“Caminante, ve a decirle a Lacedemonia que sus hijos han muerto sin abandonar su puesto”. En este momento aparece el coronel Alfonso Ugarte en su caballo con una bandera peruana gritando “Muchachos, ¡Viva el Perú!” y echaba las espuelas a su caballo y desaparece en el abismo. Mi compañero ya estaba herido y a mí me dieron un culatazo para hacerme botar el rifle y quedé prisionero desde este momento. Los chilenos seguían matando a los que se adentraron al cuartel y corría sangre por debajo del entablado porque el piso queda en alta. (Sargento peruano Dionisio Vildoso, sobreviviente de Arica)
En la estrategia de la Guerra del Pacífico, la batalla de Arica no es necesariamente relevante; bien dicen algunos que estaba perdida de antemano. La batalla decisiva se libró semanas antes, el 26 de mayo de 1880, en el Campo de la Alianza, cerca de Tacna. Entonces, el grueso del ejército chileno derrotó sin atenuantes a su par aliado, lo que selló la suerte del puerto de Arica y de la pequeña guarnición que quedó en ella para defenderla y que quedó absolutamente vulnerable desde los flancos sur, norte y el mar.
Esto explica la celebérrima respuesta del Jefe de la Plaza Militar, coronel Francisco Bolognesi, al sargento mayor chileno Juan de la Cruz Salvo, cuando ultimó su rendición: “tengo deberes sagrados, y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”. Ambos militares conocían perfectamente las consecuencias de la contestación del viejo coronel y los demás oficiales bajo su mando: la batalla a librarse era por el honor, no por la victoria.
Los valores patrióticos
He escuchado muchas críticas contemporáneas a la decisión de Bolognesi por llevar a sus fuerzas al sacrificio en Arica hace 140 años, el 7 de junio de 1880, por eso quiero explicar el contexto de la época, los valores patrióticos entonces vigentes, muchos de los cuales alcanzan nuestros días a través de la enseñanza escolar y los relatos épicos de los episodios del pasado. Quiero, para ello referir algunos ejemplos:
En la batalla de Arica luchó Roque Sáenz Peña, militar argentino, posteriormente presidente de su país, que por decisión personal se trasladó al Perú para pelear en la Guerra del Pacífico del lado de los aliados. Es así como fue incorporado al ejercito nacional en el grado de teniente coronel y comandó el batallón Iquique, resultando herido del brazo y capturado por el invasor.
Años antes, en 1874 y 1877, el coronel peruano Leoncio Prado peleó en las independencias de Cuba y Filipinas respectivamente. Para el caso de la primera, fue tal su arrojo que logró secuestrar el notable vapor español Moctezuma, que hundió para evitar que fuese recuperado por la armada imperial. Durante la Guerra del Pacífico, Prado fue hecho prisionero de las fuerzas chilenas en 1880 y puesto en libertad bajo la condición de que no participase más en combate; capturado herido, tras luchar en la batalla de Huamachuco del 10 de julio de 1883, fue fusilado por el ejército de ocupación.
Por esos años, en la costa sur del Perú, un guerrillero cubano, Juan Pacheco de Céspedes, no dejaba de hostilizar al ejército invasor, llegando a incursionar inclusive en la Tacna ocupada, aprovechando un descuido del enemigo. A Céspedes le fue enviado armamento desde Arequipa, donde ejercía la Primera Magistratura de la Nación el Contralmirante Lizardo Montero, desde que el presidente Francisco García Calderón fuese secuestrado de La Magdalena, y confinado como rehén en Chile al negarse a firmar la sesión de Arica y Tarapacá.
¿Qué hacían el argentino Roque Sáenz Peña y el cubano Juan Pacheco de Céspedes peleando en la Guerra del Pacífico? ¿Qué hacía el peruano Leoncio Prado librando las independencias de Cuba y Filipinas? Eran hombres de guerra y libertad, como solo un siglo como el XIX podría ofrecernos. Una centuria en la que el desgarrado amor, sublimado en las novelas románticas, a través de la muerte febril y el duelo honorable, convirtió a la sangre derramada por el terruño, como la más elevada manifestación de amor a la patria, y que vivenciaron aquellos hombres de una manera que nosotros no alcanzaremos a comprender.
Héroes por causas justas
Estos héroes estaban hechos para la guerra, querían librar batallas, oler su pólvora, respirar su polvo, mancharse con su sangre y morir por las causas que consideraban justas. Para ellos, el mínimo centímetro de patria y de libertad debía defenderse con la vida, no podía ser de otra manera y no eran más o menos irracionales que nosotros, simplemente eran distintos.
Por eso, 140 años después de Arica, los héroes del morro, como Francisco Bolognesi y Alfonso Ugarte, nos siguen emocionando, porque no volveremos a tener otros como ellos.
*Daniel Parodi es historiador y docente en la Universidad de Lima y en la PUCP
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