RAÚL MENDOZA CÁNEPA @rmendozacanepa
La renovación es un imperativo del espíritu y del ánimo, comulga con la noción esencial de la vida. La inmovilidad, el frío y la oscuridad se asocian con la muerte, mientras que el calor y la claridad advierten de la resurreción y el florecimiento.
Arte celebratorio
En “La primavera”, del renacentista Sandro Botticelli, algunos extraños personajes se ubican en el gran jardín para celebrarla. Céfiro, dios del viento primaveral se sitúa al margen, le impone un matiz oscuro a la trama, toma por la fuerza a Clori. En el centro aparece Venus (asemeja a una madonna renacentista), le sobrevuela Cupido. La ensimismada Flora resplandece. Las tres gracias danzan ligeras mientras Mercurio aleja a los nubarrones. El espíritu que subyace es el del agónico llamado a una primavera infinita, que es por símil una felicidad infinita, más próxima a la utopía que al mito.
Van Gogh trazó, entre sus muestras, las cálidas y coloridas expresiones de una estación que parecía serle ajena. Vivaldi y Stravinski la tornaron en ritmo. La primavera se instaló en la cultura como símbolo, fiesta y tópico renovador.
En la mitología griega
Perséfone, hija de Zeus y Deméter, es raptada por Hades y llevada al inframundo. Allí habrá de reinar. Su madre la busca en los confines, indaga con Helios, que conoce los avatares y designios. Zeus se compadece y fuerza a Hades a devolverla. Hermes asume la misión de rescatarla. Pero Perséfone consolidó sus cadenas, probó de una dulce granada y se condenó al infierno sin redención.
Zeus impuso finalmente su poder y dictaminó que la reina del inframundo debía alternar entre los dominios del tenebroso Hades y breves estancias terrenales. Cuando retorna al mundo la vida florece. El arte de Frederic Leighton nos obsequia una de las más impresionantes imágenes del regreso de Perséfone.
En la leyenda oriental
En China la fiesta de la primavera es “Qingming” o “brillante”. Se dice que un abnegado sirviente de Jie Zitui se cortó un trozo de pierna en su homenaje (Jie fue funcionario del príncipe Zhong Er, reino de Jin 600 a.C.). Aquel servidor se ofrendó al sacrificio sin que su amo expresara gratitud. El asistente, desalentado por la frialdad de su amo, huyó a las montañas.
Jie, abrumado por la culpa, buscó al lacayo. Le prendió fuego al monte para alumbrarse. Las frondas se incendiaron y el sirviente murió. El superior, turbado, estableció el día de Hanshi (comida fría) en honor de su servidor. Cuando descubrió la existencia de sauces vivos en la montaña quemada, cambió la fiesta y la llamó “Qinming” honrando al súbito verdor, que solo podía atribuirse a un milagro.
Comenzar siempre de nuevo
“Doña Primavera/ viste que es primor,/ viste en limonero/ y en naranjo en flor/”, escribió Gabriela Mistral con risueña gracia. La estación renueva los ropajes de los parques, la luz entreabre con insolencia las sombras y se cuela para al final marchar. Entre nacer, morir y renacer; entre la agonía y el florecimiento (que es también rebelión), es que transcurre toda la vida.