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Cees Nooteboom: el holandés errante - 1
Alessandra Miyagi

Por Alessandra Miyagi 

En la tradición griega, el nogal estaba vinculado con el don de la clarividencia y la sabiduría. Distintas versiones del mito cuentan que Apolo dotó a Orfe, Lico y Caria —hijas de Dion, rey de Laconia— con la facultad de la visión profética, pero con la condición de que estas no revelasen nunca los secretos que guardaban las divinidades. Según Servio, en sus comentarios a las "Églogas" de Virgilio, Dionisios se enamoró de Caria, la menor de las princesas —cuyo nombre proviene etimológicamente de las palabras griegas karua (nogal) o karuon (nuez)—; sin embargo, sus hermanas, enloquecidas por la envidia, se opusieron al romance y amenazaron con contarle todo al rey. Fue entonces que Orfe y Lico fueron transformadas en piedras, y Caria en un frondoso nogal, al lado del cual el rey construyó ahí un templo a la memoria de su hija perdida.
    Por otro lado, debido al simbolismo propio del árbol, durante el Imperio romano el nogal estuvo también asociado con la diosa ultraterrena Proserpina, quien encarnaba a su vez la periódica renovación de la vida y la superación de la muerte. Años más tarde, con la llegada del cristianismo y su apogeo en Europa, las virtudes mágicas del nogal pasaron a ser asociadas con la hechicería. 
    No es de extrañar que el apellido de Cees Nooteboom signifique ‘nogal’ en su natal neerlandés. Y es que su historia es un continuo renacer de la vida; su poesía contiene el primigenio poder mágico de las palabras; sus ensayos, crónicas de viajes y novelas conjugan la sabiduría obtenida a través de una mirada aguda de la realidad y del conocimiento profundo de —literalmente— medio mundo. 

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Cornelis Johannes Jacobus Maria Nooteboom, conocido en el mundo de las letras como Cees Nooteboom, nació en La Haya en 1933. Fue el segundo hijo del matrimonio poco próspero entre Hubertus Nooteboom y Johanna Pessers, una pareja de clase media que se vio empobrecida por la inestable situación política que se vivía en Europa en aquellos días. 
    Aunque él mismo reconoce que de adolescente no fue un gran lector, poquísimo tiempo después se convertiría en un incansable viajero y en un prolífico escritor, periodista, traductor y ensayista. Y pese a que nunca llegó a graduarse de la escuela secundaria, cuenta con tres doctorados —honoríficos— por las universidades de Bruselas, Radboud y Berlín. 
    Sus más de 60 títulos, en los que explora con una lucidez apabullante el misterio de la naturaleza humana, y donde reflexiona sobre la identidad, la memoria o el paso del tiempo, lo han convertido en una de las mayores voces literarias de Europa y en un asiduo candidato al Premio Nobel de Literatura. A lo largo de su carrera ha obtenido más de 20 reconocimientos otorgados por la crítica internacional —entre los que se encuentran los premios Ferdinand Bordewijk (1981), Aristeion de Literatura Europea (1993), Goethe (2002), la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid (2003) y el Premio de las Letras Neerlandesas (2009)— y, sin embargo, el Nobel le sigue siendo esquivo. “Sería arrogante decir que no quiero ese reconocimiento, pero como decía mi amigo Hugo Claus —otro eterno candidato— ahora es tiempo de que me lo den por razones humanitarias”, comentó Nooteboom con alegre ironía. Y es que este no es un asunto que lo obsesione. Después de todo, sus admirados Proust, Vallejo, Borges, Kafka, Calvino y Nabokov tampoco recibieron el premio de la academia sueca. 


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Si bien sus intereses son múltiples y exceden el ámbito literario —muchos de sus ensayos y artículos periodísticos giran en torno a las artes plásticas y al devenir de la historia contemporánea, por ejemplo—, Nooteboom observa la realidad a través de un cristal poético. La poesía es para él una forma de trascendencia y de meditación, una manera de pensar que posee resonancias universales. “La rima es un concepto de la poesía, pero tiene para mí, probablemente por analogía, otro significado: unos acontecimientos que reflejan otros acontecimientos”, escribió en "Noticias de Berlín" (1990), uno de sus mejores libros de crónicas, donde describe la vida en Alemania luego de la reunificación del país. La represión soviética de Budapest en 1956, la caída del muro de Berlín en 1989 y la crudeza de la dictadura franquista en la década del cincuenta son algunas de las “rimas históricas” de las cuales ha sido testigo, y sobre las que ha hecho referencia no solo en sus ensayos y narraciones, sino también en su poesía. 
    La precisión formal de sus versos, las imágenes cargadas de plasticidad y las reflexiones filosóficas que inserta provocan un intenso goce estético e intelectual que rebasa los límites de lo privado para dialogar con el mundo particular de cada lector.


