas veces incluso redefine o cambia el curso de la vida.

De la pérdida de trabajo, como de otras crisis que toca enfrentar, si está bien guiado, un alto porcentaje emerge con una mejor versión de sí mismo, con más madurez y con un plan de vida de largo plazo mejor planteado. Y es que, a veces, necesitamos que nos recuerden nuestras prioridades fundamentales para restablecerlas y dar un nuevo sentido y valor a nuestras vidas, familias y carreras. Y son estos momentos los que mejor nos ayudan a hacerlo. Incluso, si tienen la oportunidad de recibir las pautas apropiadas, la mayoría de las familias, salen fortalecidas de la experiencia del desempleo temporal.

Nadie las desea, pero crisis como estas sacan a la luz una fuerza interior que quizá ni sabíamos que teníamos y nos muestran lo mejor de nuestras familias y de nosotros mismos. Nos vuelven más fuertes –y a veces más sabios– y nos preparan mejor para enfrentar los siguientes retos de la vida, que siempre llegan.

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