La semana pasada, diversos informes publicados en este Diario explicaban que hoy en día la opinión pública exige a los líderes empresariales jugar un rol activo en momentos críticos para la sociedad. Esto es, pronunciarse cuando se atraviesa una crisis como la que se vivió tras la salida de Martín Vizcarra y la juramentación de Manuel Merino.
Lo que parece ser una regla que encuentra consenso entre la gran mayoría de especialistas, sin embargo, hace agua al trasladarse a la política peruana. Así, cuando se votaba la vacancia y luego mientras se desarrollaban las marchas más grandes de las que se tiene registro en el país, casi todos los precandidatos hacían voto de silencio.
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Que esto haya sido así da cuenta de un problema grave en el Perú. Y es que, antes que un gerente de banco o líder gremial, las personas que deberían haber dejado clara su posición durante la crisis eran los políticos interesados en ser gobierno el próximo año.
En esa línea, el mutismo de los precandidatos es una muestra más de que el Perú es un país de políticos sin lealtades ni doctrinas. En una democracia sin partidos, en la que cada elección trae más jales que liga de fútbol, los interesados en lograr la jefatura del Estado buscarán solo acercarse a donde se mueva la marea popular y las encuestas.
La transformación del discurso del precandidato George Forsyth es un ejemplo de ello. Es cierto que durante los últimos días el exalcalde de La Victoria se pronunció sobre la crisis, pero primero reconoció a Merino como presidente e indicó que no era momento de salir a las calles, luego afirmó que protestaba “en las entrevistas” y para el fin de semana ya estaba marchando y diciendo “Merino, cada minuto que te demoras en renunciar el Perú se desangra”.
Luego están aquellos representantes de partidos que apoyaron la vacancia desde el Congreso pero que se hicieron de la vista gorda y guardaron silencio cuando la población no respaldó al acciopopulista (César Acuña y Keiko Fujimori en este grupo) y también los que no dijeron nada hasta que la suerte de Merino estaba echada (como Hernando de Soto y Fernando Cillóniz). Sí hubo precandidatos que hicieron pública su postura y la mantuvieron desde un primer momento, aunque fueron contadas excepciones (por ejemplo, Julio Guzmán y Verónika Mendoza).
Pero ¿por qué a las personas que quieren ser presidente les repele hacer pública su posición respecto a temas tan importantes como una vacancia presidencial? La respuesta podría encontrarse en las ciencias políticas. Precisamente, en el teorema del votante mediano, según el cual los políticos permanentemente intentan acomodar sus posiciones para que coincidan con las del votante que está ‘al medio’ de todos y así aumentar sus posibilidades de ganar.
¿Y cómo es ese elector en el Perú? Según el Latinobarómetro 2018, se trata de una persona que se ubica prácticamente al centro de la tabla ideológica (la media en el país es de 4,79 en una escala en la que 0 es identificarse con la izquierda y 10 con la derecha). Asimismo, el Barómetro de las Américas 2019 señala que al votante medio no le interesa la política (solo 3 de cada 10 muestran interés, según esta encuesta).
Así, las decisiones de la mayoría de los precandidatos se realizan considerando a este elector (una persona apolítica alejada de cualquier extremo). El asunto es que este cálculo puede ser bastante dañino para el desarrollo del país. Y es que, si los candidatos presidenciales no se va a comprar pleitos buscando agradarle a todo el mundo, terminarán alimentando nuevos congresos populistas como el actual (y con mala suerte un Ejecutivo igual de malo el próximo año).
Al final del día, es como si durante la campaña todos los políticos tuvieran aquella frase atribuida a Groucho Marx escrita en su tarjeta de presentación: “Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”.
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