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Aunque Nooteboom se defina a sí mismo como un poeta principalmente, quizá el elemento que mejor englobe su trabajo y su vida sea el incurable nomadismo que lo ha acompañado siempre, y que lo ha empujado a un constante peregrinaje geográfico e interior a lo largo de más de 40 países y 80 años de experiencias acumuladas. 
Desde muy temprano su vida estuvo marcada por el movimiento incesante: durante su primera infancia y hasta los siete años, su familia se vio obligada a mudarse ocho veces debido a los problemas económicos que arrastraba. “Como mi padre tenía buen aspecto, le alquilaban una casa y, después de varios meses sin pagar, nos íbamos”, contó el autor de "Rituales". Luego llegaron la guerra y los conflictos familiares, y con ellos, nuevos traslados. En 1944, el mismo año en que sus padres se divorciaron, el hambre golpeó La Haya en pleno invierno. “Mi padre buscaba lo que fuera para comer y, al final, me mandó con mi madre porque ella había sido evacuada al campo. […] Nos llevaron en un camión, donde solo me dieron pan y mantequilla en el camino; enfermé nada más al llegar”, agregó. 
    Esta imagen, junto a la ominosa visión de la ciudad de Rotterdam ardiendo en el horizonte luego del ataque al aeródromo de Ypenburg (1940), el exterminio de una tropa entera de soldados nazis ocurrida cerca de su casa, y la pasmosa noticia de la muerte de su padre en el bombardeo inglés de La Haya, son unos de los pocos recuerdos de su infancia que permanecen anclados con firmeza en los intersticios de su mente. De lo demás, simplemente no se acuerda o prefiere no hacerlo. Y es que el terrible estruendo de los aviones, de las botas militares y de las furiosas balaceras sofocó el rumor de su memoria y abrieron un agujero enorme en su mente que se tragó por igual las imágenes felices y atroces de esos años en los que el mundo entero se enfrentó. 
    Sin embargo, gracias al olvido Nooteboom pudo dejar atrás el lastre de aquellos episodios en los que el terror le estremecía el cuerpo sin piedad y lo arrastraba a un estado de total desamparo, del que solo lograba salir si le arrojaban baldes enteros de agua fría en el rostro. Y es que, como anotó en "Noticias de Berlín": “Si uno tuviese que acordarse de todo, reventaría. Sencillamente no hay sitio para ello. El olvido es una medicina que se debe beber a tiempo”. Y así lo hizo. 
    Tres años después de la muerte de su padre en 1945, su madre se volvió a casar, y las andanzas se reanudaron, pero esta vez por su cuenta. Como su padrastro era un hombre muy estricto y católico, Nooteboom fue enviado a estudiar en internados dirigidos por monjes franciscanos y agustinos en Tilburg, Venray, Eindhoven. De todos ellos fue expulsado debido a su “carácter difícil”. Sin embargo, fue durante este breve período escolar que desarrolló una relación íntima con la literatura clásica, una fascinación por los monasterios, y donde aprendió con una facilidad envidiable griego, latín, inglés, alemán y francés. 
    No obstante, las verdaderas travesías empezarían recién en 1950, cuando a los 17 años tomó una pequeña maleta y, con los bolsillos totalmente vacíos, se despidió de su madre para emprender el primero de sus innumerables viajes en autostop por Europa. “Cogí un tren a Breda, y una hora después estaba parado al lado de la carretera en la frontera belga, con el dedo pulgar levantado; y desde entonces no me he detenido”, explica. Y, aun hoy, a 66 años de aquella experiencia iniciática donde exploró Escandinavia y Provenza, Nooteboom afirma que no tiene intenciones de ponerle fin a su peregrinaje, al que marchó empujado por la intensa curiosidad que ha dirigido siempre sus pasos. Esto nos lo cuenta, por ejemplo, desde un cuarto de hotel de París, de donde pronto partirá hacia Nueva York, para volar luego a Lima donde participará en el tercer Festival Internacional de Poesía, y luego irá a Bogotá, y…
    Gracias a esta expedición fuera de los confines de su patria nació "Philip y los otros" (1954), su primera novela, donde narra las aventuras y reflexiones de un joven que recorre no solo Europa, sino los diversos mundos que le descubren los peculiares personajes con los que se va encontrando en el camino. “A partir de aquel momento opté por una vida que hoy llamo la mía, la existencia del que escribe y describe en el mundo de las apariencias”, anotaría años después en "Hotel nómada" (2002), libro que recoge algunas de sus mejores crónicas por lugares tan disímiles como Gambia, Malí, el Sahara, Bolivia y México. 
    Esta novela, calificada por su creador como un “libro soñador, casi un cuento de hadas con una atmósfera poética”, resultó crucial no solo para su carrera como escritor —fue muy bien acogida por la crítica y le valió el Premio Ana Frank de 1957—, sino que también le ayudó a reestructurar su mundo interno, plagado de los oscuros vestigios que la guerra y la orfandad le habían dejado. “Quise poner en orden el caos a través de una fábula”, pues como ha explicado, solo a través de la escritura es que puede formular las cosas y entenderlas. 
    Unos años más tarde vinieron su segundo viaje, sus primeras crónicas y su segunda novela: "El caballero ha muerto" (1963), donde reflexiona acerca del oficio de la escritura: “Me di cuenta de que no tenía el equipaje para escribir libros verdaderos, no tenía connaissance du monde. Muchos escritores tienen doctorados o profesiones. Yo no los tenía. Así que salí al mundo para obtener experiencia”. Esta vez por mar y con 2.000 florines neerlandeses en los bolsillos —que le entregaron como adelanto en la revista Elsevier por el envío de los artículos y reportajes de viaje que les había ofrecido—, Nooteboom se enlistó como marino mercante y cruzó el Atlántico hasta llegar a Surinam, las Guayanas británica y francesa, Curazao y los Estados Unidos. 
    Pero la obra que lo consagraría internacionalmente como un referente de la narrativa europea tardaría 17 años en aparecer. Durante ese tiempo de aparente bloqueo, "Nooteboom" continuó viajando y escribiendo frenéticamente, hasta que en 1980 publicó Rituales, una breve novela que le valdría los prestigiosos premios Bordewijk y Pegasus, y que sería adaptada al cine por Herbert Curiel en 1988. 
    A partir de entonces, varias otras decenas de libros han ido apareciendo con regularidad. Y aunque la mayoría aún aguarda ser traducida a nuestro idioma, podemos encontrar una completa antología de su poesía editada por Visor, llamada "Luz por todas partes" (2013); además de muchas de sus novelas y crónicas más representativas, que van desde sus primeros escritos —como "En las montañas de Holanda" (1984), "La historia siguiente" (1991), "Desvío a Santiago" (1992), "El día de todas las almas" (1998), "Hotel nómada" (2002)— hasta los publicados recientemente —como "Cartas a Poseidón" (2012), "El enigma de la luz" (2016), "El azar y el destino" (2016), "El Bosco. Un oscuro presentimiento" (2016)—, que nos permiten ingresar al fascinante universo Nooteboom. 
    Además, el escritor nos adelantó que muy pronto aparecerá un nuevo libro, cuyo título provisional sería 533, en el que nos hablará sobre su huerta en la isla española de Menorca, los libros que ha leído y los viajes espaciales. 

