CÉSAR COLOMA
Presidente del Instituto Latinoamericano de Cultura y Desarrollo
No solamente la delincuencia común afecta hoy a nuestra ciudad capital, también la información falsa que se ofrece al pueblo con el fin de llevarlo a un total engaño. Nos referimos a la vistosa placa de azulejos, en la esquina de las calles de la Peña Horadada y Rastro de la Huaquilla (jirones Junín y Cangallo), que alguien, sabe Dios con autorización de quién, colocó allí.
Esa placa, con un texto mal escrito, registra al final, que es de la pluma de don Ricardo Palma y proveniente, nada menos, que de una de sus tradiciones, lo cual es absolutamente falso.
Como quiera que, de acuerdo con el Código Penal, ese hecho constituiría un grave delito de falsedad genérica y usurpación de identidad, las oenegés defensoras de los Derechos Humanos deberían tomar cartas en el asunto y resguardar la memoria de un difunto ilustre, don Ricardo Palma, que, por estar muerto no puede defenderse.
Y es más, si el genio que puso la placa lograra comprobar documentalmente que el texto proviene de una tradición perdida y desconocida de Palma, que él ha descubierto empolvada en algún archivo, debería ser premiado, nombrándosele, de inmediato, presidente de la Academia Peruana de la Lengua.
En cuanto al supuesto origen precolombino de la peña horadada, les decimos que ello es imposible, ya que la Santa Inquisición jamás habría permitido la existencia de un ídolo indígena a la vista y paciencia de todos. Para ello estaban los Extirpadores de Idolatrías, que arrasaron con cuanto ídolo prehispánico cayó en sus manos. Además, esa piedra no estaba allí en el siglo XVI ni principios del XVII. Don Juan Bromley, en su obra “Las viejas calles de Lima” (Municipalidad Metropolitana de Lima, 2005), al referirse a la calle de la Peña Horadada (páginas 263-264), indica que que era conocida, en 1613, como “Cuadra Tercera del Cercado”. Agrega que “desde muy a los principios del siglo XVII existía la piedra perforada que hasta hoy se ve en el suelo de la esquina que forman las calles que hogaño se llaman de Peña Horadada y del Rastro de la Huaquilla, piedra cuya existencia dio origen a fantásticas leyendas”. Bromley afirma también que esta calle, en el siglo XVIII, se llamó de Mendoza; y, “en 1785 se le denomina de Vergara”. En cuanto a la otra calle (páginas 283-284), del jirón Cangallo (que hace esquina con la anterior), llamada en 1613: “calle de la Piedra Horadada”, Bromley registra que se conoció posteriormente como calle del Rastro de la Huaquilla.
TODO ES POSIBLE
Pero don Luis Antonio Eguiguren, en su obra “Las calles de Lima” (s. p. de i., 1945, páginas 254-255), se lamenta porque “seguimos creyendo, así como los niños creen que vinieron de París en canastitas [...] que la Peña o Piedra Horadada era ‘Un hueco hecho por el Diablo, o por las Penas’, en una piedra negra, que se encuentra aún en la esquina de dicha calle. ¡Dios sabe en cuántas cosas más seguimos, infantilmente, creyendo todavía!”. Este ilustre historiador peruano, nos ofrece una explicación nada esotérica y muy realista, afirmando que “para que los niños nobles y bien criados no se vieran obligados a tocar las ‘aldabas’ de ciertas casas solariegas, con cuyos dueños no estaban en buenas relaciones sus padres y, por lo cual, para ellos era indecoroso tocarlas, así como lo era igualmente, ocupar la acequia pública, cuando la necesidad les aprestaba, [...], un Maestro de Pupilos colocó en la esquina de aquella calle, o en algún lugar de la misma, o sobre la acequia, una Piedra HORADADA…” [sic]. Y precisa su información añadiendo que “La forma de la Piedra Horadada, en la esquina de la calle de este nombre, dispuesta, como recuerdo, en sentido inverso del que antes estaba colocada sobre la acequia, puede no haber sido la misma; y, dispuesta, en la forma actual, cuando el ‘señorío’ ocupó aquella calle y nuevas costumbres, dieron, a ciertos actos de la vida, un significado más íntimo y privado” [sic]. Para el Dr. Eguiguren el supuesto adoratorio indígena era ¡un simple retrete! Todo es posible. Nosotros nos inclinamos a creer que la piedra horadada no era más que un protector de esquina, llamado ‘guardacantón’, que la RAE define así: “Poste de piedra para resguardar de los carruajes las esquinas de los edificios”. Las carretas, con sus ruedas, podían afectar gravemente los muros de las casas. Por ello, se colocaban macizas piedras o cañones enterrados boca abajo. Ojalá que no sigan engañando a los incautos viandantes con historias fantásticas, imposibles, y atribuyendo a genios de la literatura cualquier mamotreto escrito por ahí.