—Vida monacal—
Cuando Nooteboom no está rodando de un lugar a otro acompañado por su esposa, la fotógrafa Simone Sassen, pasa sus días en su viejísima casa en el centro de Ámsterdam (data de 1730) o en su finca de Menorca. Esta la descubrió en 1965, y desde entonces no ha transcurrido un solo verano en el que no pase ahí sus días y sus noches, leyendo, escribiendo y cuidando del huerto salvaje que empezó a cultivar inspirado por la nouvelle "Cándido o el optimismo", de Voltaire. 
    A pocos metros de la casa, un arquitecto alemán le construyó un pequeño y austero estudio de paredes blancas y ventanas estrechas, donde lo aguardan sus libros, sus cuadernos de apuntes y su computadora. En él y en los hoteles donde se aloja durante sus viajes, Nooteboom ha montado su propia celda monacal en la que se recluye para escribir y reflexionar, y sin la cual su vida sería muy distinta. “La esencia de mi nomadismo es que tengo una casa a la que vuelvo. Para mí sería una catástrofe perder el lugar. Yo me mudo, pero la casa sigue”, ha dicho alguna vez.
    Esperemos que nunca llegue el día en el que la finca menorquina desaparezca; pero estamos seguros de que, si eso ocurriera, Nooteboom encontraría rápidamente otro refugio a su medida para seguir aumentando con su vertiginosa genialidad la vastísima obra que lo ha convertido en el holandés más universal. 

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